Por petición de una buena amiga, y tras varias lecturas que mi pequeño One-Shot se ha llevado, os presento la segunda parte de Dos Colores. Leed, valorad y, si podéis, comentad.
May the force be with you, Darth Dunkel -
Cuando su maestro vivía, la Prometeo le había parecido pequeña, hasta restrictiva. Ahora que la tenía a su mando la encontraba demasiado grande y apenas podía resistir el impulso de huir a su caza personal. Pero lo importante en esos momentos era salir de ahí, así que ordenó a los droides que encendieran los motores. Su suave arrullo era como una nana ahogada por las paredes de la sala de mando, pero no era capaz de calmarla a ella. ¡Por la fuerza viva, es que ardía! Pero tenía que esperar un poco más: corrió un análisis para comprobar que no había ningún otro ser vivo en la nave y, sólo entonces, cuando todo estuvo claro, cogió un trozo de tela, se agarró la mano y gritó.
Bajo el guante negro su mano goteaba sangre de una buena cantidad de grietas, como si su piel se hubiese resquebrajado. No era nada nuevo, pero dolía como el primer día, como la primera (y única, hasta esa mañana) vez que se había revelado contra su Maestro: esa noche se había sobrepasado y la Fuerza se había cobrado su tributo en sangre y dolor, más la venganza de su maestro. Desde entonces, cada vez que utilizaba la Fuerza se reabrían las heridas.
Cuando pudo volver en sí, la nave empezaba a elevarse. Uno de los droides señalaba la zona de comunicaciones, desde dónde Darth Larrek había transmitido sus mensajes.
-¿Cuánto tiempo lleva sonando? –Inquirió la joven Sith, levantándose con cierto esfuerzo. El droide, solícito, se apresuró a responder.
-Apenas quince segundos, mi dama.
Ella suspiró para serenarse. Quince segundos era perfecto, lo bastante tarde cómo para no correr a responder pero no lo suficiente cómo para que los Jedi sacasen su artillería y pudieran creer que tenían alguna influencia sobre sus actos. No quería que se acostumbraran a amenazarla. Así que se puso el guante de nuevo, se envolvió en su capa y conectó las transmisiones.
Ante ella aparecieron las figuras de unos tres Jedi, mirándola fijamente. –Aquí Thoan Binn, portavoz del Consejo Jedi. –Se presentó el que estaba en el centro. Darth Naaru asintió. No sabía cómo presentarse, y usar su nombre Sith podría entenderse una declaración de intenciones. No utilizarlo sería una deshonra a su poder, sin embargo, así que optó por saltarse las presentaciones. Procuró que sus movimientos fueran lentos y que su mirada pareciese cansada: aparentar un poco de debilidad no le haría mal si podía significar que la subestimaran. El Jedi continuó.
-Se ha llegado a la decisión de que tus actos y crímenes han sido cometidos bajo amenaza y coacción, por lo que no se tendrán en cuenta.
Larian asintió. –Lo agradezco.
-Perfecto. –Su interlocutor frunció el ceño. -Mas eso no significa que la Orden Jedi deje de considerarte un Sith y, como tal, una amenaza. Si cometes una sola ilegalidad, nuestro deber será traerte ante la justicia.
-Entiendo. –Echó un breve vistazo a las pantallas a su izquierda. Ya habían salido de Coruscant. El Jedi fue a decir algo, pero ella lo cortó. –Con mis disculpas a la Orden Jedi, vamos a saltar al hiperespacio.
Y con un chasquido de sus dedos, la nave aceleró, convirtiendo el universo en un borrón de colores. La llamada había terminado.
En el momento en que Darth Naaru se encontró lejos de la influencia de la Orden, empezó a rebuscar por los archivos del que había sido su maestro. La nave Prometeo tenía uno de los sistemas de seguridad más potentes de la galaxia, pero no eran nada para una mano experta como la suya: no en vano ella misma los había programado. Ni siquiera la base de datos del gran Lord Sith se le podría resistir, o eso esperaba. Al fin y al cabo, si había podido con los sistemas de la Orden… una suave sonrisa creció en su rostro mientras trabajaba, desencriptando y pirateando órdenes. Había sido la aprendiza secreta de Darth Larrek durante muchos años, diseñando sus sistemas informáticos y los virus que utilizaba en sus ataques: no era la mejor duelista, pero en los sistemas informáticos encontraba sus verdaderas armas. Y esas mismas armas serían las que la ayudaran a librarse de los otros aprendices. Porque habían más, al menos uno más: hasta la noche anterior no había sido su aprendiza oficial, no la había sacado al mundo hasta que había sido totalmente necesario y Larrek era un hombre precavido. Larian sonrió: tenía tres horas para sacar toda la información que pudiese, cargarla en una base de datos y salir de caza. No volvería a la base de su maestro, era demasiado peligroso… aún. Debía tener paciencia: su momento llegaría.
ESTÁS LEYENDO
Star Wars: Dos colores
FanfictionDarth Naaru creía estar por encima de las emociones. Su único problema era su Maestro... mas en un ataque al Templo Jedi, en una misión casi suicida, encontrará a alguien que creía perdido para siempre.