Capítulo 10

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En mi vida pasada, amaba correr. Podía correr tres kilómetros todos los días, sin quejarme. Amaba la sensación del viento en mi rostro, la quemazón de mis piernas, el oxígeno entrando y saliendo de mis pulmones. Podía pasarme horas y horas corriendo.

Ahora, lo odio. 

La quemazón en mis piernas me resulta agobiante mientras corro por el espeso bosque, huyendo de los infectados que prácticamente nos pisan los talones. La mañana está despuntando, y hemos estado corriendo por las últimas dos horas, defendiéndonos e intentando salvar nuestras vidas. En algún momento de la noche, perdimos a John y Frances. No sabemos dónde están ninguno de los dos, pero no tenemos tiempo para buscarlos. 

Un infectado sale de entre los árboles, su silueta recortándose entre la maleza. Es un anciano flaco, su cabello canoso teñido de sangre, y por un momento, me da pena, antes de que fije sus ojos enrojecidos en mi y abra su mandíbula amenazadoramente. Esa es la última acción que realiza en su vida, antes de que yo le ponga fin cortando su garganta. El fusil cuelga de mi hombro, inútil. Las balas se agotaron hace tiempo. 

El mundo hace silencio por un momento. Dirijo mí mirada a mi alrededor, en alerta, esperando a que un nuevo monstruo aparezca de la nada, pero nada sucede. Solo escucho el latido apresurado de mi corazón en mis oídos. Por primera vez, me doy cuenta de que estoy sola. 

- ¿Hola? – Recuerdo que papá y Anna estaban a mi lado hace un momento. - ¿Papá? ¿Alguien? 

El sol ahora está en todo su esplendor, iluminando los árboles a mi alrededor. Todo es verde, todo es claro, y sería una bonita imagen, de no ser por el pánico que está comenzando a asentarse en mis entrañas. 

- ¡Papá! ¡Anna! – Comienzo a gritar. - ¡Ben! ¿Alguien puede escucharme? 

Una rama rota a mis espaldas me sobresalta. Me doy media vuelta con el cuchillo en alto, pero me sorprendo al ver a una mujer parada entre el follaje, inmóvil, la blancura de su vestido resaltando contra el verde del paisaje. Su cabello rojizo cae sobre sus hombros, brillante y sedoso, y sus ojos bondadosos se clavan en los mios. Por un momento estoy sin aliento, hasta que una sola palabra es liberada lastimosamente por mi garganta. 

- ¿Mamá? – Gorjeo. - ¿Estás viva? ¿Cómo es posible? – Intento caminar hacia ella, pero mis pies están adheridos a la tierra. No puedo moverme. - ¿Mamá? Mamá, ayúdame. – Las lágrimas comienzan a correr por mi rostro. 

Mi madre levanta su mano hacia mi, como invitándome a ir con ella, pero me sobresalto al ver que el color de su piel es grisáceo, casi como si estuviera…

- Muerta. – Susurro. 

Los ojos de mi madre pierden su dulzura, y su vestido blanco comienza a teñirse de rojo sangre y manchas de tierra. Su cabello se vuelve sucio y desgreñado, y sus pupilas se dilatan. Su mano sigue estirada hacia mi, pero ahora comienza a caminar lentamente en mi dirección, sonidos horribles escapando de su garganta y su mandíbula chasqueando amenazadoramente. 

- Mamá, no, no hagas esto, por favor no. – Suplico.

Quiero correr, quiero huir de ella, pero no puedo moverme. El cuchillo quema en mi mano, suplicando que lo use para preservar mi vida, pero no puedo matarla, no puedo. 

- Mamá, despierta, por favor. – Lloro angustiosamente. – No quiero asesinarte, por favor despierta. 

Ella sigue acercándose, sin importarle mis ruegos. Miro el cuchillo en mi mano, tomando una rápida decisión. 

No la asesinaré, pero tampoco permitiré que ella me asesine, que ella tenga eso en su embotada consciencia. 

Así que clavo el cuchillo en mi corazón. 

La guía de Luce para un apocalipsis zombieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora