Capítulo 7

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Anteriormente, esa noche todo el cielo estadounidense se llenaría de fuegos artificiales, risas, y un montón de personas sanas y felices celebrando la independencia norteamericana. 

No ese año.

Mi reloj de pulsera emitió un pitido, anunciando la medianoche del día 04 de julio.

- ¡Luce, a tu derecha! 

Papá me pasó una vara de hierro y giré mi cuerpo justo a tiempo para ensartar un zombie con ella en el estómago. Planté mi pie en su cadera, que sobresalía alarmantemente, y tiré de mi improvisada arma, tiñéndola de un color rojo negruzco. El cadáver se desplomó a mis pies. 

Con mi padre, habíamos planeado abrir una botella de caro champán que habíamos encontrado en un supermercado, un brebaje que tiempo atrás no hubiéramos podido permitirnos. Pero, ya que el mundo se fue al demonio, a nadie le importaba. En ese momento, la mitad de la botella yacía profundamente enterrada en el cuello de un infectado a unos cuantos metros a mi derecha, la sangre negruzca filtrándose entre el vidrio. La otra mitad estaba hecha pedazos, desperdigada por toda la carretera; el caro vino desperdiciado, oscureciendo el pavimento.

En la mitad de la noche, una manada de infectados aparentemente recién atacados, ya que la sangre que manchaba su ropa todavía estaba fresca, irrumpió en nuestro campamento improvisado, desgarrando nuestra carpa y obligándonos a salir a la calurosa y lluviosa noche. Las gotas de agua caían constantemente, mientras que papá y yo cortábamos gargantas, manos, piernas, y lo que sea que el filo de nuestros cuchillos pudieran encontrar. 

Mis músculos ardían por el cansancio. Mi cabeza palpitaba fuertemente, rogando por un descanso, pero la adrenalina bombeaba en mis venas y no me permitía escuchar a mi cuerpo, que me imploraba un alto. 

Un infectado me empujó con fuerza, haciéndome caer y perder mi cuchillo. 

- ¡Papá! - Grité, buscando mi arma entre los arbustos, pero no podía ver absolutamente nada. 

Por el rabillo del ojo pude ver a mi padre ocupado con dos de ellos. Comencé a retroceder hacia atrás, buscando con mis manos algo para defenderme, pero ellas no encontraron nada, solo tierra y plantas. El infectado siguió caminando, sus ojos oscurecidos clavados en mi. Un hilo de sangre goteaba por la comisura de su boca agrietada, y sus manos se estiraron, buscando mi carne. Mi garganta se cerró, y mis ojos se abrieron con incredulidad cuando el infectado cayó frente a mi de rodillas, una flecha atravesando limpiamente su cráneo. 

- ¿Luce? ¿Dónde estás? - Papá llegó a mi lado, jadeando. - ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? 

Señalé con un dedo tembloroso el cadáver en el suelo, la flecha amarilla sobresaliendo de su cabeza como si hubiera esta siempre ahí.

Papá siguió mi mirada, y un crujido de pisadas sonó en la noche, sobresaltándonos. Un grupo de dos hombres armados hasta los dientes entró en nuestro campo de visión, uno de ellos con una ballesta en sus manos. Aunque estaba demasiado oscuro y el miedo nublaba mi visión, algo sobre ellos no me gustó. 

- ¿Qué tenemos aquí, Marcus? - Dijo el que no tenía la ballesta, pero tenía una escopeta. - Parece que es nuestro día de suerte.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, congelándome una vez más. Papá se puso frente a mi para protegerme y abrió la boca para hablar, pero el hombre mas alto alzó su escopeta y apuntó a su pecho. Un grito estrangulado salió de mis labios.

- Tu, silencio. - Ordenó con el arma. - Hazte para tu izquierda.

- Por favor... - Rogó mi padre.

La guía de Luce para un apocalipsis zombieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora