Huesos

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-No me jodan por favor, no me jodan.

El Cazador estaba harto de verdad. Tenía diez minutos matando esqueletos que volvían a la vida sin importar cuantas malditas veces los destruyera. Para colmo, algunos hacían acrobacias totalmente sacadas de la manga, de modo que un instante los tenía en frente y al siguiente le picaban el trasero con sus sables.

-¡¿Ya terminaste, puto Romeo?! -gritó lo más alto que pudo.

-¡Ya voy! –respondió al poco tiempo una voz ahora bastante familiar.

Un momento después el Latente bajó la breve colina y ambos cruzaron el puente colgadizo corriendo.

-¡¡No vayas delante de mí, eres muy lento, me van a alcanzar todos los esqueletos!!

-¿Qué quieres que haga? ¡Si me quedo sin energía no puedo correr! –el Latente volteaba de cuando en cuando para ver a un Cazador que, desde hacía varias horas, estaba más interesado en matarlo a él que a cualquier otro enemigo.

-Tal vez si te hubieras puesto la armadura que yo te dije, no estarías tan pesado y podrías correr más.

-Pero esa armadura no me protegía contra la hemorragia--

-PERO SE TE VEÍA BIEN

Tenían casi dos días enteros tratando de atravesar las Catacumbas de Carthus y el Lago Ardiente. Para el Cazador cada área era peor que la anterior. Por si fuera poco, al Latente se le había ocurrido ayudar a otro latente, uno llamado Anri de Astora. Y habían terminado encontrándolo de nuevo en el peor lugar de toda la zona superior justo antes del puente colgadizo, con mil esqueletos atacando por minuto.

-Bueno y ¿qué estabas hablando en la colina con ese latente?- preguntó el Cazador tras llegar a un lugar seguro.

-Ah, le dije que encontramos a Horace en la cueva...y que tuve que matarlo -respondió el otro mientras se acomodaba en posición de descanso, con la cabeza agachada- Se puso muy triste y ahora me odio a mí mismo.

El Cazador lo miró de reojo. Recordó que un día antes cuando encontraron a Anri, el Latente también se había demorado hablando con él. Los asuntos personales del idiota que ahora lo guiaba por las Catacumbas no le interesaban, y aun así no pudo evitar voltear una vez más para ver a Anri antes de salir de la habitación. Algo en él, en su voz y en la forma en la que repetía el nombre de su compañero perdido le parecía trágico.

-Hmph, no puedes salvar a todo el mundo.

El Latente alzó rápidamente la cabeza para ver al Cazador.

-¡Pero es solo un chico! –dijo en una especie de sollozo.

El Cazador frunció el ceño y esquivó lo que imaginó sería una mirada de cachorro en el rostro de aquel bruto.

-Eso no era un chico, era un tanque de 2 metros y te mató una vez.

-No Horace ¡Anri! Ojalá hubiera una forma de llevarlo conmigo.

-¿Qué? –un destello de indignación se asomó en la voz del Cazador. Pareció notarlo pero recuperó su dignidad a tiempo, se enderezó y sacudió polvo imaginario del abrigo- Un costal de huesos es suficiente, no necesito otro más. Evita que tire accidentalmente a tu noviecito por un acantilado.

-Ah, él nunca se fijaría en mí. A no ser...

Los ojos del Cazador le atravesaron el cuerpo entero como cuchillos envenenados.

No quería admitirlo, pero estaba física y mentalmente agotado. La odisea del Lago Ardiente le había drenado gran parte de su fuerza vital. El gusano gigante, la maldita ballesta con 99% de precisión, muros ilusorios por todos lados y cabras poseídas en cada esquina. A pesar de que el Latente había fanfarroneado sobre cómo conocía perfectamente la zona, estuvieron horas perdidos en las ruinas de los demonios antes de regresar a donde se encontraba Anri. Flashbacks de los últimos dos días iban y venían en la mente del cazador, mezclados con las ganas de romper muchos jarrones rodando y después dormir un mes.

Desbalance CósmicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora