CAPÍTULO VI
A Magda la reacción de Mario la tenía confundida, sus cambios de
humor, además de extraños, eran imprevisibles, parecía estar bien y,
repentinamente, se mostraba huraño y violento como si algún circuito en
su cerebro no hiciera la conexión correcta, debería mandarlo al infierno y
no perder un minuto de su tiempo pensando en él, pero lo veía deambular
por el departamento como perro sin dueño y la maldita lástima pensaba por
ella, parecía tan triste que se movía como un alma en pena y Magda,
defensora desde niña de las causas perdidas, no lograba sacarlo de la
cabeza. Quería acercarse a él, pero después de lo sucedido, debía parecer
un encuentro fortuito, y aunque discurrió distintas formas, ninguna le
pareció lo bastante convincente como para creer que fuera cosa del azar.
La jornada laboral llegaba a su fin y Magda seguía sin saber cómo
hacerlo.
Estaba recogiendo los papeles y apagando el ordenador, cuando notó que
alguien se paraba a su lado, giró la cabeza y se encontró con los tristes y
negros ojos de Mario detenidos sobre ella.
- Hola... ¿Tienes prisa?
Ella negó con la cabeza.
- Vayamos a tomar algo.
Un gramo de orgullo se coló por algún lado de su carácter que la llevó a
decir lo que no quería.
- ¿Para qué? Hemos quedado dos veces y las dos te has largado
mosqueadísimo.
- Ya... lo siento... estoy pasando un mal momento y me cabreo con
mucha facilidad.
Aceptó sus disculpas y salieron a enfrentarse al frío invierno antes de
encontrar una cafetería acogedora, en ella había un público variado que se
entretenía charlando, algunos jugaban al ajedrez o a las cartas, también la
mesa de billar estaba ocupada por un par de jóvenes e incluso había cuatro
ancianas jugando al parchís. Mario y Magda se tuvieron que sentar en la
única mesa disponible, estaba al lado de la puerta y cada vez que la abrían,
el intenso frío se les pegaba a los pies; a pesar de ello, ninguno dijo nada y
estuvieron charlando sobre el trabajo, la política y el paro, evitando ambos
la cuestión que los separaba y unía. Fue una tarde agradable, sin más
pretensiones que pasar un rato entretenido y, por fin, lograron estar sin que
Mario derramara rabia e ira sobre una Magda totalmente entregada y
pendiente de las distintas conversaciones que iban de un tema a otro.
Se despidieron hasta el día siguiente, ella feliz de haber podido entrever
al hombre divertido, de conversación hilarante y sin más preocupación que
pasar un rato agradable, él volcado en esa superficialidad para quitarse a