Llévame de regreso

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La chica abrió los ojos debido a la luz que le pegaba en la cara y se encontró descansando a los pies del tronco de un árbol. Hitomi se incorporó extrañada y admiró el paisaje frente a ella; un prado de un vivo color verde se extendía de un lado al otro, la copa de un gran árbol sobre ella y detrás de sí hierba.

La chica se puso de pie de un brinco; el lugar se la hacía bastante familiar.

— Pero, es imposible... —dijo en susurro. La brisa le meció el corto cabello y le dieron escalofríos. Regresó hacia al árbol y de pronto se percató de que había algo que la maleza ocultaba. Había pensado que era una roca cubierta de moho y enredaderas, pero un halo de brillo rosáceo le indicó que era algo más.

El corazón le dio un vuelco al acercarse más; entre hierbas y maleza, sentado, en silencio, descansaba el antiguo guardián del pueblo de Gaea, Escaflowne.

Hitomi arrancó como pudo las enredaderas que cubrían el armatoste, decidida a despertarlo.

— ¡Estoy en Atlantis! —gritó jalando las enredaderas que no querían ceder—. ¡Estoy en Atlantis!

La habitante de la luna mística continuó con su labor y despejó los últimos herbajes del corazón de Escaflowne. No llevaba consigo su pendiente, pero se le había ocurrido algo. Debía ir a Fanelia o a Asturias, a dónde llegara primero, de todas formas cualquier camino la llevaría hasta Van.

Hitomi colocó su palma derecha sobre el corazón del dragón y enseguida de éste emanó una luz que inundó el lugar.

*****

— ¿Y bien? ¿Qué te parece la princesa Layra? — le preguntó Van a Merle, quién le ayudaba a acomodarse la capa. El rey estaba a punto de salir de paseo con su futura prometida. La princesa de Daedalus llevaba exactamente una semana en el reino de Fanelia y Van y ella habían estado paseando de arriba abajo por todo el pueblo, tratando de conocerse más y de que aunque fuera a la fuerza su matrimonio, pudieran llevarse bien y tener algo bonito.

Sin embargo para descontento del heredero, había descubierto que ellos no tenían muchas cosas que pudieran compartir. Salvo el amor hacia sus respectivos pueblos y los ideales para defenderlos pero, ¿qué gobernante no tenía eso en común con otro? Layra era una buena chica, muy bonita y considerada, atenta con la gente y de carácter fuerte pese a la primera impresión que había tenido de ella al ser algo callada. Ahora que ya habían convivido un poco más, Van había descubierto que no era tan tímida como pensaba. Sin embargo la princesa no le movía nada más y eso lo preocupaba. Más bien la veía como una amiga con la cual podía hablar sobre Fanelia, Gaea, Daedalus... la historia de los pueblos. Pero en todos esos días que había pasado con ella no había sentido ni una pizca de atracción o de arrebato. Era consciente de que en una semana no iba a amarla, sin embargo no había ningún indicio en su interior que lo alentara a seguir queriendo insistir.

— En realidad eso no importa amo Van. Lo que yo piense no es relevante... —sentenció—, sólo importa lo que tu pienses y lo que pase por tu corazón —le dijo, colocándose frente a él. Van guardó silencio por un momento, sintiendo el peso de aquello caer en su mente. Sí, ella tenía razón. ¿Qué importaban las opiniones de los demás? Si no le servirían para convencerse.

— Tú sabes que es lo que hay en mi corazón —la miró. El semblante felino de su amiga era serio. En ese momento cayó en cuenta de que Merle había crecido bastante y que ya no estaba hablando con la niña caprichosa e infantil de hacía unos años que hacía berrinche por todo y provocaba sin cesar a Hitomi. En cambio la chica ahora era miembro de su consorte real y consejera personal.

— Entonces díselo —aconsejó ella—. Háblale de Hitomi. Dile la verdad —Van abrió los ojos de par en par, sorprendido.

— ¿Hablarle de Hitomi...? ¿E-Estás loca? —balbuceó, sorprendido de que Merle le aconsejara tal cosa— ¡Layra va a odiarme! No puedo hacer eso Merle, voy a lastimarla —negó, visualizando el panorama.

El Llamado de la Luna MísticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora