Frost | Xuexiao

1.

Hubo una época, antes del invierno eterno, en la cual el pueblo de Sekil disfrutaba de tres estaciones: una donde flores y árboles brotaban embelesando las calles, con colores explosivos y brillantes, el verde pasto cubriendo el suelo y creando un tapiz esmeralda infinito; otra donde el sol irradiaba calor dándole prosperidad a los frutos y cultivos, los días eran más largos, significando más tiempo para la felicidad; y una última donde las hojas de las árboles se volvían de tonalidades cafés y anaranjadas al secarse, expandiéndose por doquier y revistiendo las calles del pueblo. Aunque jamás habían tenido una estación que les proporcionara frío, nieve o estelas de hielo goteantes por la mañana. El mundo no conocía el frío invierno.

En ese tiempo, la familia real fue bendecida con el nacimiento de su primogénito, luego de varias primaveras sin éxito por concebir al futuro heredero. La leyenda cuenta que hicieron una fiesta la cual duró un día entero, e invitaron a todos los pueblos cercanos y a todas las criaturas de las montañas. Les obsequiaron incontables regalos y todos festejaron con furor la llegada del príncipe. Un hada, convencida de la prosperidad que vendría a partir de ese momento, concedió al príncipe un gran obsequio: el poder del hielo. Con ello, el infante podría deleitar al pueblo de Sekil, creando escarcha del agua que existía por doquier, hasta en el mismo aire.

Los padres del niño se encargaron, con la ayuda del hada, de que su hijo aprendiera a controlar su gran poder porque, así como podía ser hermoso, podía convertirse en algo muy peligroso en manos equivocadas. El príncipe practicó a diario, esforzándose al máximo, hasta que por fin pudo dominar su gran don y, al lograrlo, tuvo un deseo para todo su pueblo.

El joven príncipe de gran corazón quería traer el invierno a Sekil, que disfrutaran del frío y la nieve por un tiempo, antes de que la primavera hiciera florecer a la naturaleza una vez más. Regalarles a todos un momento que jamás habían disfrutado antes.

Y así, nació la cuarta estación.

Todos los años, los aldeanos se reunían en la plaza principal, donde la familia real realizaba una pequeña celebración antes de que el príncipe, con sus poderes, inaugurara la última estación. A pesar de que a veces el frío resultaba inestable, los pueblerinos disfrutaban la época más que cualquier otra: los niños jugaban en la nieve y las familias aprovechaban para pasar más tiempo en casa con sus familias, manteniéndose calientes con ayuda de las chimeneas y fogatas.

El pueblo de Sekil usaba el invierno como época de unidad, por lo que se sentían eternamente agradecidos con la familia real; sentían genuino aprecio, en especial al príncipe, ya que nunca dejaba de demostrar lo bondadoso y gentil que era, siempre ayudando a los más necesitados y asegurándose de que a nadie le faltara alimento y un techo donde vivir. Además, con sus poderes ayudaba a los aldeanos a refrescarse durante los veranos de sequía.

Eran felices, hasta que la tragedia ocurrió.

Por cuestiones del destino, el Príncipe de Hielo se enamoró perdidamente de uno de los aldeanos, quien había sido su mejor amigo por años. Eran muy unidos pero, por desgracia, éste nunca correspondió a sus sentimientos y el chico tuvo que ver, devastado, cómo el amor de su vida contraía matrimonio con esa muchacha.

Abatido y con el corazón destrozado, el Príncipe subió hasta el punto más alto de la montaña y, allí, desató todo su poder, dejándose llevar por su pena. El dolor lo cegó, condenándose no sólo a él, sino a Sekil, el cual se vio envuelto en un invierno eterno. La nieve cubrió los árboles y el suelo, a pesar de estar en medio de la primavera, y el frío impetuoso los azotó.

Sekil no supo más de las estaciones; a partir de ese momento, sólo conocieron el gélido y helado invierno.

Se dice que el Príncipe desconsolado aún se encuentra al tope de la montaña nevada y que el invierno eterno no acabará hasta que el muchacho conozca, una vez más, la calidez del amor verdadero.