2.

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Así comenzó su nueva vida al lado de Xingchen.

Al principio los días se hacían largos, sin ningún tipo de entretenimiento más allá de los pocos libros que había traído consigo. Su teléfono fue una forma de distraerse, pero eventualmente la batería murió y no pudo hacer nada más; el Príncipe del Hielo ni siquiera tenía conocimiento de lo que era la electricidad, entonces recargarlo había sido completamente imposible. Además, sin internet no tenía mucho uso.

Tampoco ayudaba el hecho que el chico de blanco prácticamente pasaba de él, incluso olvidando que él estaba allí del todo, causando que un par de veces Xue Yang se viera frente a Shuanghua, recordándole al Príncipe que ahora vivía allí con él.

Sin embargo, a pesar del aburrimiento y malentendidos iniciales, Xue Yang se sentía a gusto en ese lugar; por fin podía admirar con mayor detalle la salida y la puesta del sol y, por primera vez en mucho tiempo, pudo dejar de preocuparse de lo que las personas de Sekil podían pensar. Seguramente estaban riéndose de él, asumiendo que había muerto a causa de su propia obsesión, pero le traía sin cuidado; ya no tendría que salir a la calle y escuchar sus comentarios hirientes, simulando no haberlos escuchado. Ahora podía estar tranquilo y continuar con su vida.

Xue Yang comenzó a acercarse más a Xingchen después de que este tomara su celular por error y preguntara qué era ese objeto. El muchacho pasó las siguientes horas explicando qué era y para qué servía, y no pudo evitar la risa que salió de su boca al ver lo sorprendido que el Príncipe estuvo al enterarse de que existía una especie de red que te permitía hablar con una persona en cualquier parte del mundo, buscar cualquier tipo de información y que todo ese conocimiento estaba contenido en un pedazo de plástico del tamaño de su mano.

Un par de días después, Xingchen le llevó al pequeño invernadero que tenía en la parte trasera del castillo. "Para matar un par de horas y que no te aburras tanto", le dijo. Xue Yang se quedó fascinado al ver que, dentro de ese lugar, la tierra no estaba congelada, lo que le permitía cultivar cualquier tipo de verdura o tubérculo que pudiera soportar temperaturas bajas.

—Aumenté la temperatura del lugar y conseguí derretir el hielo, aunque sólo puedo hacerlo en pequeñas secciones —explicó el Príncipe cuando el otro preguntó cómo era posible plantar en un lugar así—. Me tomó tiempo lograrlo, pero gracias a eso he podido sobrevivir todo este tiempo.

Una de las cosas que más le sorprendía a Xue Yang era que Xingchen era capaz de crear hielo que era un poco más resistente al calor y así poder forjar recipientes donde podían cocinar; se derretían, pero soportaban lo suficiente como para que pudieran preparar sus alimentos. Xue Yang no era un cocinero excepcional, pero se esforzaba y compartía todo lo que había aprendido de su madre, así que conseguían preparar platillos interesantes.

También compartían las pocas tareas que tenían, como cortar leña para el fuego y limpiar algunas superficies. En esos momentos, aprovechaban para conversar: Xingchen le contaba sobre las cuatro estaciones y la vida de Sekil antes del incidente, y Xue Yang acompañaba los relatos con una que otra broma que lograba formar una pequeña sonrisa en los labios del Príncipe. Al principio esa ligera mueca era suficiente para satisfacerlo, pero un día consiguió arrancar una suave risa de sus labios y desde ese momento se empeñó en escucharlo otra vez, sentir de nuevo esa calidez en su pecho.

Un día, mientras volvían al castillo con la leña recolectada, se toparon con unas extrañas criaturas hechas de hielo. Eran relativamente pequeñas, pero bastante agresivas, con ojos rojos, dientes extremadamente filosos y múltiples brazos y piernas. Xue Yang intentó advertir a Xingchen para que huyeran, pero para su sorpresa, el Príncipe se plantó frente a ellos y desenfundó su espada, no dudando ni un segundo en atacar. El muchacho presenció, perplejo, cómo el ser mágico se movía con tal gracia que parecía estar flotando, propinando golpes rápidos y mortales a dichas criaturas. En pocos minutos estuvieron a salvo, aunque el chico se quedó congelado un par de segundos más, incapaz de quitarle los ojos de encima al Príncipe. Su corazón latía a mil por hora, seguramente por la dosis de adrenalina, pero algo le dijo que era por otra razón.

Frost | XuexiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora