☣CAPÍTULO 5☣

64 7 0
                                    

❖

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



         Despierto sobresaltada. Me doy cuenta de que me quedé dormida, pero no sé en qué momento. Sólo sé que la lluvia se ha convertido en una fina llovizna, que empieza a arderme la garganta y que la pierna me pesa horrores. Me siento estúpida. Había jurado no dormirme justo antes de quedarme dormida. Lo primero que veo al levantar la mirada es al sujeto entrañable que me trajo hasta aquí sentado al otro extremo de la habitación. Afila distraídamente una especie de cuchillo con una lija. Me pone nerviosa. Su presencia es como la de un fantasma.

         —¿Cuánto tiempo he dormido? —hablo para romper el silencio.

         —No lo suficiente —contesta sin mirarme—, necesitas dormir para recuperarte.

         Me muerdo el labio, dudosa. Ahora que me siento recuperada vuelve mi desconfianza hacia él.

         —Creo que he dormido suficiente —alego—. De hecho, demasiado. Ya casi oscurece. —Volteo hacia la puerta de vidrio, pero lo miro de soslayo—. Tal vez no sea buena idea quedarnos aquí. Puede ser peligroso.

         —No hay ningún andante en los alrededores, aún sigue lloviendo y tú no puedes mover la pierna. Creo que es una muy buena idea quedarse aquí por una noche —dice sin ningún reparo—. ¿A dónde irías de todas formas?

         Me quedo callada. Odio admitir que tiene razón, pero sigo desconfiando de él. Miro mi pierna con frustración. Duele horrores, pero no igual que antes.

         Guardo silencio un buen rato, mirando la lluvia, hasta que su voz me toma por sorpresa.

         —Mary...

         —¿Qué? —pregunto confundida.

         —Has dicho antes que te llamas Mary, ¿no?

         —Es Meryl, en realidad.

         —Meryl —rectifica, asintiendo con la cabeza.

         —¿Y tú? —me atrevo a preguntar—, ¿tienes algún nombre?

         Me mira contrariado, pero al final parece molesto.

         —¿Importa?

         —Pues... sí, creo. Necesito llamarte de alguna forma, ¿no? —Lo veo levantar una ceja y me encojo de hombros—. Vamos, tienes que tener un nombre.

         —Rumpelstiltskin —contesta después de un momento.

         Me rio con ironía mientras él se pone de pie para dirigirse al mostrador que está a unos pasos de nosotros.

         —¿Acaso tu nombre es tan feo que te apena decirlo? —lo reto, burlona—. No te aflijas, prometo no burlarme demasiado.

         Se sube al mostrador para sentarse en la orilla.

HOSPEDANTES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora