Capítulo 38

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 "5 de Julio de 2010"

Habían pasado unos días desde que los hermanos habían ido al archivo para intentar conseguir algo de información. Tras encontrarse con un muro que ya e esperaban, decidieron pasar algún tiempo alejados de ese tema.

Diego, el párroco más viejo del pueblo, después de terminar sus quehaceres diarios, llamó a los hermanos. Los chicos esperaban que su tranquilidad fuera un poco más larga, quizás un par de días más, pero, por lo visto, eso no era posible.

Desde la última vez que se vieron, el anciano había estado buscando en la biblioteca del obispado sobre Lucas Macías. Tras muchas horas de lectura, encontró algo que a los chicos les podía resultar interesante.

Aunque él no tenía el teléfono de ninguno de los chicos, Samuel, su ayudante, si lo tenía. Se lo pidió y, a lo largo del día, les llamó. Quería quedar con ellos, si era posible, aquella misma tarde. Para los chicos era importante.

A poco de la hora de la comida, el sacerdote llamó a los chicos.

El teléfono de Aiden sonó.

_Buenos días. – Saludó Diego. – ¿Sois Mary y Aiden?

_Si, somos nosotros. – Contestó él. – ¿Quién es?

_Diego. – Contestó. – El mayor de los curas de Oeste-Village. Tengo algo que contaros.

El sacerdote les explicó el motivo de su llamada. Les pidió quedar esa tarde o, a lo más tardar, al día siguiente. A finales de semana, tenía que hacer un pequeño viaje por el que no podría quedar en varios días más.

Aiden miró a su hermana, que estaba escuchando toda la llamada por el altavoz del móvil. Ella asintió, haciendo entender al joven que pusiera él la hora que quisiera para la cita.

_Esta misma tarde podemos vernos. – Contestó el joven.

_Acudid a las siete a la iglesia. Samuel y yo estaremos allí a esa misma hora.

_Está bien. ¿No prefiere venir a casa? – Preguntó Aiden. – Estaremos más cómodos. Tenemos aire acondicionado. Usted y su compañero se podrían quedar a cenar. Preparamos algo rico para la ocasión.

_Te lo agradezco, pero tenemos que regresar. Vivimos en el seminario y dependemos de los horarios que nos imponen en él, por lo que no podemos hacer tantas cosas como nos gustaría.

_Pues nada, dejaremos esto para otra ocasión.

Los chicos se emocionaron. Aunque no habían planeado aquel encuentro, tener alguna pista más sobre Lucas Macías, era bienvenida.

Aunque el anciano había rechazado su invitación a cenar, los hermanos se metieron a la cocina. Como agradecimiento a todo lo que estaba haciendo por ellos, querían regalarle algo que hubieran hecho con sus manos. Llevaron un bizcocho a la iglesia para que este disfrutara de él.

A la hora que les habían dicho, Aiden y Mary acudieron a la iglesia. Los sacerdotes llegaron un par de minutos después que los chicos.

Entraron hasta la sacristía, como siempre que los chicos iban a hacer una visita a los sacerdotes.

Lo primero que hicieron los chicos al entrar, fue darles el bizcocho a los chicos.

_¿Qué tiene para nosotros? – Preguntó Aiden acomodándose.

_He podido leer unos cuantos documentos en el obispado y, por suerte, he podido hacer fotocopias. Así os puedo dar una copia.

El anciano buscó en el viejo maletín de cuero negro que siempre llevaba encima, la carpeta de cartón donde había guardado los documentos que había llevado para los chicos.

_Aquí se recoge poca cosa. Recordaba que había algo más de información, pero al parecer, me equivoqué.

El anciano indicó a Samuel que saliera de la iglesia. Quería hablar con ellos a solas sobre ese tema. Era un tanto incómodo hablar sobre aquello delante de él. Esas conversaciones no eran propias de sacerdotes.

_Por lo que he podido leer en esas páginas, ese hombre pudo ser corrompido por un demonio. La iglesia de la época indica que fueron alertados por unos peregrinos del camino de Santiago procedentes de Francia. Había un hombre extraño en este pueblo y, por supuesto, vinieron a investigar.

Los chicos comenzaron a leer los documentos al mismo tiempo que escuchaban al sacerdote.

_Creíamos que los demonios no existían.

_Bueno, no lo sabemos. Hay bastantes libros en nuestro obispado y en distintos seminarios que dicen que existen. Incluso que ha habido exorcismos y gente experta en estos asuntos, pero, si me preguntas a mí, esas cosas no existen.

Los chicos no pudieron evitar soltar una pequeña carcajada. Ya bastante tenían con esforzarse con no dejar de creer en fantasmas, en el mal puro, en casas encantadas, en vidas pasadas y en reencarnaciones.

Diego siguió contándoles.

_El caso es que, al llegar allí ciertos sacerdotes a hacer una primera inspección del asunto, Lucas ya había muerto. El cura que llevaba por aquel entonces llevaba esta parroquia, le había enterrado.

_¿De qué murió? – Preguntó Mary.

_Los informes no lo indican. Dicen que fue varias veces al médico, pero, como comprenderéis, no pone nada de por qué fue a las consultas.

Lógico. Esas cosas no eran asunto de la iglesia. Nunca se preocupaban por completar sus informes sobre cosas sobrenaturales con la medicina.

Los especialistas en estas cosas, estuvieron en el pueblo durante varios días. Esperaban que algo sucediera en aquel lugar para llevar algo a sus jefes y justificar los gastos que había provocado este viaje.

Durante su estancia en el pueblo, se hospedaron en la casa parroquial, que por aquel entonces, estaba anexa a la iglesia. En este periodo, todo el pueblo se desvivía por los tres curas que habían acudido a la ayuda de uno de sus vecinos. Aunque no fuera muy querido por los vecinos, agradecían el intento de la iglesia por el bien del pueblo.

Los sacerdotes ya tenían todo listo para su marcha, cuando el incendio del cementerio comenzó.

_Datos sobre ese acontecimiento, no hay ninguno en la carpeta que os he dado. Dudo que me haya quedado algo por fotocopiar.

_Es decir, que no hay forma de averiguar si fue provocado o no. – Afirmó Mary como conclusión a lo que el sacerdote estaba diciendo.

Este se encogió de hombros. Al menos, él no tenía solución para esa pregunta.

Casa Encantada 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora