Acto En Vano
Abrielle
Desde que tienes el don de sentir buscas elevarte y llegar a lo más alto de tu límite. Lo consigues, pero no es suficiente. Un día aplicas el concepto de sobrevivencia en tu vida, aprendes a sobrellevar la verdadera miseria. Un día entiendes lo que es la vida y otro día te la quitan por completo. Vas y vienes, te pudres vivo, el presente te castiga, tu presente y el futuro, ¿qué será de mí cuando abandone esta fría habitación? Desdicha. Verdad. Lo único que pretendo ocultar es mi ceniciento rostro. Oscuridad. Mis hombros cargan el dolor de mis castigos. Luz.
¿Dónde ha quedado la luz de mi inocente muchacha?
Un estruendo interrumpe mi demencia coherente y sobresalto a mi cuerpo sereno en la silla de mármol. Volteo mi cabeza, anhelo saber quién está apoyado en el borde de mi puerta. Parpadeo con tranquilidad y suma cordura, mi padre me observa y me agobia con su perdida mirada.
—Abrielle —susurra. Guardo silencio y espero a que prosiga— Tu madre está abajo, puedes…
El hombre a quien he creído fuerte se desarma por completo frente a mí y ahoga su llanto en un golpe a la pared. Cierro mis ojos un poco espantada. Aprieta sus puños y siente la sangre pesada correr por sus extremidades enrabiadas.
Estaba segura de que yo era una buena persona, estaba segurísima de eso. Nunca había escapado de la escuela, jamás me he enfrentado con un profesor. No fumo, no bebo y mi atuendo no es el de una prostituta. ¿Por qué Dios me castiga de tal manera? Mi madre es como un ángel en la tierra. Solía levantarse en las mañanas y hacía el pan, como tal dama antigua, preparaba postres y trabajaba de profesora. ¿Por qué Dios la castigaba tan feo?
Volví la mirada hacia mi padre, quien lloraba como un niño arrinconado en una esquina de la pared. Apenada, corrí escaleras abajo para despedirme de mi madre. Alguien se había hecho cargo de mis hermanos, porque no estaban en casa, y estaba bien —de todas formas no merecían presenciar eso, no lo entenderían, o no les importaría lo suficiente— El primer piso de la casa estaba hecho un funeral —aunque nadie había muerto aún—, mamá estaba en una silla de ruedas, la quimioterapia la tenía sin fuerzas, y la enfermera, mi tía de sangre, Caroline, la acompañaba a un lado tomando un vasito de agua con azúcar, para calmar los nervios.
Me acerco cautelosamente y me arrodillo a un lado de su frágil cuerpo, tomo su mano izquierda y le acaricio con el dedo pulgar. Me dedica una sonrisita y eso es suficiente como para que el canal de la limpieza de mis ojos se abra. Lloro y acaricio su fría mano como si fuera lo último que se me permitiera hacer. Grabo su olor, grabo esa mirada que te dice que todo está bien. Guardo a mamá en mí.
—¿Caroline te ha ayudado con tu maleta? —Mi madre asiente y achina los ojitos en una sonrisa— Planifiqué un horario para ir a verte, espero te agrade.
—Sí, Abrielle —responde ella con notoria dificultad.
—¿Qué quieres que te lleve cuando esté allá? ¿Tess De d’Urberville, Macbeth, una revista de chismes? —mamá se ríe ligero y tose un poco cuando termina.
—Tess estará perfecto —completa y aprieto su mano con afecto. Mi padre entra en la habitación cargando una mediana maleta, nos observa con disimulada melancolía y disfruta de vernos juntas. Interrumpe el momento por obligación, a él le gustaría que estuviéramos rodeadas de esta paz eternamente.
—Ya es tiempo… —habla por fin.
Todos en la sala se observan, como si no supieran cómo reaccionar ante eso, como si jamás se hubieran preparado para vivir lo obvio. Nadie ha movido un dedo, nadie ha pestañeado, el momento de despedida se ha congelado, pero el tiempo transcurre, y el tiempo está en contra. El tiempo es quien mata a mi madre y mi madre debe vencer al tiempo, ¿pero quién puede contra el tiempo? Por tal razón debíamos estar preparados, solo el tiempo decidía cuándo el de mamá terminaba.
—Solo tenemos media hora para llegar… —sigue papá.
—Te llevaré a Tess De d’Urberville a La Ilíada y a La Odisea. ¡De igual forma puedo llevarte La Divina Comedia! —exclamo agitada. Mi padre me levanta de un brazo desde el alfombrado y me ruega calma. Rio a carcajadas. Carcajadas que terminan en un llanto. Estoy siendo apretada en un fuerte abrazo de consuelo por mi padre, lo demás aún está congelado y perdido. Mis manos se congelan del espanto y la tragedia que le esperaría a mamá lejos de ésta habitación. Mi mundo se oscurecería, porque ella se llevaría toda la luz que admiro con alucinación. Y sería la única mujer en la casa, lavaría la ropa y cocinaría la cena, limpiaría los desórdenes de mis hermanos. Y todo, porque a alguien del más allá había decidido castigar a mi madre con el cáncer. Alguien había decidido que ella no vería a sus hijos casarse ni conocería a sus nietos. Alguien o un algo, pero de todas formas, un sin corazón. Porque lo que no te mata, no te hace más fuerte, te hace querer haber muerto.
Y mi madre no tenía ganas de vivir. Entonces no era tan ángel como yo creía.
Una veterana mujer, cuyo nombre no recuerdo, me confesó su historia. Ella a los treinta y cinco años fue diagnosticada de cáncer mamario. Lloró como una condenada el primer mes, luego recordó que ella no era un cáncer, ella era una mujer. Una mujer con una pequeña hija, una mujer con hermanos, una mujer medianamente joven cuyos sueños aún no se cumplían por completo. Y un día, uno de esos días en los que no podía mantenerse en pie por la quimioterapia, un buen amigo le hizo la siguiente pregunta: “¿Quieres morir?”, entonces, como pasa en las películas, todos los recuerdos de su niñez y adolescencia, acompañados de sus años de universitaria, junto al nacimiento de su hija y la muerte de sus padres, llegaron a su mente en rápidos flashbacks. Tenía la opción de morir, las deudas del banco saldarían y no tendría que preocuparse por los papeles del divorcio, era fácil. Muy fácil. Su otra opción era luchar y costear un carísimo tratamiento, pero, ¿cuál era el fin de costear ese tratamiento? ¿Ella hacía lo que su alrededor quisiese que hiciera? ¿Ella lo hacía porque era moralmente correcto? ¿Era un acto mecánico? Y se respondió a la pregunta: Ella se amaba. Ella tenía mucho para entregar. Ella era una mujer necesaria, ¿por qué? Porque era un humano, uno de los de verdad, y entonces decidió vivir. A los pocos meses la enfermedad se había esfumado por arte de magia, un milagro, según su familia. Pero ella me dijo que le sucedió porque ella lo había decidido…
Le hice la misma pregunta a mi madre. Ella no respondió.
***
Nota: Si escuchan la canción de multimedia, creo que es lo que Abrielle siente cuando ve que su madre se va. En su familia todos intentan ocultarlo todo, su padre le hace creer que todo estará bien, lo que es mentira, ya que, la madre de Abrielle en este capítulo se interna en un hospital con urgencia. Ella desea sentirse como en casa, pero siente que aún está en un vacío.
Comenten qué deducciones sacan al escuchar la canción.
***
Bueno, este es el primer capitulo editado por completo. Espero, de todo corazón, que les haya gustado. ¡Díganme qué opinan en los comentarios! Y voten si les gustó lo suficiente(:
Me esforcé mucho en esto y espero que continuén leyendo. Si tengo buenas críticas el próxima capítulo lo subiré el Viernes.
ESTÁS LEYENDO
"Oye, Fea" | Harry Styles |Editada|
Fanfiction"Tu soledad alimenta mi alegría" "No existe un nosotros" "Oye, fea, ¿terminaste de llorar?" El tiempo del cambio y de la opresión ha llegado a la vida de Abrielle Lewis. Su madre ha sido diagnosticada de cáncer mamario, su padre está al borde de la...