Capítulo 23: El Origen de los Timeless [Parte 1]

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 ɾ ͜ Narrador Omnisciente ͡ ɿ

Los Timeless, la raza cuyos primeros genitores habían sido un grupo de diez humanos, desafiantes y ambiciosos como águila cazadora. Aunque el origen de esta historia comienza con veinte amistades de La Tierra, viviendo a mediados del siglo IV, cuya pequeña secta se había prometido conseguir la inmortalidad a base de mitos –que en realidad no lo eran– hallados en las ruinas de un templo Shao-Ling, al norte de China. Se decía que la eternidad no fue hecha para humanos por la debilidad mental y el innecesario sentimentalismo que poseían; por lo que solo almas frívolas y envalentonadas podían optar a alcanzarla. Los veinte muchachos, diez chicos y diez chicas, engallados por los torrentes de ambición que corrían en su sangre, se adentraron en un viaje para alcanzar la gloria que nunca moriría: la eternidad.

Luego de dos semanas de rituales indicados en las ruinas del templo, que desafiaban la moralidad escaseando en los veinte jóvenes, lograron contactar a la luz. La gran deidad, cuyo rostro nunca ha sido visto y cuyo nombre es distinto en cada región, no tenía tiempo para atender una situación tan irrelevante en el universo; sin embargo accedió al desafío de los jóvenes. Envió a ellos un hombre a medio vestir, con colgantes franjas de tela blanca cayendo sobre su piel. Una serpiente celeste rodeaba su bícep derecho y un escorpión dorado yacía en su hombro izquierdo. Se identificó como Sefadías, el arcángel que nunca se nombró en ninguna legión celestial revelada a los hombres. Llamó en par de veces a su escorpión Atzuel y a su serpiente le decía Rune. Les dijo a los chicos que él sería el encargado de guiar sus pasos por los retos a los que se enfrentarían. Les dijo que ellos no eran los primeros en desafiar las leyes del tiempo limitado sobre los humanos, y también que realmente no deseaban llegar a la meta, pero que él no se esforzaría en intentar convencerlos de desistir en la carrera. Los veinte chicos aceptaron adulantes.

Las pruebas habían transcurridos como auténticas pesadillas saltadas a la realidad; no se podía diferenciar si se trataba de una situación física real o algún marullo sucediendo en un psicodélico lugar perdido entre las dimensiones. Luego de un par de semanas, para cuando sus mentes ya estaban marcadas con las imágenes de cráneos explotando en sangre, resquebrajadas paredes aplastando cuerpos con órganos al descubierto, lava desintegrando pieles de humanos desconocidos, y otras traumatizantes escenas visuales, los retos estaban culminando. Casi la mitad de los desafiantes había muerto.

Para el último desafío, los once retadores restantes deberían correr a través de unos oscuros pasillos de un castillo ficticio, siendo perseguidos por lobos –o quizás eran coyotes– cuyas cabezas tenían forma de rostro de mujer, con espumosos labios de rabia. La parte estremecedora era cuando cada uno encontraba la solución luego de correr: a dos pasos de ellos, en una enorme cesta en un rincón, había cinco niños de enternecidos rostros y serenas expresiones mirándolos, pidiendo compasión. Sefadías les indicó que debían escoger a solo uno de los niños para ser salvado, pues los otros cuatro serían la comida que despedazarían los lobos tras ellos. La imagen sucedida después fue tan estremecedora como para permitirme narrarla, o como para que Sunny, la menor del grupo, cumpliese con el reto. Ella se negó a entregar a los niños, así que, con ojos arrepentidos por el viaje que había emprendido y la consciencia desvaneciéndose, vio a los lobos acercarse a ella para comenzar a rasgar su cuerpo y quitarle la vida para convertirla en su comida; aunque nunca supo si el castillo, los lobos, los niños en la cesta, o ella misma, eran reales o no.

Los otros diez retadores, cinco chicas y cinco chicos, quienes sí ofrecieron los cuatros niños a los lobos sin ningún tipo de pesar al ver cómo los desgarraban, fueron nombrados como vencedores. Yacían con una consigna de heridas sobre su cuerpo, y con otras más en su nivel almático. Luego de las atrocidades que habían visto, hecho, intuido o dirigido, su sentido moral ahora era un arrugado papel de basura en lo profundo de su emborronada conciencia.

DYNAMIS: Salvar o Destruir - [BTS & TXT] - (Agentes Especiales)Where stories live. Discover now