Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Todos los derechos están reservados por Katsu Aki y Sunrise.
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Había apretado con fuerza contra su pecho el pendiente de Hitomi. La luz que la había llevado de vuelta a la luna mística se había esfumado y las lágrimas en los ojos de Van aparecieron casi de inmediato.
La amaba y ella lo amaba a él, al final de la batalla lo habían descubierto. Sin embargo su corazón le había dicho que era mejor dejarlo así, en silencio, sin decir nada. Ella debía regresar a su hogar y él hacerse cargo de su pueblo. El rey de Fanelia pensó que era lo mejor en ese entonces. Que de pronunciar una palabra, el fuego de aquel amor lo consumiría por siempre haciéndolo doloroso de soportar para ambos, al estar separados. Pero el tiempo sólo se había encargado de desmentir aquello. Cinco años habían pasado, cinco largos años y no había pasado un solo día en que no hubiera pensado en ella.
— Amo Van... —Merle asomó su gatuno rostro por la puerta de los aposentos del Rey. La chica esperó la respuesta de su majestad, misma que no llegó por lo que se aventuró a entrar a la habitación—. Perdón que te interrumpa —dijo con pena al darse cuenta de que Van le regalaba una mirada profunda a la luna mística—, ella ha llegado... no deberías hacerla esperar.
— Iré en un momento —anunció él sin quitar la vista de su objetivo.
— De acuerdo, no te tardes, la ceremonia de bienvenida ya va a dar comienzo —Merle salió de la habitación del rey y suspiró detrás de la puerta. Ya era normal para ella encontrar a Van en ese estado. Aunque Van Fanel amaba a su pueblo y era feliz por ver que Fanelia y Gaea se habían levantado, cuando el rey estaba a solas su semblante no denotaba más que tristeza.
Van sacó el pendiente que descansaba celosamente sobre su corazón. Lo rodó entre sus dedos, sintiendo su lisa y ovalada forma.
— Hitomi... —susurró, y algo le oprimió el pecho, sofocándolo. ¿Qué estaría haciendo? ¿Sería feliz? ¿Pensaría en él? Todos los días llegaban a su mente las mismas preguntas, pero no tenían respuesta—. Si tan solo estuvieras aquí esto no estaría pasando... —el Rey besó el pendiente y volvió a guardarlo. Se colocó sus guantes y acomodó la gran capa color azul que le colgaba de los hombros. Se despidió con reproche de su luna mística, de su anhelo y su guía y enfiló hacia el recibimiento.
Se había resistido por mucho tiempo a la idea de tener que arreglar un matrimonio. Nunca había estado interesado en otra mujer que no fuera Hitomi y tampoco sentía deseos de involucrarse con nadie, sin embargo había alcanzado la mayoría de edad y el reino necesitaba estabilidad y herederos: entonces había terminado por aceptar que era lo mejor para su pueblo aunque no para él. Todo estaba arreglado; el Rey de Daedalus había acudido hacía tiempo en persona a verlo, precisamente a proponerle la mano de la princesa (cosa verdaderamente extraña para él, que sólo había escuchado de reyes que ofrecían a sus hijos o pedían la mano de las princesas y no al revés) así pues, primero debían prometerse. Habría una presentación y convivencia y posteriormente el matrimonio se llevaría a cabo. Meras formalidades.
Van, bajó las largas escaleras que conducían de su habitación al recinto del castillo. La visita se llevaría a cabo de forma intima pues aun no quería que el pueblo se regocijara con la unión, pues el rey estaba a la expectativa de cualquier acontecimiento que pudiera hacer que anulara tal compromiso. Cualquier milagro era bienvenido por pequeño que fuera.
Al fin llegó y su corte real lo aguardaba, al igual que la princesa y su séquito conformado por su consejero real y sus asistentes. Las miradas de los futuros prometidos se encontraron; Van forzó una sonrisa. La chica se la devolvió con timidez. La princesa Layra era una joven de la misma edad de Van. Su tez era clara, tenía ojos verdes y su cabello negro y largo caía suelto hasta la cintura. Era muy bonita. A simple vista parecía un poco reservada y tímida pero había escuchado rumores de que era una gran líder en su tierra y que su pueblo tenía muy altas expectativas de ella y su futuro reinado.
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El Llamado de la Luna Mística
RomanceCada mañana al despertar, una infinita tristeza la invadía y le hacía dudar de su elección. Se arrepentía veinte veces al día de haber vuelto, de haber dejado a Van. Y muy a menudo cuando era consciente ya estaba alzando una plegaria al cielo, a Gae...