Capítulo 3

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Capítulo 3

1 año y medio antes, el día del funeral.

—...ese era nuestro jefe. Ese era mi amigo, y estará con nosotros siempre. Ido, pero no olvidado, —concluyó Sam su discurso. Nadie dijo nada, todos se mantenían en un pulcro silencio.

Estábamos en el Cementerio Nacional de Quantico en Virginia. Cientos de personas se encontraban en el lugar: familiares, amigos y agentes; incluso el Servicio Secreto estaba aquí custodiando al Presidente de los Estados Unidos. Todos estaban aquí reunidos para darle su último adiós a Carter, mi Carter. Mi difunto esposo.

La ceremonia continuó dirigida por un gaitero mientras el sacerdote daba sus últimas palabras. Seis guardias militares escoltaban hasta el santuario del FBI su ataúd cubierto por una bandera.

Cuando llegamos hasta el lugar en el que Carter sería sepultado, los militares posicionaron su ataúd en un pedestal y procedieron a darle los últimos honores. El Himno Nacional sonaba de fondo mientras Sam dirigía a los militares para la despedida de los tres disparos.

Había aguantado las lágrimas durante la mayor parte del servicio, pero en cuanto vi el ataúd descender, me rompí. Lloré como no había llorado desde que la doctora informó que Carter no había sobrevivido a la operación. Lloré hasta dejar el alma en el cementerio, porque eso era lo que sentía ahora que Carter se había ido. Lloré porque finalmente entendí que él no regresaría, nunca.

Uno por uno pasaron los agentes a dar el último adiós a su director, tomando un puñado de tierra y cubriendo su ataúd una última vez. La suave música del gaitero seguía expresando todo aquello que yo no podía decir, porque los únicos sonidos que podía emitir eran gemidos de dolor.

Cuando tocó mi turno, mamá me entregó una rosa y me acompañó a tomar un puñado de tierra. Sentir la tierra húmeda y la fría brisa de la tarde me causaron escalofríos en todo el cuerpo. Me acerqué hacia el vacío en donde ahora estaba el ataúd en el fondo y tuve que desviar la mirada.

Traté, en serio que traté quedarme de pie, pero las piernas no me respondieron y las rodillas se me doblaron. Odiaba hacer un número en medio del funeral de Carter, odiaba no poder ser tan fuerte como los hombres y mujeres a mi alrededor.

—Leight, cariño. Se fuerte, sé que tu puedes, amor, —dijo mi mamá, arrodillándose a mi lado.

Con su ayuda me levanté y con toda mi fuerza de voluntad miré hacia el ataúd de Carter. Limpie mis lágrimas y luego arrojé el puño de tierra al fondo. El corazón se me desgarró en cuanto oía la tierra chocar contra el ataúd: no podía respirar, el frío que antes me había calado hasta los huesos, de repente se convirtió en un calor insoportable. Estaba teniendo un ataque de pánico.

Mi mamá se dio cuenta que estaba a punto de derrumbarme de nuevo y rápidamente llegó a abrazarme.

—La rosa, Leight. Sólo tienes que dejar ir la rosa y luego podemos ir a casa.

Sólo tienes que dejar ir la rosa. Sabía lo que tenía que hacer, pero esa rosa era la última cosa que me quedaba antes de dejar ir a Carter para siempre. Tan pronto como la rosa cayera, también lo hacía el cuerpo de Carter, y no podía con ese pensamiento.

Respiré profundamente y me acerqué de nuevo. Te amo, siempre te voy a amar, me repetí mientras dejaba ir la rosa. Cuando ésta tocó el fondo, los militares quitaron una segunda bandera del ataúd de Carter y la comenzaron a doblar en un pequeño triángulo.

Cuando la tuvieron lista, se la entregaron a John Douglas, el Presidente de los Estados Unidos, y luego se dirigió hacia mi.

—Más que ser parte de mi gabinete, Carter era un amigo, Leight, —dijo mientras me entregaba la bandera doblada—. La familia siempre se queda con esta bandera.

Agradecí a John por su gesto y tomé la bandera. Poco después de eso, todos comenzaron a despedirse. No sé cuánto tiempo estuve recibiendo pésames de diferentes personas, pero cuando finalmente sólo quedó un grupo más íntimo de amigos, el sol estaba comenzando a ponerse.

—Debemos de ir casa, cielo, —dijo mi mamá mientras me miraba con preocupación.

—Yo... yo quiero estar sola un rato. Por-por favor. Necesito estar sola.

Mamá entendió y se acercó a las últimas personas que estaban en el cementerio para pedirles que me dejaran sola. Cuando quedé sola, pude finalmente derrumbarme completamente.

Lloré y grité hasta que la gargante me dolió. Maldije a todos y todo. No entendía por qué había tenido que ser Carter, No entendía por qué habíamos tenido que ser nosotros.

Era entrada la noche cuando Sam vino a buscarme. Básicamente me cargó y me llevó al coche, porque no tenía las fuerzas suficientes para continuar.

—En serio él se fue, Sam. En serio Carter está muerto, —le dije llorando a nuestro amigo.

Samuel no respondió, sólo me abrazó.

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2020 ⏰

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