DOCE

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Siento como me cargan. Me duele el trasero horrores. Abro los ojos lentamente. Ya es de noche y se puede ver a través de los grandes ventanales. Segundo día, un total fracaso.

Por el rabillo del ojo veo que estamos llegando a la segunda planta. Está a punto de girar, pero hago un sonidito, señalando la que es mi verdadera habitación, y no en la suya.

—No puedes. Tengo que tenerte vigilada y curarte las heridas.

Ahora se preocupa por mi ¿no? Que hipócrita. Llegamos a la habitación y me deja sobre la cama, boca abajo. Me quita el abrigo y me vuelvo a quedar totalmente desnuda. Entierro la cara en la almohada. Siento sus pasos de aquí para allá, y en otro segundo la cama se hunde a mi lado.

—Quizás pique un poco. Es una toalla humeda y una crema cicatrizante.

—¿Tan mal está? —pregunto.

—No tan malo. Tienes zonas moradas y otras rojas, pero como es la primera vez que hacemos esto te dolerá más y con esto es más fácil que cicatrice.

Tal y como me avisó, las curas duelen como el propio demonio. Dios santo. ¿Cómo voy a vestirme en la próxima semana?

Cuando termina se va de la habitación, dejándome sola. Mejor. No quiero ni verle. Siento un escalofrío correr por mi espalda.

Me levanto dolorida en busca de una manta o algo acolchado y suave que no me haga mucho daño.

Abro el armario empotrado. Anda que casualidad, aquí hay mantas y almohadas. Me agacho, viendo mejor cada una de ellas. Las toco sin mirar, guiándome por el tacto y hacer una buena elección.

Toco una de lana. Por el tacto se ve que es muy suave, aunque no tan peludita. Es como si hayan pasado años y la manta se hubiese ido deteriorando poco a poco. Tiro de ella y sale del ropero.

No puede ser

Esto es

EsEs

—¿Qué haces ahí? — su mirada baja hasta el objeto que tiene toda mi atención.

Le miro, con los ojos empapados de lágrimas. Bajo su mirada seria e impenetrable. Me acerco la manta al pecho, abrazándola

—¿Qué haces con eso?

—Te-tenía frío y —vuelvo a mirarla. Es igual a la que tenía. La manta de colores con el reverso de color blanco —¿de dónde sacaste esto?

—Era de mi hermana. Cuando hizo limpieza me la dio —me la envuelvo alrededor. Es exactamente la misma sensación.

—Déjame quedármela por favor. Yo tenía una igual, significaba mucho para mí hasta que la perdí.

Su mirada parece iluminarse por un segundo, como si hubiera visto algo que le ocasionó una alegría inmensa en el pasado.

—Quédatela.

La abrazo, y olvidándome del dolor de mi trasero me acuesto. Es igualita a la mía, incluso podría jurar que huele como la mía. Bueno, la mía olia fatal, pero para mi siempre conservó su olor inicial.

¿Dónde estará ese hombre?

No logro acordarme de su cara. Fue hace demasiado tiempo, y en mis sueños nunca logro verle la cara.

Mis ojos viajan hacia Andrew. Está estático, mordiéndose el labio. Sus manos están apretadas en puños, al igual que su mandíbula. Está tenso.

Le echo un vistazo de pies a cabeza. Este hombre no pierde la belleza en ninguna circunstancias.

¿En que estará pensando? Se está mordiendo el labio y su rostro se ha ensombrecido.

Pasión Prohibida © (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora