Ronald aguantó la respiración mientras que el fuego se hacía paso por la plaza del distrito. El lugar donde habían estado los puestos de comida, ahora estaba desolado. Solo él y su pelotón. Armados, sudorosos y estupefactos.
Neil estaba delante suya, preocupado por su familia. Necesitaban acabar con los intrusos antes de que estos encontrasen a la gente de la ciudad. Sería una masacre. Giró un poco su rostro para ver a su hijo dar órdenes a sus compañeros, estaban angustiados.
No muy lejos de allí, Jackson Silver fumaba con una gran sonrisa de victoria. Estaba listo para luchar, robarles lo que le habían arrebatado a él. Años de felicidad, a sus padres.
Por unos segundos la imagen de sus hermanos apareció en sus pensamientos. Megan estudiaba en el salón junto a Hann quien dormía en sus muslos, tranquilos, sin tener ni idea de lo que estaba ocurriendo.
Totalmente diferente a la realidad.
En un pequeño refugio, justo a las afueras del distrito, el ambiente era ajetreado. Las enfermeras corrían de un lado a otro mientras que las personas buscaban a sus propias familias. Holly tenía una gran lista entre las manos y recitaba los nombres de los ingresados repetitivamente . Algunos contestaban y entraban en las cortinas que la mujer tenía tras su espalda.
El agobio de la gente se quedaba incrustado en las paredes de metal, mientras que el aire estaba lleno de lamentos y reencuentros.
Justo al lado de la camilla donde descansaba Megan, una mujer abrazaba a su hijo pequeño llorando. La muchacha tenía los ojos abiertos, aún débil como para incorporarse, y observaba la escena con lágrimas en las mejillas.
Quería saber como estaban Neil y Ronald, necesitaba que estuvieran bien. Cerró los ojos y tomó el oxigeno que la mascarilla le proporcionaba.
No pueden morir.
Tienen que quedarse a mi lado.
Bale Sykes pateó la puerta de una vieja casa, podía escuchar gritos desde dentro mezclados con la alegría de unas carcajadas. Levantó su mano hacia Ronald quien sujetaba el rifle con fuerza, dejando sus dedos blancos por la presión que estaba empleando.
Entraron cuando el estratega bajo la mano.
La planta baja estaba vacía y en medio del pasillo se podía apreciar unas escaleras iluminadas por la luz de la luna llena. El pelotón, que consistía en seis hombres, subió con rapidez por estas. Neil Newman quedó justo delante de su hijo, así, si disparaban al introducirse, no lo matarían de primeras. Ronald examinó la espalda del hombre, tensa.
Volvieron a hacer el mismo procedimiento, Sykes bajó la mano con precisión y apuntando detuvieron la actividad del grupo de rebeldes. No dispararon, los enemigos no estaban armados.
La escena era extraña y angustiosa para la mirada de los soldados. Jackson Silver bebía de una botella de Whisky, trajeado. Sus amigos, estaban en el suelo, sobre varias mujeres desnudas y heridas.
Neil aguantó la ira que cubrió su pecho, tan solo eran unas crías. Ronald lo detuvo antes de que hiciera cualquier tontería.
–Alejaos de ellas, ahora.–Bale dio un paso quitando el seguro al arma. Silver se incorporó recolocándose el cinturón.–¡Levanta las manos capullo!–Exclamó el estratega, horrorizado por la frialdad de sus acciones. Parecía que no le importaba en absoluto estar apunto de ser asesinado.
Y así era.
Jackson estaba harto de la vida.
Megan se incorporó, en el momento que dieron el aviso de que los soldados habían vuelto. No podía creerlo, su corazón latió con alegría y sin importarle el dolor y la falta de oxígeno salió del barracón de enfermería.
Holly aplaudía junto a varias personas observando con orgullo como los militares entraban de uno a uno, heridos levemente, pero a salvo. Los Newman volvían a estar al completo. Megan se tocó el pecho sujetándose a una columna, débil. Ronald abrazaba a sus padres, pero en su rostro no había ningún rastro de alegría.
Hicieron contacto visual entre la gente, parecía que estaba preocupado.
Se reunió con ella cuando las personas comenzaron a marcharse. Ya no había peligro, solo heridos. La sujetó del brazo con delicadeza y la apartó de la vista curiosa de cualquiera.
El menor de los Newman quería hablar pero las palabras no salían de su boca, ya no lo soportaba más. Megan debía escuchar la verdad y aquel era el momento. Jackson moriría ahorcado dentro de tres días.
La joven notó como su corazón se rompía en pedazos, sus ojos verdes se volvieron oscuros y tuvo que sentarse en el frío suelo. El calor la sofocó repentinamente. Aquello no podía ser cierto. Ronald se sacó la gorra de la cabeza y la apretujó contra su trabajado pecho.
–¿Puedo verlo?–Preguntó la adolescente minutos más tarde, su mirada estaba perdida y notaba un gran vacío en el interior.
–Ven conmigo.–Le extendió la mano y Megan la observó con detenimiento.
Su único hermano vivo acababa de meterse en un gran problema y sabía, muy en el fondo, que ya nada volvería a ser como antes.
El adulto condujo hasta prisión. Aunque no hablasen durante el trayecto, notaban como si hubiera un ruido ensordecedor, el silencio estaba lleno de sonido. Megan, algunas veces, tosía y él se ponía en alerta.
Tal vez debía haber esperado a que descansase un poco más.
Al entrar en comisaría los trabajadores miraron a la joven perplejos, sabían perfectamente de quién se trataba. Megan no prestó atención, escuchando el sonido continuo de su sangre, bombeando con fuerza dentro de sus venas.
–Silver.–Ronald golpeó las barras de la celda con la mano.–Tienes visita.
Jackson se incorporó riendo como si nada ocurriese y Megan apretó los puños, enfadada.
–Megan...–Su risa cesó al ver a su hermana, con el rostro pálido y varias heridas sobre su rostro.
Estaba temblorosa y llena de rabia.
El prisionero aguantó una extraña vergüenza que recorrió cada parte de su cuerpo y Ronald se sorprendió al verlo tan vulnerable de repente.
La adolescente no necesitó hablar, la intensidad de sus ojos traspasaba el alma de su hermano.
–¿Dónde esta Hann?–Cuestionó.
–Tú lo has matado.–Su voz se clavó en él, estaba tan seria que parecía que no tenía ningún sentimiento, pero no era así, quería gritar de ira, de horror. Engañada. Dio varios pasos hacia la celda y se sujetó a las barras de metal.–¿Cómo has podido?–Escupió sufriendo un doloroso desengaño.–Sabía que eras estúpido pero te has convertido en basura.
El soldado notó como la joven aguantaba la compostura.
–¿Hann?–Los ojos del asesino golpearon contra la realidad. Megan estaba llevándolo a su punto más débil. Con agilidad le agarró de la muñeca atrayéndola contra él, siendo separados por la celda.–¡No mientas, joder!
Ronald la alejó y empujó al rebelde para que cayera al suelo.
–Quédate lejos.–Ordenó.
Megan se tocó el lugar, su brazo estaba marcado por la mano. Apretó los labios y negó con la cabeza. No soportaba la verdad. Siempre la decepcionaba pero esa vez, había llegado al límite.
Era uno más.
Sus rodillas golpearon las losas del suelo y se derrumbó. Con las manos en el cabello gritó, volviéndose loca.
Su hermano comprendió que era real y sentado en el pavimento colocó las palmas a sus costados, respirando costosamente.
La desesperación de Megan lo agobiaba.
Hann se aferraba a ambos, invisible.
Newman se arrodilló para poder calmarla, destruido por verla así. Quería calmarle el dolor pero era imposible, los jadeos le llenaban los oídos.
Ella ya había aguantado demasiado. Con su ayuda, volvió a levantarse sollozando. El soldado le frotó la espalda pero esta solo observaba al despojo humano que tenía ante ella. El odio cubría sus pupilas.
–Lo que más me duele es que no quiero que mueras.–Confesó y junto a aquella sinceridad única rompió a ambos hombres.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que llegue la paz
Storie d'amoreLa oscuridad los unió en un manto de cenizas y horror. Sangre y lágrimas forjaron la confianza, mientras que el amor quiso sanarlos a ambos. Megan, una joven superviviente de un bombardeo, y Ronald, un soldado; deben aprender a cuidarse mutuamente d...