Arrepentirse (II).

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– Sal del coche – ordenó Zulema.

– Zulema – la voz de Macarena la delataba: estaba visiblemente alterada – ¿Qué estás haciendo?

– Sal del coche, rubia.

Macarena salió, y Zulema hizo lo propio. Después, acercándose a ella, la asió con fuerza del hombro y la empujó hacia delante. Macarena no sabía qué decir, no sabía qué hacer. Sus pensamientos se habían tornado espesamente lentos. A medida que se acercaban al final del camino arenoso, Macarena vislumbraba el gran montículo de tierra que anunciaba la presencia de una tumba. << ¿Qué coño tiene pensando hacer? >>, pensó, alarmada. << No irá a...>>.

– Arrodíllate.

Macarena sintió pausarse por un momento los latidos de su corazón; su rostro congelándose en una expresión de pánico. Pero, de repente, un instinto más fuerte que el miedo la despertó de su letargo: la necesidad de sobrevivir la impulsó a actuar. Así, con un movimiento rápido, le propinó un codazo a Zulema, que se hallaba justo detrás de ella. Alcanzó su mandíbula y, aprovechando la sorpresa y el dolor que había infligido, trató de huir. Pero Zulema era más rápida y no tardó en alcanzarla. Agarrándola con firmeza y furia del pelo, la arrastró hasta el filo de la tumba y la obligó a arrodillarse. Entonces, Macarena sintió posarse sobre su nunca el leve roce amenazador de una pistola.

– Me has traicionado, puta. – Macarena percibió cómo las manos de Zulema envolvían el gatillo del arma – ¿Creías que no me iba a dar cuenta? – Rio con incredulidad –. Joder, tantos años y sigues siendo una maldita novata.

– Zulema, no es lo que parece.

– ¿Ah, no? ¿Y qué coño es, entonces?

Zulema presionó con más fuerza la pistola contra la piel de Macarena. Con la mano que le quedaba libre, tiró con violencia de su pelo, haciendo que esta fuera incapaz de reprimir un gemido de dolor.

– ¿A quién me has vendido?

– He avisado a Castillo – confesó Macarena con la voz temblorosa, dolorida –. He avisado a Castillo para que te detuviera después del atraco.

Tras un silencio sepulcral, Zulema estalló en carcajadas.

– Joder, Maca – exclamó entre risas – ¡qué poca originalidad! A Castillo ¿otra vez? Ains... – suspiró.

– Zulema...

– Cállate, rubia. – La interrumpió Zulema –. Solo quiero que me des una razón para no volarte la cabeza ahora mismo. 

– Tú... – Macarena trató de contener el temblor de su voz –. Tú viniste a proponerme ser tu socia. 

– Sí, ¿y qué?

– Viniste a buscarme porque tu vida era una mierda. – La respiración de Macarena se aceleraba al ritmo de sus palabras –. Necesitas esto. Necesitas la adrenalina. 

– ¿Y cuál es tu papel en todo esto? – Zulema empezaba a impacientarse. 

– Necesitas odiarme – declaró Macarena con contundencia. 

Sin previo aviso, un ardor intenso se adueñó de la parte posterior de su cabeza, y cayó al suelo. Zulema la había golpeado con la culata del arma. Sosteniéndola nuevamente por el pelo, la obligó a mirarla, mientras con la otra mano empujaba la pistola contra su mandíbula. Sus caras casi se rozaban. 

– No me has convencido, rubia. 

Manteniendo el agarre, Zulema comenzó a deslizar el arma desde la mandíbula de Macarena hasta el centro de su pecho, desviándose ligeramente para rozar el área del corazón y, luego, descendiendo lentamente hasta alcanzar la boca del estómago. 

Encontrándose en la caravana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora