Prólogo

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Aquella tarde de invierno permanecía en mi pupitre con una mueca de disgusto

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Aquella tarde de invierno permanecía en mi pupitre con una mueca de disgusto. No me gustaba estar en aquella aula escolar más de lo necesario si podía evitarlo, pero aquel día tuve que esperarme por órdenes de la directora.

Sin embargo, llevaba una hora sentada allí y nadie me había dicho absolutamente nada. Me aburría como nunca y mirar por la ventana había dejado de ser un pasatiempo.

A pesar de no habérmelo dicho sabía que iban a adjudicarme un castigo por mi conducta, pero esta vez estaban tardando mucho en decidir uno.

¿Qué iba a ser? ¿Limpiar gomas de mascar, fregar el comedor o quedarse hasta tarde los viernes? Cualquiera de ellos era horrible de todos modos. Tenía que ir mentalizándome.

Suspiré. Tal vez sí que me había sobrepasado un poco. No tendría que haberle gritado a esa profesora mientras rompía su examen de literatura española delante de sus narices.

No había sido la mejor idea y mucho menos acabando de empezar el curso en mi último año.

—Kyouka Jirou.

Una voz femenina interrumpió mis pensamientos entrando por la puerta del aula. Sus zapatos de tacón resonaron por todo el lugar.

Era la directora. Una mujer de mediana edad con aires de superioridad. Nunca me había gustado, algo en ella me daba escalofríos. Su cabello oscuro y sus ojos penetrantes tampoco me ayudaban a estar un poco más tranquila ante su presencia.

—Directora.

Sus ojos negros se clavaron en mí y yo desvié la mirada fingiendo despreocupación. No podía negar que tenía cierto miedo por el castigo que iba a recibir, sabía que ninguno iba a gustarme lo más mínimo, aunque todo sería mejor que la expulsión.

Ella se acercó al mismo tiempo que se cruzaba de brazos con una expresión intimidante.

—En esta institución buscamos alumnos excepcionales y con talento. Que puedan tener un gran futuro—sabía que iba a empezar a recitar su típico discurso—¿Lo sabes, verdad?

En el aire se podía respirar un aroma a flores. Demasiado perfume para una sola persona.

—Sí, lo sé.

—Es un privilegio que estés aquí, así que te digo esto como última advertencia—me miró con el ceño fruncido—Recibirás un castigo y agradece que no hayamos decidido expulsarte. Y hablo de todas tus malas conductas, no solo la de esta vez.

Ante sus palabras resoplé para mis adentros a medida que mantenía mi mirada fija en mis manos.

—¿Cuál es el castigo?—pregunté. Quería saberlo cuanto antes. Era lo único que me importaba en ese momento.

—Te unirás al club de lectura durante todo el curso. Necesitan gente.

Al oírla no me pude creer sus palabras. Para otra persona ese castigo no sonaría tan mal a simple vista, pero a mí no me gustaba leer y menos pasar parte de mi tiempo en un club de instituto.

—Eso es una locura, directora—dije con la mayor educación que pude ofrecerle.

En el fondo lo que pensé en ese instante fue: "Ni de broma voy a estar todo el curso con un grupo de empollones, directora. Ah, y además es una estirada."

—Es tu castigo—gruñó ella por mi inconformidad—Está decidido y no vamos a cambiarlo.

Tras sus palabras sacó de su bolsillo un papel doblado y me lo tendió en mi dirección. Yo lo cogí mientras empezaba a desdoblarlo. Era un documento donde explicaba la ubicación del club, los horarios y parte del reglamento.

En lo único que me fijé en ese momento fue en que el club se encontraba en la última planta y que además tenía que ir los sábados ¡Los sábados!

—¿Qué? ¿Los sábados también?—mis ojos se abrieron por la sorpresa. Tenía que ser una broma de mal gusto—¿Quién ha hecho este horario? Es ridículo.

Estaba segura de que el culpable de haber hecho ese horario no estaba bien de la cabeza.

¿A quién le gustaba leer un sábado?

—¿Ridículo?

Frunció el ceño una vez más. No pareció gustarle mi opinión sobre aquel horario.

—Yo...—ella me interrumpió antes de que pudiera hablar.

—Si no te gusta el horario deberías hablar con la presidenta del club, no conmigo—comentó—Aunque no va a cambiar el horario por ti. Me aseguraré de ello.

No sabía quién era la presidenta del club, pero intentaría de cualquier manera convencerla. No tenía en mis planes estar leyendo los sábados mientras podría estar escuchando música.

—¿Quién es?—pregunté de mala gana. A pesar de sentirme intimidada, no me molesté en esconder mi mal humor.

—Yaoyorozu, Momo Yaoyorozu.

Al oír su nombre me resultó conocido, pero al mismo tiempo no conseguí hacerme una imagen mental de quien era ella.

Probablemente sería una de esas chicas que prefieren leer libros en el recreo que conversar con sus amigos. Seguro que no me sería difícil convencerla.

—Más te vale asistir. Le pediré a Yaoyorozu un informe de todo lo que haces—sus palabras iban maquilladas con un tono de amenaza—Ya puedes irte.

Antes de retirarse del aula me lanzó una última mirada. Estaba muy tensa y apreté el papel con todas mis fuerzas.

No pensaba asistir a ese club de lectura y para ello solo tenía que convencer a Momo Yaoyorozu. Sonaba fácil ¿No?

 Sonaba fácil ¿No?

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Rosas en el jardín | MomoJirouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora