Contenido sensible. Leer bajo tu propia responsabilidad.
___________—Ese chico estaba triste, ¿cierto? —Anunció Ifalna. Ambas comenzaron a subir las escaleras para ir al piso de la florista. Durante los siguientes segundos, las dos se mantuvieron calladas y únicamente se escuchaban las pisadas del calzado de las chicas.
—¿Cómo lo sabes? —Dejó de subir las escaleras al decir aquello quedándose a mitad del segundo piso.
—Tú solo das lirios cuando ves a alguien triste. —Mencionó como si fuera lo más obvio. —A pesar de no haberte visto en muchos años, te conozco.
—Falleció un amigo suyo hace un tiempo. Quería hacerle sonreír aunque fuese por un rato.
Era la chica más bondadosa que Ifalna conocía. A lo largo de su vida, conoció a gente de todo tipo, pero nunca a alguien con las características de su hija. La bondad y la felicidad rebosaba de su mirada. Si tan solo la miraras, ya en ese mismo instante estabas sonriendo. Su alegría era demasiado contagiosa. La mayor sonrió levemente ante las actitudes tan beneficiosas que ella seguía haciendo. De pequeña era igual, solo que más ingenua y confiada. Ahora tenía una visión del mundo mucho más clara. Era capaz de ver quién era malo y quién no, como si fuera un don.
Cuando acabaron de subir las escaleras, la de los orbes más sabios iba unos pasos por delante. Aelia, estando detrás, estaba distraída con el móvil. Concentrada en la pantalla, navegaba por las páginas de la tienda de aplicaciones en busca de Twitter. Ya va siendo hora de que yo también tenga esto. Me da envidia Laura. Ella está enterada de esto gracias a la red social esta. Pensaba con algo de celos. Si querías saber algo de la ciudad, tan solo tenías que preguntarla y sí o sí sabía de qué se trataba, y Aelia quería ser igual. De cierta manera, se plagiaría de ella.
—Aelia. Échate para atrás. —Dijo repentinamente su madre. Su tono había cambiado por completo. Jamás la escuchó de esa forma. La seriedad y frialdad envolvió todo su cuerpo, y eso podía notarlo con tan solo una mirada.
La treintañera estudió con sus pupilas la actitud de la persona que tenía enfrente. Estaba sumamente tensa y el perfil de su rostro endurecido la puso los pelos de punta. Ladeó la cabeza para esta vez mirar hacia la puerta de su casa. Estaba entreabierta. Inmediatamente, la florista retrocedió unos cuantos pasos. Su mano derecha temblorosa se deslizaba por la pared a medida que retrocedía.
—Voy a llamar a la policía. —Decía entre tartamudeos mientras que cerraba todas las aplicaciones del móvil repetidas veces con el botón "home". Señaló con el dedo índice tembloroso la opción del teclado telefónico y automáticamente marcó 091, el númedo de la policía nacional. ¿Mamá? ¡No entres, mamá! Susurraba de manera desesperada. Veía cómo su madre teniendo la espalda apoyada en la pared del lado izquierdo, abría la puerta lentamente con la mano derecha. Ayuda, alguien entró en mi casa. Por favor, que venga alguien. Por favor... Rogaba continuamente.
Tenía tanto miedo de que algo como el incidente pasado sucediera... Su madre tenía todas las papeletas de sufrir algo así. Aelia trataba de detener a su madre para que no entrase mientras que tenía el teléfono en el oído con la policía en la otra línea. Pero Ifalna hizo caso omiso a sus advertencias y entró de todas formas. La florista ya habiendo informado a los agentes de la ley, dejó caer su teléfono al suelo sin dejar de retroceder. Ahora tenía un pie en el escalón de abajo, lista para correr si algo sucedía.
Pasó un largo minuto. Todo estaba en completo silencio. Ni siquiera se escuchaba una sola palabra por parte de Ifalna, pero tampoco se escuchó algún tipo de ruido que la indicara que algo había sucedido dentro de su hogar. Sentía cómo su corazón podía salirse por su boca en cualquier momento de los nervios que sentía. No paraba de latir violentamente y sus esmeraldas no se apartaban de la puerta ahora totalmente abierta del apartamento. De repente, la luz se encendió y su madre se asomó un momento.
ESTÁS LEYENDO
Flowers || Jack Conway
RomanceEsa chica parece saber solo sonreír. Incluso en los malos momentos, siempre regala una de sus sonrisas para reconfortar a quien lo necesitara. Es tan contagioso su buen humor que incluso la persona más fría y malhumorada de la ciudad logra apaciguar...