8- Esperanza para los pequeños

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13 de octubre del 2012, Taitiii, República de Saja-Yakutia, Rusia 11:57 AM.

Tardamos un poco de tiempo en llegar a la escuela de Taitiii. Muchos de los caminos estaban obstruidos por los carros chocados y en los que estaban libres había zombis que yo me tenía que encargar de sacar del camino para que no provocaran algún accidente al atropellarlos. Llegamos a la escuela, la cual estaba en un estado digno de una película de terror, con las ventanas rotas y las paredes manchadas de sangre.

-¿Esta es la escuela?- pregunté bajándome de la camioneta.

-Sí, espero que el profesor Sokolov y los estudiantes sigan vivos- dijo Nadya.

-Yo también. Manténganse juntos y mantengan los ojos bien abiertos. Disparen a cualquier cosa que no sea humana- dije.

Enfrente y con los oficiales a mi lado, entre a la escuela de Taitiii. El interior de la escuela daba lugar a un pasillo con lockers. Algunos estaban manchados con sangre que indicaban que a un niño le habían cortado la garganta. Otros lockers tenían marcas de garras y unos tenían indicios de que uno de los monstruos sacó o a alguien de ahí de forma abrupta, como si el casillero fuera una especie de abre latas. Y también habían algunos zombis en el pasillo. Algunos eran de adultos, pero la gran mayoría eran de niños con su uniforme desgarrado, manchado de sangre y lleno de mordidas. Unos niños zombis estaban devorando el cadáver de una niña.

Si de por sí ya era lo suficientemente deprimente el ver a una personas convertida en un zombi, mucho más a un infante al cual le arrebataron la vida. Los policías sacaron sus pistolas pero se quedaron inmóviles, con las manos temblorosas. No tenían el estómago para matar a unos niños, aunque sean zombis. Ellos sabían que eran zombis, pero les rompía el corazón al ver que los pequeños fueron víctimas de esos monstruos. Era mi deber volverme la fuerte.

-Yo me encargo de ellos- dije.

Primero me encargue de los zombis adultos, después fui por los niños. Uno, dos, tres... una a una fueron cayendo las cabezas de los zombis infantes. Finalmente fui hacia los niños que estaban devorando el cadáver. Estos estaban tan concentrados en su comida que no se levantaron ante nuestra presencia.

Levanté mi brazo derecho, lista para blandir mi katana, cuando hubo una pequeña conmoción detrás de mí y una señora me detuvo el brazo.

-¡Detente!- me dijo la señora con los ojos llorosos- Ahí está mi niño, no le hagas nada, por favor.

-Señora- le conteste de la manera más respetuosa pero franca posible –su hijo murió...

-¡Tonterías!- gritó la señora llamando la atención de los niños zombis –mi hijo está allí, solo es cosa se sujetarlo y administrarle la vacuna.

-Señora, su hijo está muerto, es imposible curar a un zombi- le dije sintiendo pena por ella.

-¡No! ¡Mi hijo está vivo! ¿Ves? Ahí viene, a darme un brazo- dijo la señora con lágrimas en los ojos y una sonrisa mientras un zombi niño se acercaba a ella.

Me emputaba la idea de romperle el corazón a una madre, de borrar sus esperanzas, pero era la única manera de protegerla y evitar que ella también se convirtiera en un zombi. Mejor a que me odié por el resto de su vida a que muriera.

Aventé a la señora hacia atrás y blandí mi katana sobre los pequeños no muertos, partiéndolos a la mitad en cuestión de segundos. La señora lanzó un grito desgarrador de dolor y empezó a retorcerse del dolor de ver "morir" a su hijo. La señora empezó a lanzarme muchas groserías mientras que los oficiales y el resto de la gente trataba de calmarla.

Vi en sus ojos el más profundo odio y dolor que una buena madre puede sentir. No me gustó lo que hice, pero debía hacerse. Me mantuve firme y atenta. Sabía que los griteríos de esa señora atraerían la atención del resto de las criaturas. Y efectivamente, estas empezaron a venir hacia nosotros.

Los primeros en llegar fueron los Lamedores, quienes vinieron caminando por todas partes. La gente retrocedió horrorizada, incluyendo la mujer que antes me lanzaba calumnias. Solté la pistola Y entonces procedí a hacerme una herida en el brazo izquierdo, el cual empezó a sangrar y lancé chorros de mi sangre al suelo, a las paredes y también manche a algunos Lamedores.

-(En Español) Ardan en el Infierno malditos- dije haciendo mi sangre inflamable.

Todo el lugar en donde estaban los Lamedores ardió. Los Lamedores sacaron chirridos de dolor, cayendo la mayoría al suelo retorciéndose del dolor mientras el olor de su asquerosa carne quemada llegaba a nuestras narices. Algunos Lamedores que estaban de los otros saltaron sobre las llamas, pero yo los eliminé con mi katana con facilidad. Otros más recibieron los acertados disparos de los policías, cayendo al suelo, o muertos, o lo suficientemente heridos como para que yo los pudiera rematar.

A los pocos minutos todos los Lamedores estaban calcinados, por lo que yo deshice que mi sangre fuera inflamable e hice que mi factor de curación cerrara mi herida. Después busque un extintor con el cual apagar el fuego. Al irse este solo quedaron los cuerpos tostados de los Lamedores y de los niños zombis.

-Sigamos, pero por favor no bajen la guardia, puede que haya más de esos monstruos por aquí- dije.

Todos me siguieron, callados, asombrados. Fuimos caminando por los pasillos, encargándome de los zombis niños que me encontraba. Pocos minutos después llegamos al sótano de la escuela, en donde encontramos una puerta hecha de metal blindado. Tocamos a la puerta.

-¿Quién habla?- dijo la voz de un hombre.

-Manuela Hidalgo, de los Vengadores de la Justicia- le dije.

La puerta se abrió, revelando que la persona era un hombre con ropa típica de profesor. Al interior del refugio antibombas había alrededor de 50 niños, con unos 7 profesores y 10 guardias de seguridad y 4 policías. Todos se veían muy sudados, el interior olía horrible y se veían cansados. Pude divisar que en el fondo había baños, lo que explicaba porque en este no había restos de orina o caca en el suelo.

Algunas personas se metieron corriendo al refugio, buscando a sus hijos. Algunos los encontraron y se abrazaron, unas escenas tan conmovedoras que contrastaban fuertemente con la de los padres que no veían a sus hijos.

-¿Traen la comida?- preguntó el hombre.

-Si- dijo Nadya metiéndose en el refugio con su mochila, sacando las armas y la comida –no es mucho, pero será suficiente para un día o dos-

-¡Muchas gracias Nadezhda!- dijo el hombre.

-De nada maestro Sokolov- dijo Nadya.

-Señor Sokolov, ¿sabe de alguna manera de contactar con el exterior?- dije.

-No, todas las comunicaciones están bloqueadas- dijo Sokolov.

-Rayos- dije.

-Sin embargo, esta la posibilidad de que puedas hacer contacto con el equipo de comunicación de las minas. Las minas tienen un sistema de comunicación aparte del resto de Taitiii. Como está muy lejos como para llegar caminando, y más con esas cosas fuera, decidí mejor quedarme aquí- dijo Sokolov.

-Comprendo, e hizo bien, estas personas y estos niños necesitan su guía. Ustedes quédense aquí mientras que yo me voy a las minas a buscar una manera de contactarme con el exterior- dije.

-Voy contigo Agente Hidalgo. Perdí a mi madre, quiero saber también si perdí a mi padre y por qué rayos ocurrió esta tragedia- dijo Nadya firme.

Vi en Nadya mi propio valor y espíritu que yo tenía a su edad, cuando era una niña normal sin poderes. Sabía que no lograría convencerla de quedarse, de que enfrentaría valerosamente los peligros que encontraría. No tenía miedo, porque sabía que yo la protegería.

-Muy bien Nadya, recarga tus armas y ve por tu mochila- le dije.

Nadya recargó sus armas y fue por su mochila. Pedí una de las llaves de las camionetas y me despedí del señor Sokolov y de los sobrevivientes. Cerraron la puerta del refugio y nosotras salimos de la escuela. Tomé una de las camionetas y, con Nadya como mi copilota, nos dirigimos a al epicentro de la tragedia y en donde estarían las respuestas de la tragedia que asolaba a Taitiii.

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