☣CAPÍTULO 31☣

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         Cruzar el recinto asediado de bestias es una de las cosas más terroríficas que me he visto obligada a hacer desde que el mundo se convirtió en un cementerio de cadáveres vivos. Los gruñidos a la distancia y el movimiento errático proveniente de la densa oscuridad alrededor de nosotros son suficientes para hacerme creer súbitamente en Dios y lanzar plegarias en mi mente a cada paso que doy. Debemos movernos lento, evitar los escombros, mantener los sentidos alerta y las armas preparadas.

         A medio camino me siento más desprotegida que antes. El lugar no parece tener fin y ahora tampoco retorno. Me pregunto si este camino de verdad era más seguro que enfrentar directamente a los intrusos. Supongo que Glenn tiene razón: para él hubiera sido mucho más fácil si yo no estuviera aquí. Al final soy una carga. Vaya mierda.

         La impotencia me embarga al recordar con vaguedad los días en los que me rehusaba a aprender sobre sigilo y caza estando en el campamento porque, según yo, nunca iba a dedicarme a eso. Supongo que ahora resulta estúpido.

         Mientras mi mente divaga pierdo el sentido de mis pasos y termino a pocos metros de un andante. Ninguno lo advierte hasta que es demasiado tarde y para cuando estoy frente a él ya no tengo escapatoria. Me quedo pasmada e incapaz de reaccionar a tiempo, pero es Glenn quien se adelanta y tira de mí hacia atrás en el momento exacto en que esa bestia se me lanza encima. Consigue hacerle frente, aplastando su cabeza contra las piedras. Yo permanezco inerte, dándole vueltas al hecho de no haber sido capaz de defenderme por mí misma.

         El ruido del ataque causa agitación a nuestro alrededor. Glenn se aparta y se mueve con agilidad entre las sombras.

         —Muévete. ¡Ya! —me ordena mientras avanza.

         Apenas soy capaz de seguirle hasta una mesa volcada detrás de la cual nos ocultamos. Mientras controlo mi respiración escucho a los zombies aglomerarse a poca distancia, buscándonos. No soy capaz de mirar a Glenn a la cara pues estoy apenada por mi error, pero entonces él se gira y señala con la cabeza hacia el frente.

         —¿Ves eso?

         —¿El qué? —Frunzo el ceño, buscando con la mirada algo particular.

         —Luz —me indica—. Emana de esa zona. Eso significa que debe haber una salida.

         Entonces lo distingo. Una sutil franja de luz resplandece sobre el piso a través de las grietas de lo que parece haber sido una pared.

         —¿Cómo estás seguro de que la hay?

         —No lo estoy, pero tal vez sea nuestra única posibilidad.

         Asiento, no muy convencida. El camino a través de esa grieta parece azaroso y probablemente ruidoso. Sin embargo, antes de permitirme pensarlo demasiado, él avanza despacio, bordeando nuestro escondite para evitar la parte más descubierta. Salgo detrás de él y mantengo su ritmo. Apenas logro guardar silencio, pero los gruñidos a la distancia me hielan la sangre y me entorpecen.

HOSPEDANTES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora