Capítulo 1: CAMBIOS

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El riachuelo fluía con naturalidad bajo el viejo y remodelado puente. Estaba sentada sobre una banca de madera  deteriorada, contemplando el quimérico atardecer. Era un paisaje digno de fotografiar, para una postal o una tarjeta de bienvenida. Los arboles del otro lado del río, le brindaba un aspecto tétrico y sombrío, en contraste con la enredadera de flores rojas y amarilla del puente, que le otorgaba una belleza única. La suave brisa mecía mi cabello rubio, y el aroma a eucalipto me llevaba a adentrarme en mis sueños, olvidando el mundo real.

Extendí mis manos y tomé una pequeña caja repleta de múltiples fotografías que yacía en el suelo a escasos centímetros de mí. Acomodé las fotografías de tal manera que quedaran apiladas en una columna, y así ocupar menos espacio en la caja. Abrí una maleta azul que descansaba detrás de la antigua banca de madera y deposité con cuidado la pequeña caja que albergaba las fotografías.

Fije mi vista en el aterciopelado césped, que estaba más crecido de lo que debería y suspire abatida. Mis ojos repararon en una fotografía, que reposaba a escasos centímetros de la maleta azul. La tomé entre mis manos y cerré los ojos con pesar.

La imagen mostraba un hombre, una mujer, y a una niña pequeña, sentados en una banca de madera, rodeados de árboles. Llevé la imagen a mi pecho y la abracé aferrándome al pasado. Se trataba de mi padre,  mi madre Elena y aquella niña era una versión mía de tan solo cuatro años de edad. Recuerdo que  mi hermana había insistido en tomarnos una fotografía, que  el Sol brillaba en todo su esplendor y que la brisa era casi inexistente.

Mi padre falleció hace ya dos años, en un accidente automovilístico. Era un día de tormenta y un oficial nos comunicó el trágico suceso. Mi madre se echó a llorar desconsoladamente, mientras yo subía rápidamente las escaleras para encerrarme en mi habitación. Mi hermana intentaba consolarla, al ritmo que dejaba escapar algunos sollozos. Fue una época de martirio, en especial para mi madre, quien estaba sumida en una leve depresión.

No pude evitar sentir cierto rencor hacia ella, ya que desde ese entonces, nunca asistió a una reunión que organizaba mi colegio, ni tampoco se preocupaba por el bienestar de sus hijas. Llegó hasta el punto, incluso, de que la presidenta de la editorial Black Eyes donde trabajaba, rompiera contrato con ella. Eso hizo que tuviera que buscar un trabajo para mantener el gran predio donde vivíamos, pero los gastos eran demasiados, y mi madre llegó a la conclusión que debíamos mudarnos. Ese rencor que sentía por ella, creció aún más, porque la cabaña la había construido mi padre, era su legado y mi único hogar, no podíamos marcharnos.

Cerré los ojos con pesar, ahora podría tener dieciséis años de edad, pero me sentía como una pequeña niña desprotegida, que anhelaba tanto volver a sentirse plena, deseando que las solidas agujas del reloj retrocedieran y se posicionaran en un solo punto, sin avanzar.

Guarde la fotografía en mi bolso, mientras las escasas gotas de una típica lluvia de verano, caían sobre mi rostro, humedeciéndolo.

—Hannia, ya es hora… –masculló mi hermana con un semblante de compasión, sosteniendo dos pequeñas maletas en cada mano. Sin embargo me quede en silencio e inmóvil. Mi hermana me estudio con la mirada y se sentó del otro lado de la vieja banca de madera, depositando ambas maletas en el suelo. —Esto es difícil para todos, yo me siento igual que tú, pero no hay otra alternativa y lo sabes ¿Cierto? –asentí con un movimiento de cabeza.

Mi hermana tiene dieciocho años. Es más alta que yo, posee unos hermosos ojos ámbar y un sedoso cabello castaño claro que le cae delicadamente sobre su fina cintura.

—No quiero irme Avril, sabes el valor que tiene nuestro hogar, papá lo construyó… –llevé el dorso de mi mano a la altura de mis ojos y limpie las lagrimas que amenazaban con salir.

—Lo sé, pero debemos hacerlo por él ¿No lo crees? Él no querría que nos estancáramos. –Avril se levantó de la banca y me extendió la mano, la cual tomé, resignada. ­–Vamos Hannia, si no lo haces por mamá que nos está esperando, hazlo por él.

Nos encaminamos hacía el viejo Volkswagen rojo, y depositamos nuestro equipaje en la parte trasera del mismo. Mi madre se encontraba hablando por el móvil muy amenamente, por lo que deduje, que la persona del otro lado de la línea era Laura, su amiga más cercana. Ella y mi madre estudiaban en la Universidad de Medicina, pero cuando mi madre conoció a Harrison, mi padre, algo cambió en ella, abandonó los estudios y se dedicó íntegramente a él. Pero la vida dio un giro inesperado a su favor, y la presidenta de la Editorial Black Eyes respondió el correo que mi madre le había enviado dos meses antes de abandonar la Universidad, donde en él figuraba una novela de romance que ella había escrito, la cual fue muy exitosa.

— ¿Listas? –preguntó entusiasmada mi madre con una sonrisa radiante, pero aún así no pase por alto su mirada triste, la ausencia de ese brillo que las personas siempre tienen en sus ojos cuando están realmente felices. Avril y yo asentimos, sonriéndole.

Nos dispusimos a acomodar todo el equipaje, mientras unos hombres terminaban de colocar los muebles en el camión de mudanza. Mi hermana se sentó en el asiento del acompañante y yo en el asiento trasero del Volkswagen. Una vez que el auto se puso en marcha, me limite a observar por la ventanilla, y así tratar de grabar en mi mente, lo que parecía un fastuoso cuadro sobre oleo: el hermoso paisaje arbolado, el puente con la bella enredadera de flores amarillas y rojas, el tranquilo fluir del riachuelo, la deteriorada banca, y principalmente: la cabaña de madera.

Nos dirigíamos a Valle de Delaware, Filadelfia, en el estado de Pensilvania, donde asistiré a Institute The Grand Union, uno de los colegios con mayor prestigio estudiantil, es especial, por su muy buena seguridad.

—Es mejor que intenten dormir, el trayecto será largo. –señaló mi madre, sacándome de mis pensamientos.

—Está bien, mamá. –respondió mi hermana, conectando los auriculares en su móvil.

— ¿Escuchaste Hannia? –levanté la vista, para encontrarme con la penetrante mirada de mi madre, que me observaba a través del espejo retrovisor.

Me encogí de hombros resignada.

—Sí, mamá.

 Suspiré abrumada, y cerré los ojos, intentando conciliar el sueño. 

Almas Oscuras: ángeles y demonios [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora