Capítulo 1: La florista.

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El verano en la ciudad de Los Santos era infernal y ya comenzaba a notarse en el ambiente. Aún la primavera prevalecía en la vida de los lugareños, pero la ola de calor se notaba más y más. Las flores típicas de temporada como por ejemplo los cerezos ya desaparecieron debido a las temperaturas. Además, múltiples puestos de helados aparecieron en plena calle para aprovechar la situación. La playa estaba a rebosar de gente que iba a torrarse al sol y lucir un encantador moreno aunque en la mayoría de las ocasiones mostraran una piel rojiza más brillante e intensa que una fresa.

A Aelia no la agradaba el excesivo calor que el verano proporcionaba a la ciudad. Era horriblemente sofocante y a pesar de recibir recomendaciones por parte de sus amigos para ir a la playa a refrescarse, siempre se negaba. El cúmulo de toallas siendo ocupadas por personas hacía que no tuviera ni un hueco con espacio vital para poder estar tranquila y además la arena pegándose a todas las partes de su cuerpo era algo que la ponía muy nerviosa. En definitiva, odiaba la playa. Prefería mil veces la piscina. Era más tranquila. El agua salada no la sentía en sus labios cuando se sumergía y los granos de arena no penetraba en su cabello. En los tres años que la mujer llevaba viviendo ahí, únicamente se acercaba a la playa para ir a una tienda de máscaras en la que vendían materiales para manualidades, cosa que necesitaba para hacer arreglos florales.

¿Arreglos florales? ¿Para qué?

Ella poseía una floristería en Morningwood, un barrio en el que rebosaba la pijotería. No obstante, algunas personas de otros distritos acudían en metro ahí por sus flores tan bien cuidadas. Aelia las amaba. Era como una madre para todas ellas. Las cuidaba con toda la delicadeza y amor posible y eso hacía que fueran perfectamente hermosas.

—¡Qué calor! —Gritó a los cuatro vientos su compañera de trabajo. Se abanicaba con ahínco mientras que estaba despatarrada en una silla de plástico en el interior de la tienda y justo esta la colocó frente al ventilador para poder deleitarse continuamente del aire que proporcionaba.

—Qué quejica eres, Laura. —Recriminó Aelia.

Rociaba agua a una maceta con bellas fresias mediante un pulverizador, conocido coloquialmente como el flis flís. Comenzó a notar hace una semana el letargo que sufría aquella especie. Su vida se apagaba lentamente, cosa que la indicaba nuevamente la llegada del verano. Trataba de refrescar continuamente esas flores que necesitaban de más atención para poder aumentar su tiempo de vida, pero sabía que pronto tendría que cambiar su género primaveral a uno veraniego.

—Me agobio con solo ver lo que llevas puesto, tía. —Volvió a comentar con un deje de exageración. La contraria alzó una ceja y clavó su mirada esmeralda en Laura, claramente llena de confusión por lo que dijo.

—¿Con lo que llevo puesto? —Preguntó reincorporándose del suelo. Pellizcó ambos extremos de su vestido y lo estiró un poco a la vez que se miraba a sí misma. Su vestido era de tela suave y fina de color rosa con estampados florales blancos. Lo que más destacaba con las altas temperaturas de ese día es que llevaba manga larga, pero no la suponía ningún problema. No la abrigaba para nada y se sentía bastante cómoda. —Bueno, es muy fino. No paso calor. —Dijo refiriéndose a las telas que componían la prenda.

Laura era su compañera y amiga desde hace dos años. Recordaba a la perfección el momento exacto en el que se conocieron. Fue de las primeras personas que conoció de manera profunda ahí, y por un tonto percance invernal. Aelia estaba tomándose un café para llevar mientras que caminaba por el centro de la ciudad como una turista y se chocó con ella, así manchándose ambas con un estúpido café de Starbucks, que por cierto era muy caro. Era como si te dieran una patada en el hígado de tal sablazo que te dan ahí. Las dos se disculpaban torpemente. Laura por no mirar por dónde iba y Aelia trataba de decir que fue culpa suya. Menuda forma de conocerse, vaya. Ese mismo día lo pasaron en una tintorería tratando de arreglar sus abrigos.

Flowers || Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora