Capítulo 19

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Ruby.

Algo venía.

El ambiente lo precedía. Era frío, helado, como el de un cementerio. Hacía que la cortina de la ventana del apartamento maldito, que estaba abierta, se moviera ligeramente por el viento nocturno.

Algo venía.

Ahí estaba Ruby, apoyada contra la puerta, mirando esa ventana con miedo. El pecho le subía y bajaba. Quería correr. Quería salir de ese lugar, así que con la mano tras la espalda trataba de girar la perilla y con el peso de su cuerpo trataba de empujarla. Pero cada intento fallaba porque, de alguna forma, la puerta estaba bloqueada del otro lado.

No podía salir del apartamento. No podía escapar.

Y algo venía.

Ruby lo sabía. Lo escuchaba. Lo sentía. Algo subía por las paredes exteriores del edificio. Piso por piso. Desde el concreto. Ese algo se había levantado y ahora trepaba con las uñas rasgadas y aferradas a la capa de pintura que recubría las paredes. E iba hacia ella. Inevitablemente, iba a atraparla. Por esa razón, por más que sacudiera la perilla, no lograría salvarse.

Porque algo ya estaba ahí.

Una mano del color de un cadáver se agarró repentinamente al borde inferior de la ventana. Luego, la otra mano se enganchó al borde lateral. Con lentitud, aquello tan espantoso se impulsó hacia arriba. Fue apareciendo el cabello desgreñado y pastoso, como si acabara de salir de un baño de sangre, mientras que el susurro que salía sin pausa repetidamente de los labios agrietados sonaba a resentimiento, furia y ansias de venganza:

—Me mataste... Me mataste...

Ruby tuvo que respirar con la boca entreabierta, porque el corazón le golpeaba el pecho en un nivel de pánico paralizante. Jamás había sentido un miedo tan aterrador. El miedo de que eso iba a hacerle las peores cosas que se le podían hacer a una persona, porque a eso había venido.

Centímetro a centímetro, apareció el rostro muerto, violáceo y furioso.

Cindy.

Justo antes de que Ruby soltara el grito, la muerta se abalanzó hacia el interior del apartamento a una velocidad sobrenatural para atraparla.

Ruby se despertó en un sobresalto emitiendo un agudo y fuerte grito. En paralelo, un trueno sacudió el cielo por la tormenta que estaba cayendo afuera. Se puso una mano en la sudorosa frente. Estaba agitada, tenía taquicardia y sudaba frío. Le costó un momento asimilar que había estado soñando y que no estaba en el apartamento maldito sino en su habitación, en su cama.

Se sorprendió un poco al ver que Scott seguía a su lado, boca abajo. Raras veces se quedaba en su apartamento. Tenía un brazo fuera del colchón, y la sábana le dejaba al descubierto una pierna y una de sus nalgas. Así no parecía una amenaza ni un tipo impulsivo. Solo el Scott del que se había enamorado. El entretenido. El que le sumaba riesgo a su vida. El que horas atrás la había desnudado.

Admitió que ni siquiera eso la había hecho sentir mejor.

Nada la estaba haciendo sentir mejor, sino peor.

Puso los pies en el suelo, buscó su ropa interior y se la colocó. Luego abrió uno de los cajones de su mesita de noche, sacó el tubillo amarillo y se dirigió directamente al refrigerador. Se detuvo frente a él y con las manos aún temblorosas por lo inquieta que la había dejado la pesadilla, destapó el tobillo para sacar la píldora antes de tomar el vaso con agua.

En cuanto lo sacudió sobre su mano, no salió nada. Estaba vacío.

Afuera, otro trueno resonó e iluminó el cielo por unos segundos.

El misterio de Dylan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora