Presencia

44 0 0
                                    

Empecé estas líneas perdido, antes  escribía solo por matar las horas como quien de la nada, canta aquel tango del día que me quieras, sentado en el sofá con la mirada fija en el rincón mas oscuro de la casa.

Hasta que aquella tarde, ventosa y silenciosa, mientras me encontraba solo atrapado en el enrejado de mi cuaderno, dirijo mis ojos hacia mi Jack D. y logro distinguir al borde de mi mirada tu silueta.

En mi asombro, pude notar que observabas desde mi costado mis anotaciones y mi mano temblorosa hacía resonar las rocas casi consumidas por el wisky contra los bordes de mi vaso.

Paralizado por un instante tome coraje y giré para verte, pero me fue imposible, ya no estabas. No volví a verte, te soñé, te pensé, te imagine en cada rincón, pero no te sentía como lo hice aquella tarde.

Casi resignado, tome mi cuaderno carente de versos y palabras nuevas y comencé a pensarte, es así como siempre surgen las palabras, tu recuerdo es tierra fértil donde florece mi poesía.

De repente, ya en el segundo verso, una brisa cálida recorrió mi espalda (la misma brisa que siento ahora mientras  escribo ésto), noté que estabas ahí, lo juro por Dios, lo noté; cada vello de mi cuerpo se erizó y esboce sin querer mi mejor sonrisa.

Continué escribiendo, ya no era solo para matar las horas, de algún modo, tu esencia, abandonaba tu estado físico cautivada por esa curiosidad que siempre te impulsó;

Y entendí, que querías encontrarte en mis palabras, que acá ibas a estar, en cada renglón para corroborar que así sea.

Entendí al fin, que es tu modo de dicir que no existe el olvido mientras haya un poema, una copla que nazca del amor, del amor que nos tuvimos.

Alejandro D. Delgado

DespojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora