Capítulo 2: INSÓLITOS SUEÑOS

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Caminaba por la cálida arena mientras respiraba ese confortable aroma a sal y a lavanda, era una verdadera fragancia embriagadora que abrazaba dulcemente cada centímetro de mi cuerpo. El cielo, tan puro, limpio, y casto me transportaba a un mundo lleno de paz y armonía. El Astro Rey, resplandecía en todo su magnificencia, mostrándose imponente. La suave brisa jugaba con mis cabellos, mientras las leves olas mojaban mis pies, borrando cada huella que haya plasmado en la arena. El mar tan sereno y pasivo, me transmitía una profunda calma interior. Parecía una ilusión onírica, fuera del mundo terrenal.

Sentí una punzada en el pecho, y comencé a perder el control de mi cuerpo. Mi cerebro había entrado en una especie de trance, enviando señales nerviosas a mis funciones motoras, haciendo que mis piernas cambiaran de dirección, y se dirijan directamente hacia las aguas serenas del río profundo.

El agua me llegaba hasta la cintura, mojando las puntas de mis cabellos, que caían delicadamente sobre la misma, meciéndose a merced de la leve brisa. Me sumergí por completo, manteniendo la respiración y mis brazos y piernas comenzaron a moverse, adentrándose aún más en las sumisas aguas.

Una sensación insólita me consumió por completo, hasta el punto que me sentía impávida ante el posible ahogamiento. Sin saber cómo, respiraba libremente, sin que el agua se adentre en mis fosas nasales y en mi cavidad bucal, al ritmo que una extraña aura dorada cubría todo mi cuerpo.

Visualicé una especie de cueva subterránea, a unos pocos metros de donde me encontraba, y nadé en dirección hacia ese lugar extravagante, que emanaba una lumbre luz dorada. Cuando mis pies se apoyaron sobre su húmeda superficie, pude notar que el agua no ingresaba en ella, era como si presentara una delgada capa de protección.

Era una construcción propia de la naturaleza, sus paredes estaban recubiertas por piedras preciosas: zafiros azules, ágatas, amatistas, aguamarinas, circón, cuarzo, ónix, ópalo, y miles de otras más. En el fondo de la cueva, yacía un cofre plateado que me incitaba a acercarme a él.

Me arrodille frente al cofre y lo abrí, tomando entre mis manos una auténtica daga dorada, que procedía un aura nívea. En su empuñadura, brillaban aguamarinas azules y esmeraldas de un color verde pálido.

De repente, el agua que permanecía fuera de la cueva, comenzó a infiltrarse por la zona lateral y el pavor se apoderó de mí por completo. Guarde la daga en el cofre y procuré buscar una salida, pero el agua se acumulaba sobre manera, consumándome. No podía respirar, esa peculiar habilidad se había escapado de mis manos. Sentía pánico, pero de pronto, comencé a  alejarme de la imagen, como si un tornado me estuviese succionando a una velocidad asombrosa. La presión que el agua ejercía sobre mi garganta me asfixiaba extremadamente, opté por cerrar los ojos y no oponer resistencia.

Una luz potente golpeaba mi rostro, al tiempo que ladeaba la cabeza para escapar de la imponente rayos del Astro Rey. Pero una fuerte punzada en la parte frontal de mi cabeza, hizo que abra los ojos de golpe. Caí en la cuenta que ya habíamos llegado, al escuchar el chillido de una de las puertas abrirse.

—Tú sí que duermes como tronco. –espetó de mi hermana, saliendo del vehículo.

Froté mi cabeza y suspiré aliviada, al fin y al cabo mi subconsciente había proyectado una ilusión apócrifa, sin fundamente alguno. Salí del coche, estirando las piernas y miré maravillada el bello jardín de mi nueva casa, donde hermosas gardenias y jazmines crecían esparcidas por todo el extenso terreno.  La casa contaba con un piso, más planta baja, y estaba pintada con un tenue color verde en el portón, en la puerta principal y en el marco de las ventanas. Las pareces lucían un intenso color blanco, al igual que la soberbia hamaca de jardín.

—Hannia ven a ayudarnos. –indicó mi madre, sonriéndome.

Ella se encamino hacia la casa, abriendo el portentoso portón y luego la puerta principal, y no pude evitar sentir un dejo de emoción. Tomé tres pequeñas maletas y me encaminé hacia la casa, cruzando el pórtico, entrando al hall y luego al living, donde deposite las maletas sobre un sofá-cama, que posiblemente hubiese pertenecido al antiguo dueño de esta morada.

La casa era bastante amplia y bien cuidada. Esbocé una autentica sonrisa, a la cual mi madre no paso por alto, como su tuviera un gran valor inconmensurable para ella.

—Hannia… –musitó mi madre, haciendo que vuelva a la realidad. Fije mis ojos verdes en los suyos, y rechiné los dientes, extrañaba el brillo en sus hermosos ojos marrones, siempre me transmitieron una sensación cálida. —Quiero que sepas que también es duro para mí y que también lo extraño, él fue muy importante para mí.  –se acercó hacia mí, tomando mis manos entre las suyas. —Y te pido disculpas si no fui una buena madre, cuando tu más me necesitas. -esas cinco últimas palabras las mencionó con mas dolencia y pesar. Dejé mi orgullo de lado, y trate a abandonar mi estado de taciturnidad y reserva.

—Mamá, no debes disculparte… Te entiendo, fue muy duro para todas. –ella me abrazó, estrechándome entre sus brazos, añoraba esa muestra de afecto que desde el accidente, muy poco se repetía.

Mi hermana ingresó en el living con dos grandes maletas. Mi madre y yo nos separamos y Avril nos observaba cruzada de brazos.

—Dejen el cariño para otro momento, necesito ayuda con el equipaje. –soltó mi hermana, fingiendo enojo.

—Apenas cargaste dos maletas. –argumenté, encogiéndome de hombros.

Las tres rompimos en una leve carcajada y nos dispusimos a entrar el resto del equipaje. Una vez terminado, subí las escaleras hacia mi nueva habitación. Tomé el picaporte y abrí la puerta lentamente. Mi dormitorio era ideal. Contaba con unos ventanales gloriosos más un fenomenal balcón que daba vista hacia el jardín. Las paredes estaban pintadas con un purpura bastante pálido, y el marco de los ventanales de verde agua.

—Hannia ¿Qué tal si vas a familiarizarte con tu nuevo colegio? Al fin y al cabo las clases comienzan dentro de dos días. Además llegaron los hombres del camión de mudanza para acomodar los muebles. –gritó mi madre desde planta baja.

Deje mi bolso sobre una mesita redonda, que sin duda era antigua, y estaba tallada cuidadosamente sobre piedra caliza, sin ninguna imperfección. Me volteé para salir de la habitación, pero me encontré con mi hermana recostada sobre el marco de la puerta, impidiéndome el paso.

Enmarqué una ceja confundida y ella esbozo una media sonrisa un tanto socarrona.

— ¿Quieres que vallamos juntas al instituto?  –Recordar mi nuevo colegio, me recordaba a la faceta popular y glamorosa de mi hermana. Con su perfecto cabello castaño claro y lacio, y  su elegante forma de caminar y elocuente manera de hablar y de expresarse, mientras que yo suelo titubear, muchas veces. —Vamos Hannia, será un momento entre hermanas. –me encogí de hombros y asentí.

Me abroché la chaqueta de mezclilla y ambas cruzamos el hermoso y bien cuidado jardín. 

Almas Oscuras: ángeles y demonios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora