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Si hay algo que tenemos que aprender,
es a tener cuidado.
Cuidado de no romper a aquellas personas,
que la vida,
por una hermosa "casualidad",
o como quieran llamarle se encarga de ponerlas en tu camino
para ayudarte a sanar.

No todos sanamos de la misma manera.
Si, efectivamente.
Nadie sana igual.
No todos usamos los mismos métodos,
mientras a vos te gusta cantar,
a otros nos gusta leer,
otros corren miles y miles de kilómetros.
Todo depende.
Pero si algo tenemos en común es que todos,
absolutamente todos,
necesitamos una mano que nos sostenga,
que nos dé una palmadita en la espalda.
Quizás, no que nos hablen.
Que no nos aconsejen (o sí).
Solo necesitamos que nos acompañen en silencio en nuestro dolor.
Que no nos apuren en nuestro sufrimiento.
Que nos den el tiempo justo que necesitamos para sanar.
Que no nos intimiden.
Y sobretodo, que no nos dejen solos.

Entre tanto dolor, uno se puede perder en una oscuridad profunda.
Una oscuridad que intensifique ese dolor que ya de por si te puede estar matando.
Yo soy de las que necesitan que le traigan una frazada,
una taza de café,
y se acuesten conmigo en una cama,
o me acompañen en un sillón.
Esas simples cosa, hacen que no caiga en la desesperación de tanta angustia.
Sí, la angustia me asusta.
La tristeza me hace temblar.
Hubo un tiempo que fueron estas dos, agarradas de la mano, que me intentaron vaciar.
¿Lo peor? Lo lograron. Me vaciaron.
Me hicieron creer que no tenía nada,
que yo no era nada.
Sentía que me borraban la sonrisa.
Que me mataban el corazón a palizas.
Y fue entonces, cuando unas palmadas.
Un abrazo.
Una caricia.
Una mirada.
O cualquier gesto que viniera de aquellos que quería y aún quiero,
me sacaran de toda esa mierda.

Sí, hay cosas que sanan y que aún así,
nunca dejan de doler.
Pero no se trata de borrar eso que te hace mal,
sino de aprender a vivir con ese dolor.
Hacerte entender que ese dolor también es parte tuya,
y que, por ende, ese dolor también sos vos.

Agustina Godoy

RINCONES DEL ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora