•|Chapter 1|•

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El filo de las cartas de aquella partida de póker se tornaba peligroso cuando había tanto dinero de por medio. Las cinco sillas de madera de fina fabricación sopesaban culos muy importantes. Secretario de guerra Lewinsky, Secretario de Estado Datrovek, dos ministros de poca lengua y mucho expediente corrupto y el joven Rascalov. Hijo de Petrov Rascalov, hombre que sostenía la corona de la Mafia Rusa en la actualidad. Dimitry respiraba con tranquilidad, había algún que otro guarda, las apuestas habían subido recientemente. El ambiente se había acalorado con los vasos de whisky y tabacos de hojas cultivadas bajo extrema supervisión. Contrario al joven, los de mayor edad sudaban un poco. De vez en cuando uno de sus subordinados alcanzaba un pañuelo de seda y tranquilizaban la ansiedad de los políticos. Dimitry sabía que esa noche entraron al privado cinco personas...diez, contando a los guardas; pero solo saldría uno. Aun así, las cartas se colocaron en la mesa y los vítores de parte de los de barba y arruga comenzaron a oírse por cada rincón de la apretada sala.



Dimitry había perdido, pero mantenía aquella sonrisa diabólica...



ꟷDebes aprender un poco más antes de mezclarte con los grandes, muchacho...ꟷemitió criterio burlón el Secretario de guerra. El joven Rascalov levantó la vista de su sitio y sus ojos desaparecieron dando paso a una elegante sonrisa cuadrada en su descripción más única. Fingiendo inocencia se levantó de su silla y se golpeó la cabeza con su mano, dramatizó dolor a la perfección mientras apoyaba su mano libre en la mesa de madera tallada.



ꟷVaya, me han vuelto a ganar otra vez... ¿será que jamás podré ganarles ni una sola partida? ꟷLos presentes comenzaron a reír ante el sufrimiento del chico. Comenzaron a repartir algunas fichas ignorando el lamento del joven. La verdad es que al inicio se sorprendieron del atrevimiento con el que se presentó. Pero poco a poco se habían acostumbrado a verle por allí y los músculos se fueron aflojando día tras día; y los bolsillos aumentando. Aquellos señores después de los viernes en la noche, se jactaban de ganarle al estúpido e insolente hijo de Petrov Rascalov. Una semana entera riendo entre ellos a espaldas del chico e incluso en su cara. Nadie imaginaba lo sangrienta que se volvería esa velada ꟷo quizás... ¿será que no me interesa ganarles? ...digo, ¿Quién quiere jactarse de ganar a un muerto? Eso es muy bajo ¿no creen?



Dimitry no dio tiempo de reaccionar ni al más refinado experto después de balbucear aquellas palabras. Sus armas escurrieron del estuche de cuero como si estuvieran untadas con grasa. Las balas no dejaron de salir de a dos, dando en el punto correcto. Dimitry Rascalov, alguna vez nombrado como: el loco de las armas. Él prefería decir que solo era un fanático, su habilidad de matar se debía a la conexión que tenía con aquellas máquinas de acero y pólvora. Las entendía como vivas, las llamaba amigas y crecía la suficiente confianza para no fallar tiro alguno. Pero de los presentes, nadie imaginó ser testigo de lo que comentaban las lenguas cizañeras. El exterior era muy ruidoso para que alguien pudiera imaginarse que la sala había sido silenciada con el fino metal de la bala. Tiros perfectos y sangre por todas partes. Las cabezas de miradas perdidas impactaban contra la superficie de la mesa. Gritos desesperados de piedad, palabra que el joven desconocía significado. Todo un circo de sesos y cuerpos sin vida amontonándose en aquella "caja de granos". Claro que nada saldría en las noticias. La policía tampoco se desgastaría en una investigación. Seguro los familiares de todos ellos se pelearían por las cuentas infladas de dinero ilícito.

Pero en esta sociedad ¿quien está limpio?


Devolvió sus compañeras al suave envoltorio de cuero y salió a paso lento de aquel sitio. Se relamió los labios al sentarse en el asiento acolchado de su Ferrari nuevo. Un giro de llaves y el motor rugió molesto siendo presionado de forma brusca por el acelerador. Dimitry no dejaba de sonreír. Le encantaban los finales felices. Ahora estaría bien un buen sexo duro. Pensó ir a alguna fiesta de pijos y levantar la falda de la primera chica que se ofreciera, pero su móvil vibró y se colocó los auriculares para responder esa llamada de larga distancia.

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