Capítulo 5: Escritura.

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—¿Usted se cree que la cárcel es una puta zona de picnic? —Espetó encarándola sin pudor. La mujer se encogió de hombros. Había pensado que lo que hizo no estuvo mal, sobre todo porque el mismísimo Volkov observaba desde la lejanía el vis a vis para verificar que todo estuviera bien. Qué malas pulgas tiene... Confirmó la chica en sus pensamientos mientras que buscaba algo que decir para justificarse. —¿La comió la lengua el gato?

Aelia jamás supo cómo logró enterarse de aquello. ¿Habría estado mirando las cámaras? ¿Algún otro agente le comentó la situación sin saber que le molestaría? Ella solo sabía una cosa, y es que al grandioso Superintendente Jack Conway le parecía mal todo lo que veía. Su mal humor era increíble para ella. Algo desprendía de todo su ser y era muy escalofriante. Su aura oscura la ponía los pelos como escarpias. Pobres de sus agentes. Lo que tienen que aguantar...

—Lo lamento, señor Superintendente. No era mi intención molestarle. —Dijo completamente abatida con la mirada en el suelo.

—Solo os faltaba una puta botella de coca-cola. —Hizo una pausa de un segundo. —¿Qué tal si a la próxima os traigo hasta un jodido mantel? ¿Eh?

Hijo, tampoco es pa' tanto. Deja a la chiquilla, hombre. Decía Conchi intentando apaciguar esa situación tan tensa que él había creado. Volkov estaba en silencio pensando en qué hacer. Se mantenía callado mientras que analizaba el panorama. Quería intervenir de alguna forma pero no sabía cómo sacar de ahí a Conway para que dejara de escupir veneno por esa boca tan sucia que necesitaba una limpieza con el desinfectante más tóxico y fuerte.

La florista desde el día en el que él la acusó de un delito y que incluso la quiso llevar a la cárcel, una pequeña espina se clavó dentro de ella. Resentimiento. Eso era lo que volvió a sentir en ese preciso instante. Esa tarde estuvo con un poco de enfado, pero logró pasarlo por alto y olvidarse por completo. Pero esto era el colmo. Se atrevía a hablarla de esa forma sin ninguna razón aparente. Y aunque hubieran razones, no tenía que hacerlo. Era la persona más maleducada y desagradable que conoció en su vida. La energía que la florista adquirió esa noche durmiendo, en ese minuto de bronca Conway había logrado absorberla por completo.

—Para empezar, debería de lavarse la boca con lejía. —Habló repentinamente la castaña. Se atrevió a señalarle con el dedo mostrándole un semblante de completo enfado por su parte. Aelia no solía enfadarse. Incluso con cosas que deberían afectarla, trataba de no ir por ese camino. Pero esta vez no pudo. —Si va a empezar a recriminarme algo tan mínimo cómo eso, ¿qué tal si lo hago yo también? —Prosiguió. Conchi decía entre susurros desesperados "Niña, no lo hagas. ¡No lo hagas!" y el comisario admiraba la escena. Si algo le hubiera parecido mal habría actuado en ese mismo momento, pero no vio necesidad alguna. —Usted es un irrespetuoso de mucho cuidado. Quiso meterme en la cárcel. No paraba de hablarme mal. ¡Incluso de mis amigos! —Tomó una bocanada de aire. —¿Qué es eso de llamarles "follacabras"? Menudo irrespetuoso. —El Superintendente se mantuvo en todo momento callado. No mediaría palabra hasta que ella terminara de hablar.

—¿Eso es todo? —Preguntó con simpleza. Si bien aparentemente parecía indiferente, por dentro tenía un revoltijo de palabrotas para decir. ¿Cómo era capaz de enfrentarse a él? Nadie lo había hecho de esa forma. Jack no estaba para nada acostumbrado a ello y por supuestísimo que iba a mostrar el cabreo en todo su esplendor.

—No. —Dijo Aelia cruzando los brazos. —¡Y no se comió mi quesada!

Un silencio sepulcral azotó el pasillo que daba a múltiples oficinas, incluida la del trajeado. Incluso Conchi, quien se caracterizaba por ser muy habladora estaba callada a la espera del próximo movimiento de Conway. La mujer no apartó en ningún momento sus impecables esmeraldas de la mirada escondida del hombre. Esa guerra entre orbes completamente opuestos aumentó la tensión del lugar. Tanta era que el de cabellos plateados pensaba que en cualquier momento su superior explotaría en la cara de la muchacha de las flores. Una gran valentía se había adueñado de su cuerpo. No fue capaz de desviar su mirada. Se mantuvo quieta y segura de sus palabras expresadas desde el enfado que sufrió ese día y esos instantes. Si Laura hubiera visto esa discusión, se pensaría que estaría soñando. Y cómo no pensarlo, si la castaña siempre mostró una gran actitud dulce y suave que transmitía en todo momento alegría.

Flowers || Jack ConwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora