— Madre mía.
La voz atravesó sus tímpanos sin piedad y sus párpados se separaron con pesadez.
— Madre mía.
Sentía un pálpito constante en ambas sienes, un martillo golpeando sin cesar su cráneo. El olor a tierra mojada y musgo la envolvía, revoloteando por el aire caliente que entraba por su nariz.
La joven guió la cabeza hacia el sonido pero no encontró figura alguna. Algo duro y frío se adhería a ella por debajo, y fue entonces cuando recordó donde se encontraba.
Se despegó de la hierba húmeda con esfuerzo y analizó el panorama. El sol aún asomaba entre las copas de los árboles, con intensidad, calcinando sus retinas. La ropa empapada seguía unida a su cuerpo, helada y sucia; desprendiendo un desagradable olor. La mochila calada yacía a un lado, oscurecida por el agua.
Se sentó con incomodidad sobre las florecillas diminutas y presionó los dedos sobre sus párpados. La cabeza aún le bombeaba, tenía la vista descentrada y los brazos y piernas punzantes, pero flotaba en una nube de absoluta tranquilidad. Como si estuviera drogada.
Clavó una rodilla en el suelo mojado para darse la vuelta y marcharse, y en ese momento se percató de los ojos estupefactos que permanecían sobre los suyos.
La voz, venía de detrás.
— Tú...— el joven dirigió un dedo hacia la chica aún con la expresión de extrañeza pintada en su rostro aceitunado, frunciendo el ceño.
Katia parpadeó un par de veces, contagiándose del pasmo que emanaba de aquel desconocido. Se había quedado completamente en blanco, expuesta a la intensa mirada del chico, sin saber que hacer o decir. Tenía un hilo invisible que le sellaba los labios.
Negó rápidamente con la cabeza y analizó todas las direcciones con la mirada.
— Estabas...
El extraño dio unos pasos hacia ella y esta retrocedió, deslizándose de espaldas.
¿Qué quería? No lo había visto nunca, y no parecía alguien de quien pasas de largo. Mucho menos tratándose del pueblo en el que vivía.
Su pelo oscuro desordenado se disparaba en todas direcciones, dejando mechones sueltos que se interponían en su mirada azulada. La piel tostada de su cuello brillaba por el sudor, y su respiración agitada resonaba por la cabeza de la chica acorralada. Tendría más o menos su edad, quizá mayor uno o dos años.
Jamás había visto a nadie tan irreal.
Era alto, y su figura la hacía sentir diminuta. No era corpulento, más bien de complexión delgada, pero ella era pequeña en comparación. Como un inocente conejito a la sombra de un veloz perro de caza.
— Estabas... tú... cómo... ¿dormías?
Su mente procesó un minuto para comprender que el joven aguardaba una respuesta. Los iris celestes del extraño la observaban con sumo cuidado, como contemplando un jarrón de porcelana. Un escalofrío reptó por su columna vertebral.
Se negaba completamente a dejar escapar cualquier gesto, palabra o acto que incitase al extraño a seguir hablando, no permitiría la interacción con alguien de aquel sitio. Ella era incapaz siquiera de pensar en verse conversando con alguien en ese momento.
Evitó asentir, negar, mover las manos o separar los labios, tiesa en el suelo, con la vista fija en las zapatillas llenas de barro del chico.
Eran de un azul eléctrico oscuro desgastado, con los cordones atados de mil maneras y las suelas embarradas. No se distinguía un logo o una palabra que dejase ver la marca — aunque ella tampoco podría haber averiguado de cuál se trataba incluso con esta escrita en mayúsculas—, de modo que supuso que serían baratijas compradas de cualquier mercado en 10 kilómetros a la redonda.
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Mitad & Mitad [R.U.] #1 ©
Roman pour AdolescentsCada luz tiene una sombra... o eso dicen. Los secretos, la oscuridad, los engaños... nunca son amigos de nadie. Katia Marsh no ha tenido una vida fácil, sus demonios pelean con ella cada minuto de cada día; agotan sus fuerzas al 0. Chiara Davies vi...