Solo dos opciones (II).

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Solo habían transcurrido dos días cuando Macarena regresó. Zulema, tumbada en la cama elástica, vio cómo se acercaba. Sostenía entre sus manos una pequeña caja.

– ¿Qué cojones haces aqu...?

– Zulema. – La interrumpió Macarena –. Lo siento.

– ¿Lo sientes? – Zulema parecía confundida – ¿Qué sientes?

– Todo...

Macarena hizo una pausa tratando de reunir el valor para continuar. Zulema la miraba fijamente, pero ella rehuía el contacto de sus ojos. Sabía que si se fijaba en ellos jamás podría ser valiente. 

– Siento haberte traicionado, siento haberte dicho todas esas cosas horribles, siento...siento haberme marchado.

– ¿A ti qué mosca te ha picado? ¿Has encontrado a Dios o algo? – preguntó Zulema con sarcasmo. 

– ¿No te puedes tomar nada en serio?

– ¿Yo? – Zulema se señaló a sí misma –. Yo me tomo muchas cosas en serio, rubia. Pero a ti, precisamente, no. No, no te atrevas a ponerme esa miradita de "víctima de todos los sufrimientos". Siempre has sido igual: incapaz de controlar tus impulsos. Actúas, la cagas, pero luego enseguida te arrepientes y vienes con el discursito de "yo en realidad soy una buena persona". Apúntate esto, rubia: las personas que necesitan reafirmar lo buenas que son, en el fondo no son tan buenas. Yo al menos asumo lo que he hecho, y lo que soy ¿Tú? No, tú eres peor. No quiero escuchar ni tus inseguridades ni tus arrepentimientos, así que vete.

Zulema comenzó a caminar hacia la caravana. Estaba convencida de que Macarena se marcharía, pero esta permaneció inmóvil.

– ¿Es que no me has oído? Ve-te – ordenó mientras se detenía para observarla.

Macarena no obedeció. Se quedó quieta; más quieta de lo que nunca había estado en presencia de Zulema. Esta, habiéndose agotado ya su reserva de paciencia, se dirigió hacia ella y comenzó a empujarla. Un empujón, y otro, y otro...pero Macarena se negaba a obedecer.

– No me voy a ir, Zulema – sentenció con rotundidad.

– Claro que te vas a ir, tú decides cómo: por las buenas o por las malas.

Zulema se disponía a propinarle un puñetazo en la mandíbula cuando las palabras de Macarena detuvieron el golpe:

– Tienes razón. Soy una impulsiva.

– Es justo lo que te he dich...

– Soy una puta impulsiva que no ha parado de pensar en ti.

Silencio. Sus miradas se encontraron como otras tantas veces, pero ahora sus ojos reflejaban un brillo diferente. Macarena rompió su quietud para acercar sus dedos a la comisura de sus labios. Se recreó explorándolos lentamente, con dulzura. Durante unos segundos, solo parecieron existir en el mundo ellas dos; dos figuras en medio del desierto, hallando en la otra su particular oasis. Fue Zulema la que rompió aquella ilusión y apartó de sus labios los dedos que los habían acariciado. Macarena parecía decepcionada, pero no sorprendida. Con una sonrisa, le señaló la caja que todavía sostenía en sus manos. 

– Te he... – carraspeó, intentando recomponerse –. Te he...te he traído un regalo. Toma, ábrelo.

Zulema, con una expresión indescifrable, cogió la caja y se dirigió nuevamente a la cama elástica. Una vez tumbada, la abrió. No pudo evitar sonreír. No pudo evitar contener la ternura que llenó sus ojos cuando volvió a mirar a Macarena. No pudo evitar que la emoción hiciera tambalear la firmeza y autoridad de su voz.

– Creía que... – dijo, casi con timidez.

Dentro de la caja había un escorpión. Un puto escorpión.

– ¿Creías que nada de mascotas? – preguntó Macarena, también sonriente –. Bueno, ya sabes, – continuó, encogiéndose de hombros – soy una idiota impulsiva. 

– Ven.

Era una orden sencilla, pero Macarena sintió un escalofrío al escucharla. Era una orden sencilla, pero traducía un hecho mucho más profundo: Zulema quería que estuviese a su lado. Por fin, Macarena admitió ante sí misma que ella quería lo mismo.

Allí tumbadas, hombro con hombro, Macarena admiró la peculiar belleza del teñido rojizo del atardecer sobre el cielo, mientras Zulema jugaba distraída con su escorpión. No había dejado de sonreír. Permanecieron un largo rato sin emitir ni un solo sonido, no atreviéndose ninguna a romper la acogedora quietud que las había envuelto.

– Tienes que ponerle un nombre – dijo Macarena, rompiendo por fin el silencio.

– حرية.

– ¿Qué significa?

– Libertad.

Ya por la noche, mientras Zulema preparaba la cena, Macarena, que la miraba de reojo de vez en cuando, recordó las últimas palabras que esta le había dicho antes de marcharse: "Ya me estoy muriendo". La angustia que de repente invadió su pecho deteniendo momentáneamente su respiración alcanzó también sus ojos; Zulema fue testigo de su intensidad y traductora de su significado. 

– Rubia... – susurró, con la voz entrecortada – no quiero hablar de eso ahora.

Macarena asintió y se levantó de la silla en busca de la cámara que Zulema le había regalado. La encontró con facilidad. 

– ¿Nos hacemos otra foto? – preguntó con timidez. 

– Sí – contestó Zulema. Su voz reflejaba la alegría de quien pareciera haber estado mucho tiempo esperando esa pregunta. 

En esta ocasión, ninguna dudó en abrazarse. 

– Parece que ha salido bie... – Macarena se interrumpió. Zulema sostenía su cara entre sus manos. 

De pronto, la besó. Fue un leve roce. Un breve suspiro. Fue la manera de Zulema de dar las gracias: gracias por el regalo, gracias por quedarte, gracias por estar. Pero también fue la confirmación, la confirmación de que detrás del odio y del dolor, del pasado y sus heridas, habían nacido otros sentimientos cuyos nombres, esta noche, no importaban. 

Macarena le devolvió el beso. Fue sutil, solo un fugaz destello. Fue su manera de decir lo siento: lo siento por haberte traicionado, por haberte herido. Pero también fue la confirmación, la confirmación de que el daño infligido jamás desaparecería, mas al hacerlo arder ya no solo aparecía odio: habían nacido otros sentimientos cuyos nombres, esta noche, no importaban.

En la quietud que se había instaurado en el transcurrir del anochecer, en la calma de los sentimientos aceptados, solo quedaban ya dos opciones: olvidarse, o entregarse. Mirándose, entendiéndose aun sin palabras, se dirigieron a la cama. La fotografía que había plasmado sus sonrisas para siempre fue el único testigo de los sentimientos que compartieron aquella noche. 

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Bueno, aquí concluye esta pequeña historia o, más bien, esta colección de breves momentos. Me fascina la relación entre Macarena y Zulema y me apetecía explorarla, pero sin alejarme mucho de la serie y sin resultar repetitiva. Espero que les haya gustado y gracias por las lecturas, votos y/o comentarios, porque son siempre muy bienvenidos :)

Encontrándose en la caravana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora