Un día especial

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— ¿Pero que...? —exclamó Phoebe, quitándose las gafas de sopetón y parpadeando al ver a Helga y Arnold entrar al hospital hechos una sopa y tomados de la mano.

— ¿Que onda Phoebs? —saludó Helga, sonrojada de que los hubiera encontrado de la mano.

— H-Hola Phoebe —dijo Arnold, sobándose la cabeza.

— ¿Qué pasa con ustedes? ¿Quieren resfriarse o qué? ¡Vengan para acá! —ordenó con reproche. Phoebe los condujo por los pasillos del hospital luego se adentraron por los quirófanos y llegaron al descanso de médicos que estaba vacío para su buena suerte—. Tomen —les dijo dándoles una toalla a cada uno—. Tengo aquí una muda de ropa para ti, Helga, pero para Arnold...

— E-Está bien, no hace falta... esperaré a secarme... —comentó Arnold, apenado.

— No, no pueden quedarse aquí mucho tiempo y mucho menos estar mojando los pasillos. Veré si el casillero del médico Richard está... ¡Si! Está abierto —exclamó victoriosa mientras revolvía entre las cosas de su colega—, y dejó su muda que utiliza cada que va a jugar tenis, bien. Toma, Shortman. Creo que es una talla más que tú pero servirá cámbiate aquí Arnold y tu, Helga ven conmigo al baño de mujeres —la doctora agarró a su amiga de la muñeca y salieron del cuarto de casilleros para ir a un amplio baño en donde había sillones de piel, televisión, duchas individuales y espejo. Helga entró a una de las regaderas y comenzó a quitarse la ropa. En silencio se secó el cabello con la toalla y después la pasó por todo su cuerpo—. Ya, dímelo... ¡cuéntame! —pidió la doctora recargada en la pared, muerta de ansias.

— Fue... Phoebe ¡Fue lo más...! Ni siquiera puedo describirlo... Me besó y dijo que me amaba y me pidió perdón y volvió a besarme y...

— ¡Yay! —ahogó el grito con sus manos para que Arnold no lo escuchara del otro lado—. ¡Lo sabíamos! ¡Gerald y yo lo sabíamos! —exclamó, emocionada.

— ¿Qué? —asomó la rubia la cabeza entre la cortina de baño mientras se subía los pantalones que le quedaban un poco cortos—. ¿Él les dijo...?

— No, no, no. Si nos hubiera dicho yo habría corrido a contártelo pero no fue así. Más bien lo notamos, Helga —rememoró sus pláticas en donde Gerald se lo explicaba y el día de su boda en dónde los veía intercambiar miradas—. Se estaba interesando mucho en ti y en la situación de tu casa, de tu trabajo y tus padres... de verdad que no había día en que Gerald no llegara con algún comentario que Arnold le hubiera hecho sobre ti. Fue entonces que nos dimos cuenta que, evidentemente él no lo sabía. Él estaba convencido de que eras su amiga y era lo más normal del mundo querer ayudarte, pero como nosotros lo teníamos claro decidimos intentar algo en la boda y comprobarlo y funcionó, a parte de que a Steve no le costó nada hacer su papel, es un patán de primera, lo he visto en varias ocasiones al muy sin vergüenza.

— ¿Fue idea suya? —exclamó Helga, corriendo la cortina con violencia y saliendo de la regadera ya cambiada y un poco menos mojada.

— Por supuesto —contestó Phoebe en tono casual, como si aquello hubiera sido de lo más normal y obvio—. Necesitaba un bendito empujón si no nunca se iba a dar cuenta y se harían viejos y lo lamentarían.

— No exageres —le dedicó una mirada exasperada—. Pero... gracias.

— Nada qué agradecer, ahora vívelo como siempre lo has querido —le aconsejó su amiga poniendo las manos en sus hombros.

— Tengo miedo de que sea un sueño o una broma... aún no me lo creo —confesó.

— Has amado a ese hombre desde que tenemos memoria y lo conoces, ¿sería capaz de hacer algo así? ¿jugaría contigo?

Camino de VueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora