—¿Estás bien? —me preguntó Jhosua, sin quitar la mirada del camino.
Asiento.
—Solo estoy agotada... —mentí, pero no del todo.
—Bueno, a partir del lunes ya podrás descansar mejor.
Acomodo mi espalda contra el respaldo del asiento y miró por la ventana. La nieve decora las casas y las veredas con su intenso blanco.
—Gracias a Dios, sí.
Una vez que llegamos a mi casa y estacionó en enfrente, apagó el auto y nos quedamos un momento en silencio, hasta que él decidió dar el primer paso para romperlo.
—¿Y el domingo qué harás?
—¿Este domingo? —pregunté, algo sorprendida.
—Si no tienes planes, me gustaría invitarte a cenar.
Por un momento no supe qué decir, y él se percató de ello.
—Pero si no quieres…
—¡No, me encantaría! —lo interrumpí, corriendo un mechón de cabello detrás de mi oreja.
Joshua pareció casi suspirar de alivio.
—Genial —dijo con una sonrisa nerviosa—. ¿Te parece bien si paso a buscarte a las ocho?
—Sí, bien. —le devolví la sonrisa.
Y luego de agradecerle por haberme traído, me despedí y bajé del auto. En cuanto se fue, me quedé parada un rato más bajo la nieve, asimilando lo que acababa de ocurrir.
¿Tendré una cita? Después de tanto tiempo... Y con Jhosua. Sonreí levemente.
Con un tembleque por el frio decido entrar a la casa de una vez, y al hacerlo, lo único que me recibe es el silencio acompañado de la oscuridad, algo que, en momentos en los que no estoy tan exhausta, se siente un poco abrumador.
Prendo las luces y me quito el abrigo, dejándolo colgado junto con mi cartera en el perchero. Luego, me despojo de los incómodos zapatos que, tras tantas horas de andar, me han lastimado los pies. Los acomodo en un rincón y, sintiendo el peso del día en mis hombros, me apresuro hacia mi habitación. Allí, me desplomo sobre la cama, dejando escapar un suspiro de alivio mientras el suave colchón abraza mi cuerpo cansado.
—Por fin, ya puedo descansar... —suspiré de alivio, sintiéndome agotada, sin ganas de cambiarme ni de bañarme. La única idea que cruzaba mi mente era dormirme de inmediato.
Sin embargo, tan pronto como cierro los ojos, la imagen de Eiden Millers aparece en mi mente: la nieve de fondo, su traje elegante que acentuaba su figura, su cabello negro y esos fríos ojos azules que parecían atravesarme. Al abrir los ojos de nuevo, una sensación de abrumo me invade.
—Creo... creo que mejor me duchare —dije, cambiando de opinión, y levantándome de la cama de un salto, finjo que no acabe de recordar con gusto, a uno de los hijos de Pablo y Nix.
❄️❄️❄️
A la mañana siguiente, siento como algo suavecito toca mi nariz, me pasó la mano y cuando vuelve a molestarme, termino estornudando al menos dos veces seguidas antes de abrir los ojos, y encontrarme con algo negro y emplumado.
Pegó un grito y me alejo, terminando envuelta en las sábanas y sobre el duro suelo. Lo siguiente que escucho es la risa escandalosa de mi hermano menor.
—¡Tu cara! ¡Esto si es cine del bueno! —se burló desde la puerta.
Me pongo de pie y, con fuerza, le arrojo una de las almohadas que cayó junto conmigo. Sin embargo, Maicol, siendo más rápido, la esquiva con facilidad. Mientras se limpia las lágrimas con una mano, sostiene en la otra una larga y colorida pluma de pavo real.
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Intenciones ©
AdventureDecia una leyenda que cuando nevaba en una época en donde no debería, era porque él Dios de la muerte visitaba el mundo terrestre. Su presencia provocaba aquel cambio climático por alguna inexplicable razón, y existían varias teorías. © Todos los de...