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Luna etérea, día 25. 20:50

Faltaban pocos minutos para que empezara el baile y Dorothea ya estaba lista y maquillada. La profesora Manuela le había hecho los arreglos necesarios al vestido y le había ayudado con el maquillaje. Estaba preciosa y lista para deslumbrar a toda la audiencia, pero una sombra de duda le nubló los pensamientos. Parece ser que el fantástico rumor que se le ocurrió a Sylvain para convencer a Ferdinand de que bailara con ella se le había ido de las manos. Los hechos apuntaban a que un jovencito que no podía contener las mariposas de su estómago había hecho correr dicho rumor como si fuera una leyenda y ahora todos los alumnos estaban obsesionados con bailar con alguien a las doce de la noche. Eso era peligroso, estaba segura de que Ferdinand haría todo lo posible para bailar con Edelgard ese último baile. Pobre iluso, como si le fuera a ser tan fácil despegarla de Hubert. Tampoco estaba segura de que Sylvain estuviera dispuesto al 100% a echarle una mano, seguro que en el momento menos oportuno estaría bailando con alguna chica... O con sus manos perdidas bajo la ropa de ella.

Sin saber realmente como había ocurrido, Dorothea se había obsesionado con el hecho de compartir su último baile con alguien especial. Esa idea le había parecido una bobada cuando Sylvain la sugirió, pero ahora no podía quitársela de la cabeza.

Sonaron nueve campanadas y Dorothea recuperó su cabeza de entre las nubes. Las puertas del salón se abrieron para dejar paso a la banda y a ella. La sala ya se había llenado de gente y se sentía un poco intimidada de ser la única alumna que llevaba un atuendo distinto. El salón principal del monasterio de Garreg Mach estaba decorado para el gran evento: habían puesto más velas en todos los candelabros para que hubiera más luz, cortinas adicionales ayudaban a separar las zonas de los lados del escenario del resto de la pista de baile y los instrumentos de la banda estaban ya listos para que los músicos tocaran bellas melodías para el disfrute de los asistentes. El público aplaudió cuando los integrantes de la banda fueron tomando sitio y se disponían a empezar ya con la primera pieza. Dorothea subió al escenario y los aplausos se intensificaron. Se escuchó algún que otro silbido y piropo proveniente de la parte masculina de los asistentes. Observó los rostros de los presentes, deslumbrados por su belleza. Hizo una reverencia e hizo una seña a los músicos para que empezaran a tocar.

Estaba acostumbrada a ser el centro de atención desde que estaba en la compañía de la ópera, pero por desgracia ese día no le tocaba cantar sino bailar. Sonaron los primeros acordes y se concentró en los movimientos de sus pies y de sus brazos. Acompañó el ritmo tranquilo de la canción con movimientos suaves y circulares, dejando volar las telas que colgaban de sus muñecas. Procuraba no prestar atención al público, pero era inevitable fijarse en sus caras de asombro al verla bailar. El ritmo de la canción aceleró y con ella sus movimientos se volvieron más raudos. Antes de que se diera cuenta, habían pasado ya algunos minutos y la canción estaba por acabar. Hizo una última postura, aguantando el equilibrio sobre su pie derecho y extendiendo el brazo izquierdo hacia arriba, simbolizando el querer acercarse a la diosa y lentamente bajó hasta acabar tumbada en el suelo del escenario.

Una sonora ovación inundó el salón. Dorothea se levantó y saludó al público con una gran sonrisa de satisfacción. Hizo reverencias hacia los músicos y hacia el público en agradecimiento y bajó por el lateral del escenario, quedándose detrás de la cortina para recuperar el aliento mientras bebía algo. Los asistentes estaban listos e inspirados para bailar también, les esperaba una agradable velada.

Trataba de relajarse sentada en un taburete cuando Ferdinand apareció asomándose tras la cortina. Eso era extraño, en estos últimos días no se habían visto mucho entre no tener clase y sus ensayos, ¿acaso había logrado seducirle con su actuación?

La noche del baileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora