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EL ÁNGEL CAÍDO DE GRAIT


Después de esperar toda la tarde para regresar a casa, Reese se sentía como una turista en un lugar extraño, lleno de detalles que nunca vería en su propio pueblo. La falta de nombres en las calles la incomodaba, especialmente cuando veía a sus vecinos deambular con ropas apagadas y rostros demacrados. Todos parecían tener una aura macabra y maliciosa que le ponía los pelos de punta. La atención que recibía de ellos era intensa desde la desaparición de Reagan; las mujeres la miraban con odio y los hombres con un deseo que la perturbaba. Viejos hombres lamían sus labios cuando pasaba cerca, y varios intentaron acercarse a ella durante su camino a casa, lo que la hacía huir despavorida.

Al llegar corriendo a casa, cerró la puerta con el corazón acelerado. Se sentía inquieta como un gato, con la piel erizada y alerta ante cualquier cosa. Escuchó un ruido en la cocina y corrió hacia allí, encontrándose a su madre fregando los platos. Se abalanzó sobre ella para abrazarla, pero su madre la apartó con el rostro inexpresivo. Retrocedió con las mejillas ardiendo.

—Hola, mamá. ¿Cómo estuvo tu día? —dijo, apretando los puños. Anhelaba abrazarla de nuevo, buscando el consuelo y la seguridad que solía encontrar en sus brazos.

—¿Qué te importa? —respondió su madre con un tono frío y cortante, desviando la mirada. Normalmente, su madre le habría dado muchos besos y la habría mimado todo lo posible. Pero ahora la miraba con una frialdad desconcertante.

Reese observó cada detalle de su madre. Era idéntica a ella, pero algo en su mirada y su actitud la hacía diferente, contaminada por esa misma aura oscura que había notado en los demás.

—¿Y por qué llegaste tan temprano? —continuó Reese, dejando su mochila en la mesa de la cocina y encendiendo el televisor. Su madre siguió fregando el mismo plato, aunque ya estaba limpio.

—No entiendo por qué me hablas, niña. Te he dicho incontables veces que tu presencia me molesta, que me desagradas por completo. ¡Quiero que te vayas de aquí, no quiero verte! —exclamó, arrojando el plato al suelo, haciéndolo añicos. Reese se tapó la boca, impresionada. Su madre la miraba con los ojos muy abiertos y los brazos tensos a los costados—. ¡Fuera de mi vista, maldita inútil! —añadió, utilizando palabras que Reese nunca había escuchado de su madre. Apretó los puños, consciente de que no estaba hablando con su madre, sino con esa otra presencia que ahora ocupaba su lugar.

—Estaré en mi habitación si me necesitas —murmuró Reese, retrocediendo. Su madre no respondió, simplemente extendió las manos para agarrar otro plato y comenzar a fregarlo con la misma intensidad que antes. La imagen era demasiado perturbadora para negarla.

Subió las escaleras hasta su habitación, notando detalles que no había visto antes. Comenzó a inspeccionar cada rincón, encontrando un tocador con algunas fotografías. Tomó una en la que estaba montada en un columpio cuando era pequeña, con dos coletas y una sonrisa genuina. En otra, un poco mayor, estaba con el cabello suelto y parecía estar en un centro comercial. La última foto era reciente, con un vestido que revelaba mucho más de lo habitual. Registró más en el cajón, encontrando maquillaje en tonos oscuros y una gran cantidad de dinero.

Meditó en silencio sobre lo que estaba ocurriendo: un sacrificio mortal en el pueblo de Griat, un deseo dirigido a la Luna y ahora encontrada en una realidad que parecía un espejo distorsionado de la suya propia, donde Reagan había estado todo este tiempo. Ahora, necesitaba descubrir cómo regresar sin ser asesinada por los residentes de esta realidad, que parecían dispuestos a matar a quienes no encajaran en su mundo.

De repente, notó una sombra entrar en su habitación. Supo de inmediato quién era sin necesidad de voltear.

—¿Estás bien? Pareces a punto de desmayarte en cualquier momento —dijo Reagan con preocupación.

¿DÓNDE ESTOY? | TERMINADA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora