La lanza y la espada

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En el principio no había más que oscuridad. En aquella nada la luz fue solo un pensamiento primigenio que existió en la mente de la Creadora. Hubo luz y de ella nacieron sus primeros acompañantes, el primer cielo que todos conocieron, aquel donde nacieron sus ángeles y los pensamiento del mundo y el universo. Había estrellas, brillo en cada rincón y se crearon soles. Pero aún en la luz había oscuridad; aquella primigenia no desapareció y llegó a transformarse en abismo y para los hombres en sinónimo de peligro y misterio. 

Pero había oscuridad incluso en aquello que no era más que natural. Dentro de las capas de piel de la primera humana, donde el sol y la luz no tenían cabida, el calor germinó en la forma de niños y en sus interiores donde no había estrellas, un corazón latió y todo el mecanismo creado funcionó como si se tratara del interior de un reloj. 

En la oscuridad de la tierra hubo vida y ahí germinaron las semillas que más tarde se volverían bosques y selvas, en medio de la eterna noche en el frío polar, hubo auroras y en el interior del corazón marino, criaturas asombrosas de sonidos y dimensiones que los humanos nunca llegaron a comprender del todo. Había vida en esas tinieblas y aquellas fosas donde nadie pudo haberlo imaginado, fungieron como úteros que albergaron el inicio de la vida. 

Las forjas del infierno eran un lugar atroz, olvidadas desde que los demonios empezaron a usar cualquier cosa como arma y donde las almas más antiguas se arremolinaban tan perdidas como el día en que llegaron por diferentes motivos. Los que iban allí no recordaban ni siquiera recordaban haber sido humanos. Las primeras dieron casi por accidente y las otras olvidaron hace mucho que eran almas y se limitaron a vagar por los rincones. Las forjas eran el sitio más bajo de los infiernos, lo más alejado de la capital y un sitio donde ni siquiera los más valientes se aventuraron luego de la última revolución dos mil años antes del fin. 

Beelzebub era el único que supo las motivaciones olvidadas por otros de su rey al cerrar aquello parajes y el ser que mantenía el camino a ellos en su memoria. Ahora sabía por qué reservó aquellos recuerdos aún cuando pudo haberlos enviado tan lejos como aquellos donde era un ángel en vez de demonio. 

Misrael había caminado de la mano de Asmodeus pasando entre ellas mientras Beelzebub los seguía. Los dos primeros se adentraron y encendieron los hornos que por milenios fueron olvidados. El martillo que Beelzebub había obtenido por medio de Dagon cayó en el acero celestial y lo dobló. Las gemas se dispersaron por el suelo y los ecos perforaron uno en uno las cavernas más profundas del infierno. 

Beelzebub se quedó detrás de ellos, siempre vigilante ante las almas que se arrastraban al rededor de ella. Sus ojos se iluminaron con los reflejos de las llamas y a cada tañido de metal contra acero hicieron a su corazón contraerse. La Aurora era un ser por el que sintió más empatía a fuerza de verla, sus brazos eran delgados y su complexión pequeña, sin embargo nada impidió que a sus golpes la materia adquiriera una nueva forma. Sus hermosas vestiduras blancas estaban llenas de sudor y de chispas que resplandecieron al calor del fuego infernal. 

Cuando llegó el momento de acercar los pedazos rotos para unirlos, Misrael empezó a recitar varias palabras en el idioma de los ángeles. Las almas recordaron su origen por ciertos segundos y miraron todas al ángel que unía una nueva lanza al calor de las llamas antes de martillear y pulir. Beelz sintió que el sudor bajaba por su frente en parte por el calor, en otra por las palabras, no las de Misrael, sino las de una anciana capaz de hacer temblar al mundo desde su tumba de leña y pólvora. Beelz tocó el hombro de Dagon cuando el duque llegó a supervisar el trabajo por sí mismo; no iba a aceptarlo, pero algo en los golpes y en la visión de aquellas armas hizo a su interior latir, esperando. 

La lanza emitió un destello cuando el acero celestial empezó a moldearse a pesar de que aquello que lo rodeaba era fuego infernal Asmodeus, nervioso, admiraba los destellos en la piel del ángel y en su interior quedaría grabado el valor que tuvo para acercarse tanto a algo tan peligroso. Las chispas volaron por toda la túnica y la propia suciedad de las armas y la corporación pintaron el rostro pálido del ángel sin alas. La oscuridad bailaba con la luz sobre el acero, una danza contemplada por un ángel en medio de los infiernos. 

PANDEMONIUM (Ineffable Bureaucracy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora