•| Prólogo

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15 de febrero
23:27

La soledad es muy cabrona.

Piensas que es una salida, una manera de supervivencia, una forma de auto compañía. Pero te va consumiendo, poco a poco, sin siquiera dejarte oportunidad de evitarlo. Ni de asimilarlo.

Haces lo posible por hacerte su amiga, olvidas al resto, te alejas del mundo. Te pierdes en ti misma confiando a ciegas, se lo cedes todo. Y entonces ella te pilla por la espalda, desprevenida, vulnerable. Te retuerce un puñal en círculos una y otra vez, en el punto más agonizante de tu ser, hasta que no puedes sangrar más que un llanto ahogado. Entonces te hace ver todo lo que has perdido por su culpa, todos los caminos que ignoraste al escogerla.

Es peor cuando realmente no había ningún otro camino que no fuese el suyo. Cuando simplemente no la elegiste, fuiste atrapada. Te arrastró hasta lo más profundo y oscuro de su nombre y te encadenó a su lado, para siempre. Sin más opción que aceptarlo y tragarte las lagrimas, abrasantes; que con el tiempo van quemando cada milímetro de tu alma.

Y tú aunque lo intentas con todas tus ganas te ves obligada a no escapar de sus muros, a refugiarte del exterior en el frío y lóbrego corazón de la soledad, donde lentamente te vas pudriendo, sin dejar rastro.

Hasta que un día tan sólo quedan tus tristes cenizas. Las únicas que demuestran tu momentánea e inútil existencia, la cual solo sirvió para llenar más de mierda al mundo.

Y llegado el momento no puedes evitar preguntarte: ¿por qué?

¿Por qué no lo cambiaría? ¿Por qué prefiero esto?

¿Por qué no siento cómo si me faltase algo?

La respuesta es tan absurda que duele, desgarra. En cuanto lo asimilas, una flecha gruesa y oscura te atraviesa, dejando tan tremendo vacío gracias al cuál al fin comprendes.

Que nunca has tenido nada que extrañar.

Nunca nada ni nadie te ha dado motivos para echar de menos. No has recibido una sonrisa, ni un saludo, ni un abrazo. Jamás has gozado de la compañía, de un paisaje, de una comida. Pero en ningún momento te has parado a pensar qué era lo que esperabas ansiar, qué es lo que realmente querías poder disfrutar.

Y eso, únicamente eso te da motivos para sentir como tu cuerpo al completo se desmorona, como cada partícula y cada átomo agoniza como si de una tortura tratase.

Pero no por el hecho de sentirse vacía, hueca; sino por no poder siquiera imaginar estar de ninguna otra manera. Todo fuera de los muros de la soledad se ve borroso y sombrío, casi tanto como tu mera persona. La luz del exterior de la cueva es inalcanzable y resbaladiza, ardiente de imposibilidad.

Es por ello por lo que te sientes aislada. Por lo que estás aislada. Sola. Desgraciada.

Eso era lo que circulaba por su mente subida a aquel bordillo. Lo único que le taladraba la consciencia; con las mejillas húmedas y los ojos vidriosos, deprimentes, chorreantes de lágrimas. La mirada violácea perdida en algún lugar, y los delgados y pálidos brazos moteados con marcas de golpes.

El pelo oscuro se pegaba a su frente por el sudor, y ella lloraba sin cesar. No encontraba razones para sentirse tan miserable como lo hacía, para temblar como lo hacía.

Todo le gritaba "salta ", y ella quería.
Por eso lloraba.

Por no poder pensar en alguien en ese justo momento. Por no ser capaz de sonreír, por no encontrar ni un solo instante de sus míseros 15 años que le diesen motivos para hacerlo.

Las uñas clavadas en las palmas de sus manos se mantenían firmes presionando su clara piel, desgarrándola. Sus rodillas vacilaban ante su ligero peso, amenazando con dejar de funcionar en cualquier momento. Caería hacia la deprimente nada, se libraría de su tortura. Era su patético final, el punto de meta.

La delicada brisa helada mecía su melena oscura, larga y suave; tornando su piel de gallina por donde posaba sus gélidos suspiros.

Apretaba los ojos con fuerza, en un intento fallido de retener las lagrimas cargadas de tristeza que atravesaban sus mejillas rosadas, hasta abandonar su barbilla y morir en el asfalto.

Si saltaba, se acabaría. Terminaría por fin. Escaparía de si misma... ¿por qué no lo hacía?

Algo escondido en sus más perdidas profundidades la aferraba a aquel borde de cemento. Entonces fue cuando todo su interior se contrajo al notar un movimiento a su izquierda.

Era imposible, no podía estar pasando. Había comprobado que todos dormían antes de subir a la azotea. Se había asegurado de no hacer ni el más mínimo ruido, nadie podría haber sabido ni sospechado que estaría allí.

Pero al volver la mirada sumida en llanto no pudo sorprenderse más.

Tanto que por un segundo se precipitó hacia la caída libre. Pero no pasó, para su desgracia. En todos los sentidos habría deseado unirse con la nada justo al girarse.

Los ojos claros y caídos de su padre la observaban con frialdad, mientras que la escasa luz bailaba de manera pertubadora por el rostro de aquel hombre.

Pero no del "padre" al que ella se terminó acostumbrando, aquel agresivo viudo con el que convivía desde que tenía memoria.

Era su verdadero progenitor quien yacía de pie a unos metros de ella. Rígido, sin expresión alguna; con sus iris posados sobre la joven, analizándola.

— ¿Saltarás?

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Mitad & Mitad [R.U.] #1 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora