Amor

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Mira, de verdad, yo no sé qué os pasa a todos hoy en día que se os va la olla en todo. La Fernanda se ha peleado con su marido, ¿sabéis por qué? El hombre se ha encontrado un bote de estos que se ven por televisión para hacer el sexo, y la tarjeta del Salvador dentro de los cajones de los calzones. La ha echado de casa en plena cuarentena. ¿No ha venido la hija de su madre aquí a mi casa para pedirme que deje que se quede? Yo no le deseo ningún mal a nadie, de verdad, pero por piruja le pasa eso, estarse con otro hombre que no es el tuyo no trae bueno. Pos no, la puñetera ha insistido y no ha parao hasta que he dejado que se quede. Como esta me pegue algo, del chanclazo que le meto le envío al Buján ese en China. Pero la maldita me ha convencido diciendo que no tenía a dónde ir con la situación y que no podía dejar a los nenes sin su madre en la cuarentena. Acto seguido, me ha traído al Salvador a casa. Si es que no aprende por burra.

Ahora es que no parecéis comprender que la vida es larga andar con mentiras. En mi época, cuando te casabas, era pá tó la vida, pero ahora os sonáis los mocos con lo de hasta que la muerte nos separe. Una falta de respeto al matrimonio, a la religión y a la familia. El amor parece ahora un trasto de estos tan modernos. Mientras funcione, todo perfecto, pero cuando empiece a fallar, en lugar de ir a arreglarlo, lo tiráis y buscáis otro nuevo. Así sale la gente, que no quiere estar en una relación y se vuelven singuel o algo de eso, que me contó mi nieto. Mejor, se ahorran disgustos y gilipolleces de esas como el poliamor. ¿Qué necesidad hay de complicarse tanto la vida, cuando dos personas son felices juntas? A ver, que yo no es por mal meter, pero si la vida ha funcionado el estar dos, ¿por qué complicar ahora? Suficiente con que los hombres se casen entre ellos y las mujeres entre ellas. Faltaría más, que dos personas que se quieren no puedan estar juntas. Pero de tres para arriba no es amor, es vicio. Es que cuanto más jóvenes, más modernos, más locos y estropean todo más.

Ahora yo tengo que aguantar a una jovencita de treinta y cinco, que no puede volver a su casa porque su marido ha cambiado la cerradura, para que pueda ver a sus hijos. Pero no solo eso. Si antes no podía darle al tema porque estaba con los niños en casa, ahora yo me voy a tener que tragar sus gemidos con el Salvador todas las noches, que ya los estoy escuchando desde aquí. Cuando le cuente a mi sobrina el follón en el que estoy metía, no me va a creer.

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