34~ La Maldad En Los Humanos{Viernes De Experimentos}

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Hace exactamente 52 años, el psicólogo estadounidense Stanley Milgram diseñó un experimento único. Fuertemente cuestionado desde varios puntos de vista y de un carácter muy controversial debido a la conmoción que llegaba a provocar en sus participantes, el experimento buscó determinar si ciudadanos comunes y ordinarios de su país, eran capaces de llevar a cabo actos de brutalidad y crueldad contra otros desconocidos.

Básicamente, la experiencia se desarrolló en torno a una máquina con una serie de interruptores eléctricos. Al activarse, el participante ("L" en la ilustración) enviaba choques eléctricos en forma gradual, desde 15 a más de 165 vatios, que iban desde un extremo de la habitación hacia la habitación de lado, en donde un desconocido ("S" en la ilustración) los recibiría en su cuerpo tras contestar equívocamente una serie de preguntas. Ello ocurría sin que el primero pudiera ver al segundo, pero si escucharlo al recibir las descargas.

En forma previa se le explicaba al participante que ejecutaría los golpes eléctricos (el maestro) a la persona del otro cuarto y que el experimento se llevaba a cabo para determinar que los seres humanos aprenden mejor y más rápido mediante un castigo corporal. Además, se le aseguraba a quien ejecutaría el castigo que los golpes eran dolorosos a medida que se utilizaba mayor voltaje, pero que no se corría ningún riesgo en la salud del receptor.

Por último, se lograba convencer al participante de que estaría causando dolor simplemente en pos de un experimento de laboratorio, en nombre del desarrollo. Antes de comenzar el experimento, también se le entrega la paga a los participantes y se les aclaraba que en cualquier momento en que deseen abandonar el experimento, podrán hacerlo sin ningún tipo de problema.

El participante cómplice desde el otro lado de la habitación, encargado de recibir los choques (el aprendiz), no es quien los recibe en realidad, pero asegura sufrir de problemas cardíacos y a medida que el voltaje va subiendo, comienza a quejarse del dolor. Siempre actuando, por supuesto. Al llegar a los 150 voltios, el receptor expresa que ya no quiere participar, que siente dolores en el pecho y que cree fuertemente que algo anda mal, demandando acabar con el experimento.

Toda la condolencia del aprendiz es escuchada por el maestro encargado de implementar el castigo, no obstante, ante la figura de autoridad del psicólogo presenciando todos los acontecimientos y determinando que el experimento debe continuar de todas maneras, el participante continúa empleando los choques.

Un grupo de profesionales con el apoyo de Discovery Channel y bajo la supervisión del psicólogo y profesor Jerry M. Burguer, experto en el experimento de Milgram, recrearon el experimento apenas un par de años atrás. Ellos volvieron a llevarlo a cabo en nuestros días, con nuevos participantes ordinarios de los Estados Unidos.

Del 100% de las experiencias, la increíble cifra del 77% de los participantes encargados de aplicar los choques eléctricos, haciendo peligrar la vida de otro ser humano, continuaron con el experimento, haciendo caso omiso al hecho de que el atormentado desconocido sufría por su determinación en la habitación contigua. Los maestros encargados de los choques se mostraban confundidos, molestos y asustados, frente a un fuerte shock emocional, sin embargo, ante la figura autoritaria del psicólogo, continuaban empleando los choques y hacían peligrar la vida de otro ser humano sin tener en cuenta las consecuencias.

En el experimento también se apreció que de 12 personas, apenas un participante se negó a darle los choques eléctricos como castigo a otro ser humano bajo cualquier circunstancia: una mujer, quien ni siquiera llegó a dar un solo golpe al aprendiz. Por último, también se demostró que en grupos, cuando el experimento se desarrollaba entre dos personas y una se negaba a realizar el brutal experimento, la otra de inmediato coincidía en no hacerlo. Un dato particularmente interesante.

Las terribles cifras del experimento demostraron que los seres humanos ordinarios, ante la orden de una figura con apenas un poco de autoridad (como una túnica blanca), son capaces de cometer aborrecibles brutalidades, de actuar con crueldad y desprecio por la vida, llevando a cabo actos de lesa humanidad.

Si hoy existieran nuevos campos de concentración, dominados por la figura de un tirano u otras formas de autoritarismo, existiría más de un 75% de ciudadanos, al menos tan solo en Estados Unidos, que estarían dispuestos a formar parte del personal del mismo y de castigar a otros seres humanos.

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