Hanna

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 Capítulo 1

Hanna ya no vive en Las Cumbres, ahora habita en un cuartico triste y pequeñito donde muy desamparada repasa días remotos, cuando la fría habitación del desván era su único mundo. Juguetea con el aro metálico de su llavero en completa soledad mientras piensa en esa noche, esa noche es definitivamente donde comenzó su pesadilla, rememora ese momento y se aterra al reparar que llora, con un llanto incesante, es un sentimiento profundamente aterrador, porque nunca se permitió sentir ese dolor, simplemente lo dejó allí, en esa calle, en el rostro de Deicy, la amiguita estúpida con la que a veces jugaba, en los vecinos alterados que ella jamás vio, solo deambulaban a su alrededor como sombras espectrales, no recuerda a Franco su padre, solo sabe lo muy atribulado que estaba, pero no sabe qué hizo ni con quién habló, el único rostro que puede recordar es el del joven funcionario de la policía, además de las luces de emergencia de las patrullas. Al recordar la manera suplicante en la que le pidió que ayudara a su mamá, y la profunda compasión con que el policía la miró, Hanna llora sin freno ni miedo, mira a su alrededor y solo están las paredes, no hay más nada, y ella cada día se hunde más.

_Todo va a estar bien. Fue lo único que el joven atinó a decirle.

Hanna llora incesante por la niña de aspecto tétrico y lastimero que habla con la policía en medio del caos, no le importa lo que piense Deicy, seguramente regresará a su casa contenta pues ya tiene más motivos para burlarse de ella. La cara estúpida de Deicy sorprendida y aún adormilada le rebela que con el ruido se levantó sobresaltada, y junto a sus padres salió a enterarse de lo que pasaba en su familia anormal.

Todo lo que vino después le resulta tedioso y triste de recordar, es un recuerdo que evita, no quiere revivir más instantes penosos, por tanto prefiere escapar, se pasea con languidez por los escasos metros de la habitación donde le tocó vivir, y cuando pasa por el espejo, al ver su cara desnuda de maquillaje, descubre su verdadero rostro, el espejo refleja una pura y lozana jovencita de no más de 17 años, pero ella ve una total idiota, marchita y corriente. Después de la desgracia que le sucedió al cumplir los 15 es imposible que pueda ser una chica normal, mucho menos pura.

La abuela Lihes se lo advirtió, _Hanna, no se confíe de ese muchacho, ni lo mire, no deje que se le acerque._

Ese muchacho, Isaac, era lo que llamaban su hermanastro, antes era un joven tranquilo que la enseñó a nadar de la manera más lasciva e impúdica posible, y que al menos el día de hoy tenía que agradecerle que sabe nadar. Los días en que frecuentaban el club, no era más que un muchachito poco convencional, bastante seguro de sí mismo, era amable y de trato transparente, pero Hanna lo odiaba, envidiaba la gracia y la belleza con que se conducía, y con desazón lamentaba secretamente que nunca se fijara en ella, una niñita escuálida y ojerosa que deambulaba por la casa solitaria y mal peinada, y que rezaba el rosario junto a la abuela Lihes cada tarde sin falta, hábito que se intensificó después que su madre fue encontrada muerta en su habitación. La abuela como mujer religiosa y muy supersticiosa que era, afirmaba que el espíritu de Inés permanecía e inundaba con su presencia toda la casa, provocando gran enojo en su hijo Franco.

_No seas absurda mamá! _suplicó encolerizado.

La abuela optó entonces por no volver a mencionar el asunto, pues ni el hijo ni la nieta le creían, Hanna sin embargo sentía en la casa un aire funesto y pesado, un ambiente enrarecido, callado, un cansancio y un tedio profundo que la mantenía inerte y taciturna durante el día, y que tampoco desaparecía por la noche. Hasta que llegó Regina, la amiga de toda la vida de su madre, y entonces Hanna sintió gran alivio, ella emanaba luz e inspiraba seguridad y confianza, fue para ella muy fácil comprender que su padre se enamorara de ella hasta el punto de llevarla a vivir a su casa, pero la abuela Lihes no lo veía así, se hallaba emocionalmente impactada y rezaba con más manía que antes, aunque se esforzaba por mantener la cortesía y el buen trato hacia ella, no la toleraba cerca, en ocasiones cuando ella aparecía, cerraba los ojos y con el ceño fruncido en angustia, permanecía en trance como quien eleva una oración profunda. Dijo que no soportaba la presión de vivir en aquél lugar y se marchó a vivir con una hija que vivía en otra ciudad. Por un momento Hanna se sintió perdida y abandonada, pero la abuela le prometió que haría todos los trámites legales necesarios para llevársela con ella, lo que la tranquilizó, conservó la costumbre de leer sus salmos e historias bíblicas, y de rezar el rosario, pero con menos ahínco, ya no había quien la obligara, le hizo gracia que Regina más bien despotricara de aquella costumbre fanática y enfermiza, solo que no imaginó que a partir de ahora sería esa mujer con aires de diva y de reina, quien pondría las nuevas reglas en el hogar, y que se encargaría de terminar de ensombrecer con su trato cruel e injusto, la triste existencia de Hanna.

Hanna HaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora