Extrañas Sensaciones

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Había pasado exactamente una semana desde la fiesta en la azotea en Sunset Arms y para la suerte de Helga no había vuelto a tener noticias sobre el psicólogo ni se había topado con él por el vecindario, cosa que agradecía pues había tenido tiempo para darse un respiro y tratar de controlar un poco sus sentimientos. No obstante la carga de trabajo de la primera semana y las aventuras que Telefonia Pataki le brindaban a la rubia, constituyó un refugio temporal para no pensar en su suerte en el amor.

Su recibimiento en la compañía se le antojaba insípido; los empleados la miraban acusadores. En sus ojos podía ver el reproche de que era la hija del director y había sido puesta ahí por ser "pudiente". También, el consejo de accionistas le soltó la bomba desde el principio como novatada, pidiéndole un análisis completo de la empresa de un día para otro. Helga ya se lo esperaba, y tampoco se sorprendió al darse cuenta, que su padre no se había dignado en poner todo en orden a su partida y había dejado el trabajo botado. De hecho tampoco se había dignado ni en capacitarla. De no haber sido por Sonia (ex asistente de su padre y ahora de ella), que le explicó de Pe a Pa las funciones que Bob había estado realizando por años y por la experiencia ya obtenida en la compañía Bartlett, Helga hubiera sido un bocadillo fresco para todas las pirañas de la empresa.

Pese a ello se mantuvo optimista pensando en que el hecho de que sus padres se encontraran juntos en casa los ayudaría a acercarse y a luchar contra sus enfermedades juntos (eso eventualmente la haría sentirse más tranquila y con menos carga familiar). Pero la cosa no estaba ni tantito cerca de ser así; al regresar a casa se daba cuenta que lejos estaban de ello: Miriam y Bob se habían refundido cada uno en diferentes sitios de la casa, autocompadeciéndose en solitario. A veces la chica se preguntaba por qué seguían juntos, si su relación era inexistente desde hacia tiempo.

Para variar, a media semana había recibido una llamada de Olga un tanto preocupada por su padre. Helga se sulfuró nada más escuchar la cantarina voz de su hermana del otro lado de la línea:

Ven y entérate tu misma que tienen tus padres, no me estés llamando por teléfono para estas cosas—le había dicho antes de colgar. Era tan estúpido que Olga quisiera tratar esos temas por teléfono, teniendo en cuenta que había estado años fuera al tanto de la situación de su madre y le había valido sombrilla. La menor de los Pataki no estaba segura si Olga terminaría por ir a visitarlos, pero no era algo que le quitara el sueño. Desde hacía años se las había arreglado para tratar de ayudar a su madre y sobrellevar la situación sin el apoyo de nadie más, esta vez no sería tan diferente.

Era un día caluroso en Hillwood y Helga se encontraba dando los últimos toques para la presentación que daría al consejo cuando el teléfono de su oficina sonó:

—Dime, Sonia—la chica no se inmutó y siguió tecleando en su computadora.

— Señorita Pataki, la doctora Heyerdahl acaba de llamar para recordarle su cita de hoy. Se encontrarán a las 4:00 pm en la boutique del centro comercial —Helga suspiró. Phoebe había estado como histérica recordándole a diario que debían comprar su vestido de dama de honor. Había escuchado alguna vez que las futuras novias perdían la cabeza, engordaban, bajaban de peso, se enfermaban o tenían ataques de nervios, y bueno, su amiga lo estaba llevando a otro nivel por un vestido de dama que honor. Le irritaba un poco la intensidad que estaba tomando, pero era su mejor amiga e iba a casarse y ella haría con gusto lo que Phoebe dijera.

— Juro que no se me va a olvidar, ha llamado todos los días para recordármelo... ¿Algo más? —la chica no quitaba la vista de la pantalla de su laptop. Estaba segura de que no había pestañeado por una hora de lo concentrada que estaba.

— Si. El consejo la espera en la sala de juntas.

— Sírveles café y bocadillos, necesitarán tener algo en la panza... voy en un minuto.

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