Fuera de la caravana, algo alejada de la misma, en la soledad de aquellas tierras desérticas, Macarena falló el tiro por tercera vez consecutiva.
–¡Joder! – Le dio una patada al suelo – ¡Me cago en la puta!
– Señorita Ferreiro, le informo de que el objetivo de disparar es dar en el blanco – dijo Zulema con sorna. La miraba desde la puerta de la caravana, sonriendo con malicia.
– Muy graciosa, Zulema – le contestó la rubia, molesta –. No sé que demonios me pasa.
– Está claro. – Zulema comenzó a acercarse –. No tienes ni puta idea de cómo disparar un arma.
– Entonces ¿cómo maté a Karim? – preguntó Macarena, altiva.
– La suerte del principiante. – Zulema estaba cada vez más cerca. Macarena, por instinto y sin darse cuenta, retrocedió unos pasos.
Solo llevaban un mes viviendo juntas. A pesar de lo que había ocurrido al principio de la misma, antes de ejecutar su primer atraco, la convivencia había sido pacífica; o, al menos, todo lo pacífico que podía ser el compartir techo con una persona que habías y te había intentado matar. Zulema resultó ser una compañera de caravana tremendamente diligente. Cocinaba, lavaba, tendía y colocaba la ropa, ayudaba a limpiar y, sobre todo, no ensuciaba. Aunque no desentonaba con su personalidad, a Macarena le había resultado curioso descubrir lo pulcra que era Zulema, lo ordenado de sus acciones.No obstante, su socia seguía siendo terriblemente imprevisible. Por eso, mientras Macarena la veía avanzar hacia ella, se apoderó de su pecho una ansiedad que anticipaba un peligro inminente.
– Pues la suerte del principiante fue lo que te salvó el culo, Zulema – Macarena intentó sonar lo más arrogante posible. Con suerte, la morena no se percataría de su nerviosismo.
– Rubia. – Zulema estaba ya tan cerca que le pudo susurrar al oído –. No empieces con tus tonterías. Si tú no hubieras sido tan idiota como para querer quedarte con lo que era mío, ninguna de las dos estaríamos aquí ahora.
– ¿Lo que era tuyo? – preguntó Maca con incredulidad. Retrocedió unos pasos para apartarse de ella y la miró con dureza – ¡Era de Yolanda!
Zulema se estaba comenzando a impacientar: la rubia le estaba sacando de quicio. Suspiró, miró al cielo y, acto seguido, mientras fruncía sus labios con los dedos, fijó su mirada en ella. Macarena conocía ese gesto. Implicaba que Zulema estaba sopesando una decisión, barajando sus opciones; y significaba peligro. Pero aquí no había ningún sitio a dónde huir. Hiciera lo que hiciese, Zulema la alcanzaría. Entonces, sin mediar palabra, esta la agarró con violencia por el hombro y la forzó a girar, de tal manera que la espalda de la rubia quedó descansando sobre el pecho de la morena. Zulema puso sus manos sobre las suyas y la obligó a empuñar el arma y apuntar hacia las latas de cerveza que habían servido a Macarena de diana.
– Has estado fallando tanto porque te mueves cuando aprietas el gatillo – le dijo Zulema en un susurro. Sus labios casi rozaban su oreja –. No te muevas.
Macarena asintió y, sintiendo la presión del cuerpo de Zulema sobre el suyo, disparó. Volvió a fallar.
– ¡Mierda! ¡Joder! Esta vez no me he movido.
– Te has movido, rubia. Lo he notado. – Zulema tensó su agarre para inmovilizar más si cabe a Macarena, y obligarla a permanecer quieta –. Dispara otra vez, y no vuelvas a fallar.
Pero Macarena volvió a errar el tiro.
– Joder, rubia. – Zulema aflojó el agarre, frustrada, pero sin dejar ir a Macarena. Suspiró profundamente –. Como sigas así, el próximo disparo lo hago yo, pero sobre tu cabeza ¿entendido?
– Sí – Macarena no pudo evitar que le temblara la voz. Odiaba esto. Se odiaba a sí misma por mostrarse tan vulnerable, por sentirse tan indefensa.
– Bien, porque en los atracos no puede haber fallos. – Volvió a tensar el agarre sobre Macarena y acercó sus labios a su oreja para susurrarle –. Dispara.
Macarena, haciendo acopio de toda la concentración que le permitían las circunstancias, centró su atención en controlar su cuerpo y procuró con todas sus fuerzas no moverse mientras apuntaba y apretaba el gatillo. Notaba la respiración de Zulema sobre su piel, pero intentó no pensar en ello. Cerrando momentáneamente los ojos para abrirlos rápidamente, disparó, y esta vez sí dio en el blanco. Volvió a repetir el procedimiento una y otra vez hasta que las cuatro latas de cerveza cayeron al suelo. Pero le temblabla todo el cuerpo, y Zulema lo notó. Vaya que si lo notó.
– ¡Bingo, rubia! – Soltó por fin a Macarena y se encaró a ella. Con cierta fuerza, le dio una palmadita en la mejilla y luego le apretó la cara –. Enhorabuena, porque ese era tu último intento.
Zulema se alejó riendo en dirección a la caravana. Macarena, todavía agitada, miró las latas que yacían en el suelo. Desde luego, estaban en mejor estado que ella. Había sentido miedo, sí, aunque eso nunca se lo confesaría a Zulema. Pero lo que más miedo le daba era que no había sido solo miedo lo que había sentido. Lo otro...prefería no verbalizarlo. No, no podía ser eso. Era imposible.
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Encontrándose en la caravana.
FanfictionUna breve historia que utiliza momentos para acercarnos a la compleja relación entre Zulema y Macarena, así como su evolución.