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Cuando era pequeña la obligaron a hacer un deporte

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Cuando era pequeña la obligaron a hacer un deporte. Ella se negó, pero la presionaron. Al menos la dejaron elegir.

Eligió tiro con arco.

¿Qué tan difícil puede ser hacerlo con un arma en su lugar? Claro que no era tan tonta como para iniciar una masacre sin haber practicado con una pistola antes.

Los gritos no se hicieron esperar, inició el caos. Con una rapidez envidiable le disparó primero a los varones que podían darle trabajo. Tiros certeros dieron a parar en sus cabezas y pechos. No es como si fueran muchas personas en su clase, a lo sumo unas veinte, en su mayoría chicas.

Los gritos se hicieron más fuertes. Todos se amontonaban en una esquina tratando de cubrirse de los disparos.

De reojo vio la caja en la que el señor Johnson siempre exigía que depositaran los celulares antes de sus clases, uno de los pocos profesores que lo hacía. En eso, una idiota intentó salir corriendo por la puerta, olvidando que no podía abrirse. Bum. Muerta.

Los chillidos le molestaban de sobremanera.

Revisó que su teléfono, el verdadero, el que depositó antes de entrar, estuviera en la caja del señor Johnson junto con los otros y sacó el teléfono viejo de su bolsillo sin quitar la mirada de sus víctimas. Unos minutos más.

Alguien intentó arrebatarle el arma por detrás, pero fue más rápida y le dio con la culata en la cabeza y disparó. Sin piedad, sin titubear.

Escuchaba sus súplicas, sus ruegos, pero no hizo caso. No se detuvo. En un momento ya no había personas, había cadáveres.

Dejó a Ryan para el último.

Mientras ella veía como el tipo la miraba con horror se permitió bajar el arma, estaba a una distancia prudente como para matarlo si intentaba algo, y ella estaba cerca de la caja con los teléfonos. No podía llamar a la policía.

A Ryan no podía hacerle nada, porque ya estaba muerto de miedo. Su rostro estaba deformado por el espanto mientras veía a sus amigos tirados en el piso. Sin vida. Sus pantalones comenzaron a mojarse y ella se reía mientras envolvía sus zapatillas con una bolsa de plástico en cada una. Se acercó de nuevo al joven en shock acurrucado en la pared. El piso lleno de sangre fresca se marcó con sus pies sin dejar huella de zapato, sólo de la bolsa.

A ella le hubiera gustado divertirse más con el muchacho, pero no podía dejar que la descubrieran por investigar en su registro escolar sus pocos antecedentes problemáticos con Ryan, pero disfrutó disparándole justo en el pene, lo cual lo sacó de su aturdimiento y un sonoro grito escapó de sus labios, llevando sus manos a la zona. La orina se mezcló con la sangre. Otro disparo, pero esta vez en su cerebro, acabó por completo con el chico.

Nos vemos en el infierno, inmundicia. Pensó la joven.

Se dio la vuelta y caminó hasta la puerta. Se dirigió a la puerta y tocó con suavidad tres veces y el sonido de la llave girando se hizo presente. Abrió con precaución y sus ojos se deleitaron con la belleza del joven que le abrió la puerta, vestido de negro hasta la cabeza para no ser reconocido.

-Vamos, Jay Jay - La muchacha le sonrió con ternura y los ojos del joven brillaron al ver su rostro. Él deslizó el pulgar de su mano enguantada suavemente por su mejilla.

- Es una pena tener que matar al conserje, me caía bien - expresó, llevándose el pulgar con la pequeña mancha de sangre que limpió del rostro de la chica a la boca.

- ¿Ah, si? ¿Al menos sabes su nombre? - inquirió, mientras caminaban en el pasillo vacío como si estuvieran dando un paseo, tomados de la mano.

-¿Joe? - titubeó Jay con una mueca de confusión

- Error

- Como sea. Le estamos haciendo un favor salvándolo de este infierno llamado vida.

- Hoy estás muy poético - dijo la joven con una sonrisa pícara

- Vengo inspirado, Lís - apretó más su mano entre las suyas.

Jay guío a Lís hasta el armario del conserje donde tenían atado y amordazado a Lennie. El muchacho observó su reloj de muñeca y esperaron.

3... 2... 1...

Silencio.

Un disparo de Jay le dio al conserje en la cabeza.

Volvió a revisar el reloj.

- Ya

Ambos se pusieron mascaras antigas y salieron con armas en mano y fueron puerta por puerta que había sido cerrada anteriormente cuando Jay pidió permiso para ir al baño y seguidamente robó las llaves de Lennie. Aula por aula, los alumnos y profesores se encontraban inertes con la cabeza en sus pupitres, algunos en el suelo.

Lís, con sus manos ahora enguantadas movió a todos. Los sacaron de sus lugares y los desparramaron por todo el salón y a continuación le dispararon a todos. Luego rociaron todo con gasolina.

No quedaba ni un alma, parecía el mismísimo infierno. Quemaron todo por dentro, cuidando que el fuego no se saliera de control para que el humo no se cuele por ningún lado y llame la atención, luego lo apagaron.

Lís volvió al salón donde inició todo y dejó dos cosas en la escena del crimen. Una de ellas fue la hoja de papel que destacaba entre todas las cenizas.

- ¿Dónde dejaste el otro? - preguntó Lís con interés mientras se encaminaban a la salida de atrás

- En el baño - se encogió de hombros

-Es una suerte que esta escuela de mierda se encuentre a las afueras de la ciudad - comentó ella con una sonrisa

- Esperame en el auto - dijo Jay mientras se inclinaba para besar los labios de su amada.

Lís llevó una mano a la nunca del muchacho para profundizar el beso. Las manos de él agarraron su cintura con fuerza. Ella bajó su mano para apoyarla suavemente en su pecho mientras la lengua de ambos jóvenes peleaban por el control de su arrebato de pasión.

Se separaron al cabo de unos segundos con las respiraciones agitadas, si seguían así corrían el riesgo de que alguien notara algo extraño y llamara a la policía. A pesar de que el edificio se encontraba en un lugar poco concurrido, cualquier persona que justo decidiera entrar iba a cagarla. Primero y principal porque no podría entrar.

Lís deslizó su mano por el pecho de Jay lentamente hasta llegar a las llaves en el bolsillo del chico, rozando zonas peligrosas en el camino. Él no se contuvo y le dio un mordisco al labio inferior de su chica, sonriendo con picardía.

Lís abrió las puertas del edificio, caminó con naturalidad volviéndose a poner la máscara anti-gas, se subió al auto e introdujo las llaves para hacerlo arrancar. Al cabo de unos minutos Jay salió con una bolsa negra sobre su hombro, con algo gigante adentro y la metió en el maletero. Volvió e hizo lo mismo con una segunda bolsa y ambos comenzaron su fuga.

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