Capítulo II

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ii.Tan sólo, aléjate.

Su maestro, Lugonis, le había advertido que hacer el lazo de sangre conllevaba a una vida solitaria, en la cual no habría ningún tipo de contacto con otro ser vivo. Él había aceptado, creyendo que ambos podrían sobrellevar dicha vida, pero las cosas no pasaron como hubiera deseado, trás culminar el ritual se quedó sólo. Y, aunque triste, eso era algo con lo que estaba dispuesto a vivir, como cualquier otro santo de Piscis.

Nunca se arrepintió de su decisión, pues su toxicidad serviría a Athena y ayudaría a terminar con la Guerra Santa, no se equivocó, derrotó a Minos de Grifo dejando su vida en ello. Cumplió con su misión, desprendiéndose de su sangre en el proceso, estaba en paz con ello al igual que su maestro. Sin embargo, contra todo pronóstico, su Diosa le devolvió la vida y con eso la soledad de la que era preso.

Sus compañeros de armas, en especial Manigoldo, intentaban acercarse a lo que él se negaba pidiéndoles que se abstuvieran de invadir su espacio personal. Ellos, a regaña dientes, aceptaron a excepción del santo de cáncer que continuó insistiendo en visitarlo, aunque aquello pareció cambiar luego de haber resucitado, pues en lo que llevaba consiente, el de tez morena no se había dignado a verle como era de costumbre.

«Manigoldo ha sido elegido para llevar acabo una misión bastante longeva» eso le había dicho el Patriarca mas no sabía cómo tomarlo. Era hasta extraño, considerando que los demás santos continuaban en el Santuario a causa de la poca actividad. Tal vez estaba pensando de más las cosas, después de todo así no tendría que lidiar con el canceriano, pese a que él era causante de las pocas interacciones en su vida.

Resopló, aún se hallaba descolocado por el torbellino de información que el pontífice le brindó, se suponía que él ya debería de saber todo eso, pero en su mente había una enorme laguna mental, eso sumado a la reciente visita del espectro empeoraba su dolor de cabeza.
Haberlo visto le causó congoja en el estómago, sus memorias iniciaban con él en ellas y eso era algo incómodo. Además, las palabras del juez únicamente habían logrado molestarlo, no era inesperado, siempre fue así, desde su batalla a las afueras de la villa.

Y, al igual que el santo de cáncer, Minos volvió a su reencuentro ignorando sus palabras. Seguía sin saber lo que buscaba, antes no hubiera dudado en iniciar una batalla contra él para sacar a relucir sus verdaderas intenciones, pero ahora eso conllevaría a que Hades y Athena comenzaran otra guerra. El albino lo sabía, quizás por eso se tomaba la libertad de ir a provocarlo, era como si quisiera que su sangre lo manchara.

—Maldito espectro...

Trás decir aquello, el desagradable y estrepitoso sonar de la campana, a la que poco a poco se fue acostumbrando, se esparció por todo el Santuario, logrando así que frunciera el ceño ya que el retumbar del artefacto de metal acarreaba algo espantoso consigo. Suspiró al arrancar una de las rosas que había en su campo, para luego lanzarla hacía el frente.

—Te he dicho que tu presencia me desagrada—habló, repitiendo su acción anterior, las flores carmesí caían en picada en los blancos que había a unos cuantos metros delante suyo, era demasiado fácil dar en el centro, incluso lo lograría con los ojos cerrados, pero al no poder hacer algo más, a causa de su miedo a dañar a otros con su presencia, optaba por perder el tiempo así.

El otro ignoró por completo el comentario, le era indiferente el disgusto que le causaba al pisciano. Albafica, por su parte, había pensado que su campo le evitaría el encontrarse con el noruego, para su desgracia, por cada paso que este daba las flores carmesí salían volando fuera de su camino gracias a una pequeña ráfaga de cosmo muy parecida a su Gigantic feathers flap. No le recriminó por ello, no tenía caso, después de todo el juez había tomado ese hábito desde el primer día que estuvo ahí.

Limerencia |MinFica|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora