𝐈𝐈

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Durante semanas, aquello perturbó la mente del rey. Quería matar al dragón, y tomar sus pertenencias cuanto antes, mas no contaba con suficientes hombres para realizar aquella proeza. La única manera de sumar hombres a su ejército, era convenciendo a los ciudadanos de que lucharan junto a el.

Heraldo convocó a cada hombre y mujer del reino capaz de luchar a una urgente reunión en el gran patio del castillo. Habían tantas personas, que tuvieron que dejar fuera a muchos de ellos. El ruido de la muchedumbre se detuvo súbitamente cuando el rey alsó la mano desde el pequeño estrado en el que se encontraba para hablar.

—¡Seguro ya deben imaginarse por qué están aquí! —dijo el rey en voz alta para que cada hombre y mujer en el lugar pudiera escucharlo— ¡Como saben, un dragón ha tomado posesión de nuestras montañas, y en el castillo no tenemos suficientes hombres para combatirlo! —continuó Heraldo con voz firme— ¡Pero con su ayuda, y la de los demás ciudadanos de Quiesna, estoy seguro de que podrémos darle fin a esto!

—¿Qué está diciendo? —comenzó a preguntarse la gente por lo bajo—¿Quiere que arriesguemos nuestras vidas?

—Seguro quiere usarnos de carnada —suponían algunos.

—El animal lleva semanas en las montañas —comentó un joven granjero entre el gentío—, si hubiera querido atacarnos, ya lo habría hecho.

—¡Es verdad! —afirmaron varios en torno al muchacho.

—¡CÁLLENSE! —el súbito grito del rey sumió a la gente en un absoluto mutismo, que pronto convirtió al leve silvido del viento en un fuerte aullido entre la muchedumbre.

Heraldo sabía que si los amenazaba pondría al pueblo aún más en su contra, y eso era lo que menos quería en ese momento. Ya era bastante odiado de por sí. Por un instante no supo que hacer, pero fue allí, en medio de la insertidumbre, que un maquiavélico plan se enarboló dentro de su cabeza.

—Está bien si no quieren apoyarme —dijo Heraldo finalmente con los brazos abiertos y una enorme sonrisa fingida en los labios—. De todos modos, tarde o temprano se unirán a mi. Es una pena que deban ver al diablo para darse cuenta de su existencia —fue lo último que dijo antes de darse la vuelta y desaparecer en plena reunión.

La arrogancia y avaricia de Heraldo le habían convertido en un ser imperturbable y despiadado. Deseaba obtener aquellos huevos de dragón bajo cualquier costo, pero ya tenía claro que su pueblo jamás le ayudaría. O al menos, no sin un buen insentivo.

El Dragón de Quiesna [✓] Completo [#BSA2020] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora