CAPITULO 2: La Punzada EDITADO

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7 de mayo de 2010, Minnesota, 3:00 AM, casa CRCBX

Catorce años después de la entrevista a los Argentan

"Narra Kayla Johnson", 14 años.

Dolor, mi piel arde.

Dolor, mi corazón duele por sus contracciones arrítmicas.

Dolor, mi cabeza retumba.

Dolor, cada respiración es humo denso.

Dolor, mis oídos aturdidos por el dolor.

Es todo lo que siento en mi parálisis del sueño; siento un vacío en mi alma. Veo el techo de mi cuarto, apenas iluminado por la ventana; mi garganta y boca están secas.

Me desperté hace unos veinte minutos; no puedo moverme ni hablar. Nunca sentí tanto dolor en la vida. Creo que moriré. Hace unos años escuché a mi hermana coetánea, Ariana, estudiar para uno de sus exámenes. Síntomas de muerte inminente.

Quiero llorar, pero no puedo. Solo siento un nudo en mi garganta, mientras todos los demás síntomas se intensifican. Es la señal. Solo quiero morir y dejar de sentir dolor.

El nudo en mi garganta se transforma; ahora no puedo respirar. Me estoy asfixiando.

Mi cuerpo, al fin, empieza a moverse; mis reflejos se activaron. Caigo de mi cama y vomito en la alfombra. Intento levantarme, pero aún siento mucho dolor. Gateo hacia la puerta cerrada; apenas puedo coordinarme para quitar el seguro. Si no viviera en esta casa desde que tengo memoria, apenas podría abrir la puerta.

El peso de mi cuerpo recargado en la puerta ayuda a que se abra. Caigo en el duro y frío piso del pasillo. Veo cómo la mayoría de mis "hermanas" están casi igual. Avanzo hacia Agnes, que es la más cercana a mí.

Solo escucho mi arritmia acompañada de el intento de hablar de mis hermanas.

Mi garganta quema; siento que escupiré fuego. Ninguna puede gritar o moverse. Solo salimos de nuestros cuartos para morir.

Veo cómo Agnes se arrastra por el pasillo, hacia la puerta que da a la sala. Ariana llega a mi lado; apenas puedo procesar su mirada. Piensa lo mismo que yo; moriremos.

Las dos intentamos abrazarnos en medio del pasillo. Somos casi gemelas; nacimos el mismo día, misma ciudad, tenemos el mismo maldito tipo de sangre.

El dolor disminuyó en mi piel, respiración y oídos. Aprovecho para gatear hacia Agnes, que apenas puede alcanzar el pomo de la puerta. Gracias a Dios, no tiene seguro. Logro abrir la puerta; veo cómo Agnes se desvanece justo a mi lado frente a la puerta.

Apenas pude gatear y abrir la puerta. Intento mover el cuerpo de Agnes, pero ella es más grande que yo y apenas tengo fuerzas. Forzar mi cuerpo me descompensa aún más. Volteo al resto del pasillo; la mayoría están desmayadas. Las que quedamos conscientes vamos por el mismo camino.

No me queda energía ni para mover la cabeza. Veo las respiraciones conscientes igual de aceleradas que la mía. Mi cuerpo y el de Agnes bloquean la puerta.

La mayoría de nuestros padres nos abandonaron en este lugar, y los que no abandonaron a sus hijas están en una convención en Suecia. Creo que mis cuatro hermanos están en las mismas condiciones, en la puerta al otro lado de la sala.

Tardarán en encontrar nuestros cuerpos al menos dos días, cuando las universidades y la clínica notifiquen nuestra ausencia, y nuestros padres lleguen a la ubicación secreta de la casa que solo puede ser abierta por las huellas de alguien de la familia.

Soy la última consciente; los ojos ya me pesan, y mi respiración sigue ardiendo. Cada vez se vuelve más lenta.

Cierro los ojos y suelto mi último aliento.

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