Capítulo 5. Verdad

19 3 18
                                    

Miguel estaba desesperado al ver que el asiento tras él, donde Mónica suele estar, estaba vacío.

Todos murmuraron con respecto a ello. José le dio una palmadita a Miguel en el hombro.

—No puedo creerlo, Miguel. No ha venido Mónica.

—Tal vez solo llegue tarde - dijo esperanzado.

Pasaron las horas y no llegaba.

En la hora de recreo, Miguel salió corriendo del salón; no en dirección de la biblioteca o sala de cómputo, como había sido su plan en un inicio, sino al bosque.

El niño había querido investigar más acerca de la historia, a la cual se refería su padre. Tal vez eso haya sido una pista, pero ahora ya no le importaba. Temía por la vida de Mónica.

—¡Jonhson! —gritó acercándose al mencionado.

—Hola, pequeño. ¿Qué pasó? —Se levantó de su asiento.

—Necesito salir.

—¿Y cuál es tu excusa? —Se cruzó de brazos.

—Tengo que ver a una amiga.

—Con que eres un Romeo, Miguel. —Le guiñó un ojo—. Pero aún eres muy pequeño para esas cosas.

—No es eso, creo que puede estar en peligro.

—¿Peligro? Bueno, su casa es un peligro. Su madre se emborracha a veces y le golpea. Pobre niña —dijo negando con la cabeza.

—¿Qué? —Miguel pensó que eso explicaría los moretones.

—Sí, supongo que últimamente lo pasa peor porque ya no suele saludarme como antes. No parece la misma.

—Entonces es una razón más para ir por ella. Por favor, solo por esta vez.

—No lo sé Miguel. Con esto de las desapariciones, es más difícil dejarte ir.

—Por favor, solo iré a su casa—mintió—. Está cerca de la escuela, a la vuelta. —Eso sí era cierto, su casa era una de las más cercanas a la escuela. Era extraño que llegara tarde. A excepción de esa vez, que no podía caminar bien por lo que demoró.

El hombre robusto tomó unos segundos para meditar y luego tomar su decisión.

—Ay, está bien. Dale una sonrisa a esa niña que la necesita.

—Gracias, Jonhson. Te debo una.

Una vez afuera de la escuela fue deprisa al bosque.

No había mentido del todo, en dirección al bosque pasó frente a la casa de Mónica y vio como la policía había llegado al lugar y lo había rodeado con una cinta amarilla. Tras esa cinta los vecinos observaban asustados. Y al lado de un policía una señora mayor lloraba hablándole.

Miguel no se detuvo. Pensó que tal vez habían reportado el caso de desaparecida y él sabía dónde podría estar, solo tenía que apurarse.

El niño sin casi respirar, atravesó la zona restringida del bosque y corrió lo más rápido que pudo llegando al fin ante el árbol, cuando vio frente a él a Mónica recostada en el suelo.

—¡Mónica! —Corrió hacia ella—. ¡Estás helada!

Él con agilidad dobló las rodillas de la niña para esconder sus piernas descubiertas del frío que la falda no protegía. Cuando sostuvo su cintura para pegarlo más hacia él, se dio cuenta que estaba cubierta de sangre, su boca y pecho.

—Pero, ¿qué...?

De sus ojos brotaron lágrimas y sin detenerse la abrigó con su chaleco.

Intentó cargarla para sacarla de ahí. Tenía que llevarla al hospital.

EL ÁRBOL MALDITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora