5. Impregnado en cada rincón de la ciudad

31 3 17
                                    

Era tarde, era tarde, era condenadamente tarde. Koda corría por los pasillos sin mirar a su alrededor, la mochila en su espalda era sacudida hacia los lados, las personas se apartaban al verlo acercarse, entre sus brazos cargaba tres libros que presionaba contra su pecho y que estaba seguro de que debía haber devuelto hacía una semana atrás. Claramente, estando en etapa de exámenes y habiendo pasado mayor parte de su día en casa de su nuevo amigo, Leonie Wiley, junto a los demás, se le había pasado por alto que tenía más responsabilidades de las que podía recordar. Por supuesto, que todo se le olvidaba cuando Theodore Clark, amigo de Leo, se le acercaba lo suficiente para borrarle de la memoria hasta el día del mes en el que se encontraban o las letras que confirmaban su nombre completo. No sabía qué tenía y qué era lo que tanto le llamaba la atención de él, pero, si de algo estaba seguro, era que sólo bastaba con echar un rápido vistazo en su dirección para sentir que se quedaba atrapado en la atmósfera a su alrededor como una mariposa en una red. Sólo habían pasado unas semanas desde que se conocían, desde que Thomas lo había presentado a él y a Leo como nuevos amigos a los cuales Milo y él debían acoger como familia, como eran cuando los tres estaban juntos. No era difícil estar con Theo, como había sido con el resto de personas con las que Koda hablaba diariamente en el último período de tiempo; Theo lo hacía fácil – el hablar, el abrirse a nuevas ideas y dejar salir secretos que ni Thomas, su más cercano amigo, conocía. Bastaba con que Theo le sonriera para que Koda quisiera quedarse el resto de su día a su lado y estaba viviendo en la certeza de que todas las posibilidades existentes apuntaban a que Theo se sentía de la misma manera cuando estaba con él. Como si el resto del mundo no importara, como si ellos dos hubieran nacido para caminar como si nadie más existiera en el planeta.

—¡Lo siento, lo siento! ¡Sé que es muy tarde! —exclamaba Koda desde la entrada de la biblioteca, llamaba la atención de algunos chicos sentados en diferentes mesas, sintió a más de uno sisearlo, pero en la ansiedad de llegar a tiempo con la bibliotecaria amargada de la escuela, ni siquiera se había dado cuenta, ni de eso, ni de las personas sentadas por ahí, leyendo en silencio, echándole curiosas miradas. Echó los libros sobre el mostrados y encima su tarjeta de estudiante para que marcara en la antigua computadora que había regresado lo que se había llevado. La mujer lo miró sin expresión por encima de las gafas, sus cejas enarcadas, su boca arrugada ocultando sus labios en una pronunciada línea—. Se me olvidó, he estado muy ocupado estos días y no me acordé de devolverlos hasta hace un rato porque mi mochila estaba pesada y- ¡Lo siento!

—Es la cuarta vez este mes, Scott —le recordó la mujer. Koda sintió escalofríos al oír su apellido saliendo de su boca como si fuese una amenaza—. Ya conoces las reglas.

Sí, las reglas. Basadas en un libro con más años que cualquier estudiante en el edificio, oraciones que ni la directora ni aquélla mujer habían leído en sus vidas, pero eran sabidas desde el primer momento en el que entraban a la escuela, lo primero que oían antes de recibir el "bienvenidos" de cada año. Supuestamente (porque Koda no tenía ni idea de lo que decían), tenía tres oportunidades para retrasarse tanto con libros o cualquier otra pertenencia del instituto antes de llevarse una invitación obligatoria a detención y, honestamente, ella estaba siendo bondadosa, porque Koda estaba al tanto de que en el mes se había demorado más de cuatro veces, como ella contaba. O la encontraba de muy buen humor ésa mañana, o la pobre empezaba a olvidarse también de las cosas que desaparecían de aquél lugar.

—¿Por favor? —intentó suavizar el tono de voz, enseñar sus ojos más abiertos, inocentes como los de un cachorro. La anciana sólo lo miró, quieta como estatua, sin siquiera mover la cabeza para rechazarlo—. ¡Por favooor!

—Conoces las reglas, Scott.

—Ugh, es tan aburrida —escupió tras rodar los ojos, sabía que ella no reaccionaría, que no se preocuparía en regañarlo o resaltar su falta de respeto, así que Koda lo usaba a su favor. Tomó su tarjeta de la cima de todos los libros de mala gana y salió de allí con la respiración más calmada y la derrota burlándose internamente de él.

¡Quema esto!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora