Wanda se estiró en su sillón hasta hacer tronar su espalda. Sentía los hombros pesados, tensos y le dolían horriblemente. Se masajeó la piel suave del cuello y se quejó en voz baja, moviendo su cabeza de un lado al otro, sin poder encontrar alivio para su malestar. Estaba cansada, realmente cansada, pero no podía permitirse descansar en ese momento, no cuando estaban a punto de cerrar la fusión de empresas en las que habían trabajado por dos años. Finalmente, sus esfuerzos darían frutos y si se permitía ceder al cansancio en ese momento todo podría irse al caño. Un suave golpe en la puerta la obligó a sentarse correctamente y fingir concentración.– Pase– pidió y la puerta se abrió, dejando ver a su mejor amiga asomar la cabeza por el resquicio de la puerta. Natasha se veía fresca como una lechuga y ella no pudo evitar envidiarla.
– ¡Dios, Wan, luces como la mierda! – exclamó nada más verla y la chica frunció los labios, mirándola peligrosamente.
– Yo también te quiero, amiga. ¿Será que estoy cansada? – ironizó, y la pelirroja se echó a reír, echando su cabello hacia atrás con un gesto elegante.
– También yo estoy cansada y mírame. Luzco como Sofía Loren, te lo digo yo...– afirmó, guiñándole un ojo.
– Eres una perra maldita– gruñó, provocando la carcajada de su amiga. Natasha le mostró el dedo medio antes de lanzarle un beso y sentarse frente a su escritorio, cogiendo los borradores de los contratos en los que ella estaba trabajando.
– Esto se ve muy bien, Wanda. Realmente bien...– felicitó tras echar una ojeada a los avances que la menor había realizado en esos días. Wanda era una muy buena abogada y pese a su juventud, demostraba amplios conocimientos y una intuición envidiable.
– Gracias...– respondió la chica, sintiendo alivio mientras se estiraba una vez más. Su cuello volvió a tronar y Natasha siseó, ladeando el gesto.
– Auch, eso suena doloroso– comentó, dejando nuevamente los documentos sobre el escritorio de vidrio de la chica.
– Es doloroso... siento que soy un manojo de estrés. Reventaré de un momento a otro, te lo juro– la pelirroja la contempló fijamente por unos momentos y de pronto sonrió. Wanda alzó una ceja, confundida y asustada a partes iguales. Esa expresión en el rostro de su mejor amiga sólo podía significar problemas– ¿En qué estás pensando ahora, loca?
– Coge tu chaqueta, linda. Vamos a almorzar– respondió Natasha, ignorando la puya. Se puso de pie y tomó ella misma el impermeable rojo de su amiga, arrojándoselo a la cabeza. Wanda la miró mal, pero la siguió de todos modos, cuestionándose a donde la llevaría ahora la loca de su amiga.
Natasha condujo en silencio hasta que se detuvieron frente a una cafetería de apariencia normal, ubicada en el primer piso de un elegante edificio de departamentos. Bien, al menos no era un spa ruso como la última vez. Allí la había atendido una mujerona ancha como un armario que había a punto de fracturarla con sus enormes manazas. Le habían dejado la piel adolorida por la exfoliación y luego había terminado con el rostro abotagado e hinchado por días. Quizás, sólo quizás, esta vez ella realmente se refería a comer cuando dijo que fueran a almorzar. Se apearon luego de que un amable (y atractivo) muchacho les ofreciera sus servicios como valet y entraron juntas al local.
Lo primero que ella notó fue que sólo trabajaban camareros varones en el local. Lo siguiente fue que todos eran endemoniadamente guapos y lo tercero, que sólo había clientes femeninas. Miró a su amiga, confusa, pero ella sólo le guiñó un ojo y dirigió sus pasos hacia el maître, quién resultó ser un hombre alto y bien parecido que la saludó familiarmente con un beso en la mejilla. Tenía el cabello rubio y bien peinado hacia atrás, unos penetrantes ojos azules y un cuerpo que parecía esculpido a mano y amenazaba con romper la tela de su camisa blanca en cualquier momento. Al igual que los demás, llevaba un chaleco negro sin mangas sobre la camisa y una corbata también negra desanudada y colgando de su cuello como si fuera una bufanda.
– ¡Tenía tiempo que no te veíamos por aquí, Natasha! – exclamó, mostrando su sonrisa amplia y franca.
– Lo sé, Steve, he tenido demasiado trabajo... por cierto, ella es mi amiga, Wanda. Trabaja conmigo– Wanda se sobresaltó cuando su atención recayó en ella y amplió su sonrisa.
– Un placer conocerte, Wanda. ¿Me llevo sus abrigos? – Natasha desabotonó su chaqueta y él la deslizó por sus hombros con suavidad, en un gesto casi sugerente. Wanda los miró con suspicacia, pero no dijo nada y le entregó su abrigo con una media sonrisa, antes de que él pudiera quitárselo.
– ¿Tienes una mesa para nosotros, Steve?
– ¿Para ti? Siempre– respondió él con un guiño y las guio a una mesa junto a la pared, frente a la barra en la que servían tragos.
Wanda paseó sus ojos por el local, notando lo bien decorado que estaba y lo sobrio del ambiente. Había pequeños arreglos florales en tonos rojos sobre las mesas y fotos de muy buen gusto enmarcadas en marcos dorados y sencillos. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que se toparon con el muchacho que atendía la barra. Estaba secando unos vasos en ese momento y le mostraba su perfil. Tenía el cabello largo hasta los hombros, cogido en una media cola de la que se escapaban algunos cadejos que le enmarcaban el rostro. Una barba de un par de días le cubría la quijada y ella pestañeó un par de veces, regañándose mentalmente por haberse quedado mirándolo boquiabierta.
– ¿Y? ¿Te gustó la vista? – preguntó Natasha, haciéndola dar un respingo en su silla. La mirada socarrona que le dedicó le dio a entender que la había sorprendida babeando por el barman.
– Ehm, sí, es un lindo lugar. ¿Qué vamos a pedir? – preguntó, carraspeando y alzando la carta para esconder el rubor de sus mejillas.
– No lo sé... ¿qué se te antoja? – preguntó Natasha a su vez, quitándole la carta. Wanda alzó una ceja y Natasha sonrió, traviesa– ¿Quieres un moccha? – preguntó apuntando disimuladamente hacia un camarero afroamericano y de muy buen ver que le guiñó un ojo– ¿un latte? – Steve, desde la entrada le dedicó una sonrisa– ¿o quizás algo más fuerte? – murmuró, señalando al hombre de la barra. Él siguió en lo suyo, sin mirarlas.
– ¡¿Qué es este lugar, Nat?! – cuestionó, algo escandalizada al comenzar a comprender de qué se trataba todo eso.