Capítulo 3. Cita

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El timbre de salida impulsó a un grito alegre de todos los niños en la escuela Santa Trinidad. Todos alistaron sus cosas para partir. Salieron en manada por la puerta principal mientras se mezclaban con los niños del siguiente turno que iban en sentido contrario.

Algunos niños esperaban a sus padres o quién los recoja afuera de la escuela sentados en algunas bancas.

Miguel salió y se despidió de su amigo cuando un timbre conocido de una bocina le llamó la atención. Él observó a su padre saludándolo desde el auto, pero su mirada pronto fue a para a otro lado. Miguel buscaba a Mónica entre la multitud y ella ahí estaba, con sus ojos inexpresivos en él.

Ella se alejó del campo de visión de Miguel y él trató de alcanzarla.

—¡Mónica, espera!

Él la alcanzó y ella ni siquiera volteó a verlo.

—Alguien te espera, mañana hablamos —dijo sin más y se alejó de la escuela.

—¡Eh, hijo! —gritó su padre, quien no había perdido de vista a Miguel para nada—. ¡Vamos, que tu madre nos espera para recogerla!

Miguel subió al auto, saludó a su padre con ánimos y se fueron. Durante el camino estuvieron en silencio, pues Miguel estaba pensando en Mónica y muchas más preguntas.

—En quién piensas, dime —rompió el silencio su padre—. ¿Acaso es en esa niña rubia?

Miguel seguía pensando en cómo podría ella saber de la locación de Alicia.

—¿Tan linda es que no puedes dejar de pensar en ella? —Sonríe el padre— No le vi la cara, ¿cómo es?

—¿Qué? —Al fin reaccionó Miguel.

—Uff, sí que estás hipnotizado por ella —ríe de nuevo.

—No molestes, papá —regañó avergonzado—. Es que me dijo algo extraño.

—¿En serio? ¿Qué te dijo la señorita?

El niño de inmediato recordó la espeluznante mirada de Mónica y su gesto exigiendo silencio.

—No creo que pueda decirlo...

—Me vas a hacer recurrir a mis habilidades detectivescas en ese caso. — Levantó su mano colocándola en la sien. —Acaso será, ¿me gustas? —dijo imitando una voz aguda.

—Ay no, papá. —Sonrió avergonzado.

—Uh, por tu reacción podría estar en lo correcto. —Sonrió victorioso. —O tal vez no. — Se quejó.

—Es otra cosa, papá.

Su padre solo sonrió.

—Oh mira, ya llegamos.

Recogieron a su madre y conversaron de su día y la supuesta confesión de amor a Miguel. Cuando volvían a casa, el auto siempre pasaba de nuevo frente a la escuela, por lo que las miradas curiosas para ver quién quedaba no faltaban por parte de la madre y Miguel.

En ese instante, Miguel se percató de algo. Mónica estaba ahí en cuclillas de espalda a la autopista hablando con un niño pequeño, posiblemente de seis o siete años. Después de eso, ella tomó su mano y caminaron juntos.

—Creí que se había ido a casa —susurró para sí Miguel.

A la mañana siguiente, reportan otra persona desaparecida.

—Luis Anderson, de seis años, ha sido reportado desa... — La madre al escuchar a su hijo bajar las escaleras apagó la radio.

—Buenos días, Miguel —habla nerviosa.

EL ÁRBOL MALDITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora